Lady Amanda no podía ocultar su inquietud mientras leía por enésima vez la escueta nota que William había dejado antes de marcharse. Su hijo no era un hombre de muchas palabras, pero algo en aquella carta le resultaba extraño. Decía que uno de sus negocios se había complicado y que debía salir de viaje, pero no mencionaba a dónde, ni cuándo regresaría.
—Esto no me gusta… —murmuró, dejando la nota sobre la mesa y frotándose la sien con preocupación.
Cristal, que estaba sentada junto a ella en la sala de la mansión, suspiró con impaciencia.
—Madre, ya sabemos cómo es William. Siempre ha sido reservado con sus asuntos, no podemos hacer nada más que esperar a que vuelva.
Lady Amanda negó con la cabeza.
—No es solo eso… Tengo un mal presentimiento.
Cristal frunció el ceño y se acomodó en el sillón con elegancia.
—Si te preocupa que esté con alguna mujer, madre, te aseguro que William no tiene interés en ninguna dama.
Las palabras de su hija no lograron tranquilizarla en lo más mínimo. En el fondo, Amanda temía que el carácter de su hijo estuviera llevándolo por un camino peligroso, uno que había heredado de su difunto padre.
—No es eso lo que me preocupa… —susurró, con la mirada perdida en la chimenea—. Es otra cosa.
Cristal la observó con curiosidad, pero no insistió más en el tema.
Mientras tanto, en la residencia de Regent Street, William se encontraba recostado en su cama, aún sintiendo los estragos de la fiebre. La visita del médico esa mañana había confirmado que estaba mejorando, pero que aún debía seguir en reposo. Sin embargo, él no tenía tiempo para descansar.
Liam, sentado en un sillón cercano, lo miraba con desaprobación mientras William intentaba ponerse de pie.
—No puedes moverte tanto, aún no te has recuperado del todo —le advirtió.
William soltó un bufido y se pasó una mano por el cabello, frustrado.
—No puedo quedarme aquí acostado todo el día. Hay cosas que debo hacer.
—No podrás hacer nada si terminas desplomándote en la calle —replicó George desde la puerta, con los brazos cruzados—. Además, Lady Harmony estaría furiosa si supiera que no te estás cuidando.
El nombre de Harmony hizo que William se detuviera. Por un instante, recordó la calidez de su mano, la suavidad de su voz susurrándole que estaba con él, el beso que compartieron antes de que ella se marchara.
—Ella no debe preocuparse por mí —murmuró, desviando la mirada.
Liam y George intercambiaron una mirada significativa.
—Si no quieres que se preocupe, entonces cúrate primero —dijo Liam—. Porque, amigo mío, si sigues así, no solo vas a retrasar tu recuperación, sino que además vas a terminar en un ataúd antes de que puedas terminar tu misión.
William suspiró pesadamente y se dejó caer de nuevo en la cama.
—Está bien… solo un poco más de descanso.
George sonrió con suficiencia.
—Eso es más sensato.
Pero en su mente, William no podía apartar el recuerdo de Harmony y el miedo latente de que alguien pudiera hacerle daño por su culpa. Porque, aunque no quería admitirlo, la amaba más de lo que estaba dispuesto a aceptar.
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El conde de Essex observó a su hija con el ceño fruncido mientras ella tomaba el té en la sala. La notaba distinta, con los hombros ligeramente caídos y una sombra de agotamiento bajo sus ojos.
—Últimamente te veo más cansada que de costumbre, Harmony —dijo con tono inquisitivo—. ¿Algo te preocupa?
Harmony levantó la vista rápidamente, obligándose a sonreír.
—Estoy bien, padre. Solo ha sido una temporada social más agitada de lo habitual.
Lord Robert no parecía convencido.
—Si algo te incomoda, quiero que me lo digas. No quiero que te guardes preocupaciones.
Ella agitó la cabeza con suavidad.
—No hay nada de qué preocuparse. Solo necesito descansar mejor.
El conde la miró fijamente por un momento, como si intentara leer lo que su hija ocultaba, pero finalmente asintió y dejó pasar el tema.
Esa noche, cuando todos en la casa dormían, Harmony se cubrió con una capa oscura y salió con cautela de su habitación. Caminó por los pasillos con pasos ligeros, asegurándose de que nadie la viera. Sabía que estaba arriesgándose demasiado al salir sola, pero no podía evitarlo.
No podía quedarse tranquila sin saber si William estaba mejor.
Cuando llegó a la residencia de Regent Street, Liam fue quien la recibió. Él arqueó una ceja al verla en la puerta.
—¿Otra vez aquí, Lady Harmony?
Ella le sostuvo la mirada con determinación.
—Quiero saber si está mejor.
Liam suspiró y se hizo a un lado para dejarla entrar.
—Está bien, pero sigue descansando. La fiebre ha bajado bastante, aunque aún necesita recuperar fuerzas.
Harmony asintió y entró con cautela en la habitación donde William dormía. Se acercó lentamente a la cama y observó su rostro relajado en el sueño, muy diferente a la expresión atormentada que tenía la última vez que lo vio.
Sintió un alivio inmediato, pero aun así no quiso marcharse.
—Me quedaré hasta que despierte —murmuró en voz baja.
Liam, que la observaba desde la puerta, suspiró y cruzó los brazos.
—No creo que eso sea lo más prudente…
Harmony lo miró con firmeza.
—Solo quiero asegurarme de que está bien.
Liam la estudió por un momento antes de rendirse y asentir.
—Está bien, pero no hagas ruido.
Ella se sentó en una silla cerca de la cama y se permitió observarlo con calma. La respiración de William era pausada, y su semblante, aunque aún pálido, lucía más tranquilo.
Poco a poco, sin darse cuenta, Harmony apoyó su cabeza en la orilla de la cama, cerrando los ojos. Había planeado quedarse despierta, pero el cansancio la fue venciendo poco a poco hasta sumergirse en un sueño ligero, mientras la respiración acompasada de William la envolvía en una extraña sensación de paz.