Escribiendo nuestra historia de amor

CAPITULO 18 ♥

La habitación estaba en penumbras, iluminada únicamente por la luz tenue de un par de velas que parpadeaban en los candelabros. El aire estaba impregnado con el fuerte aroma de hierbas medicinales que el médico había indicado hervir para intentar calmar los síntomas de William. Sin embargo, nada parecía ser suficiente.

William yacía sobre la cama, su cuerpo cubierto por un sudor frío, su respiración entrecortada y errática. Se removía inquieto, atrapado en un mar de pesadillas que lo atormentaban sin darle tregua. A su alrededor, Liam, George y Ethan lo observaban con una mezcla de preocupación e impotencia.

El médico, un hombre mayor de rostro severo, terminó de revisar a William y sacudió la cabeza con frustración.

—No sé qué fue lo que le inyectaron, pero lo está afectando de manera grave —dijo con tono grave—. Solo podemos controlar los síntomas hasta que su cuerpo lo elimine por sí solo.

George cruzó los brazos, su rostro reflejaba una inusual seriedad.

—¿Cuánto tiempo tomará?

El médico suspiró, observando el cuerpo tenso de William mientras este se agitaba en la cama.

—No lo sé con certeza. Podrían ser horas… o días.

Liam, que se mantenía junto a la cabecera, pasó una mano por su rostro con exasperación.

—¿Y si no lo supera? —preguntó, aunque odiaba poner en palabras el miedo que lo carcomía.

—No es un veneno mortal —afirmó el médico—. Pero su mente está atormentada. Puede que su cuerpo resista, pero si sigue en este estado de delirio, podríamos perderlo de otras formas.

Un murmullo bajo y entrecortado llamó su atención. Los tres amigos se giraron hacia William, quien, aún sumido en su inconsciencia, murmuraba palabras inteligibles, atrapado en sus pesadillas.

—P-para… —susurró William con los labios entreabiertos—. No… mamá…

George frunció el ceño y se acercó más, inclinándose sobre él.

—¿Qué demonios está diciendo?

Ethan también se acercó, tratando de escuchar mejor.

—Está… hablando de su madre… —dijo en voz baja.

—No más peleas… no más golpes… —susurró William con la voz entrecortada, su cuerpo tensándose mientras su rostro se contraía en una expresión de angustia.

Liam intercambió una mirada con George y Ethan. Todos sabían que William nunca hablaba de su infancia, pero los fragmentos de su delirio pintaban un cuadro claro de sufrimiento.

—¿Estás escuchando esto? —murmuró George, incrédulo—. Su padre…

—Lo golpeaba —susurró Ethan, comprendiendo de inmediato.

El silencio en la habitación se volvió sofocante, roto únicamente por los jadeos de William y el sonido de su respiración entrecortada.

—Por Dios… —Liam apretó los puños—. ¿Cómo no nos dimos cuenta antes?

—Porque él nunca nos dejó verlo —contestó George, con un dejo de amargura en la voz.

De pronto, William se arqueó en la cama, su cuerpo temblando violentamente.

—¡No! —gritó con una voz rasposa y cargada de miedo—. ¡Déjala en paz!

El médico corrió a su lado, sosteniéndolo por los hombros para evitar que se hiciera daño mientras los espasmos sacudían su cuerpo.

—¡Sujétenlo!

Liam y George se apresuraron a sujetar los brazos de William mientras Ethan lo sostenía por las piernas. Su amigo estaba luchando contra algo en su mente, atrapado en una pesadilla de la que no podía escapar.

—William —murmuró Liam con un tono firme—. Tienes que despertar.

Pero William seguía perdido en su propio tormento.

—¡No le hagas daño a mamá! —soltó en un grito desgarrador—. ¡Detente, papá!

El silencio que siguió fue aún más doloroso que las palabras. George y Liam intercambiaron una mirada llena de entendimiento. Ya no quedaban dudas sobre los fantasmas que perseguían a William.

El médico tomó un paño frío y lo colocó sobre la frente de William.

—No hay mucho más que podamos hacer —dijo en voz baja—. Ahora depende de él.

Los tres amigos se quedaron en silencio, observando cómo el hombre que consideraban indestructible se retorcía en su propia agonía. Y aunque nunca lo admitiría en voz alta, cada uno de ellos sentía lo mismo: miedo de perderlo.

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El sueño de William comenzó como un recuerdo lejano, uno que llevaba enterrado en lo más profundo de su memoria. Se vio a sí mismo con quince años, de pie en un jardín, con el viento soplando suavemente entre los árboles. Frente a él, una niña de diez años, de cabello negro como la noche y unos ojos azul profundo, lo miraba con miedo y timidez.

—Me llamo Harmony —susurró ella con la voz temblorosa, con lágrimas resbalando por sus mejillas.

William la observó fijamente, sintiendo que aquel nombre le pesaba en el pecho, que significaba algo más de lo que podía entender en ese momento. Su instinto de protegerla surgió de inmediato. Extendió la mano y le ofreció una sonrisa tranquilizadora.

Y entonces, el tiempo cambió.

Ahora ya no eran niños. William tenía veinticinco años y Harmony veinte. Caminaban juntos por un prado iluminado por la luz dorada del atardecer. La brisa era cálida, y ella reía con dulzura mientras él la sujetaba por la cintura, acercándola más a su cuerpo.

—No puedo creer que toda mi vida te tuve tan cerca —dijo William con voz profunda mientras sus dedos acariciaban su mejilla.

Harmony, con los ojos llenos de amor. Se inclinó ligeramente hacia él, y sus labios se encontraron en un beso suave, tierno y prolongado. La pasión fue aumentando, y William deslizó sus manos por su cintura, profundizando el contacto. Harmony lo abrazó con fuerza, su respiración entrecortada, entregándose completamente a él.

Todo era perfecto.

Hasta que un escalofrío recorrió el cuerpo de William.

El aire se tornó helado. Harmony se estremeció en sus brazos y, de pronto, fue arrancada de su lado con una brutalidad inhumana.




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