Harmony bajó del carruaje con una sonrisa en los labios, su pecho aún latía acelerado por todo lo que había vivido esa mañana. Apenas podía contener la alegría que sentía. William la amaba. Se lo había dicho con sus propias palabras y ella le había correspondido. Nada podía arruinar ese momento… o al menos, eso pensó hasta que vio a sus padres esperándola en la entrada de la mansión.
El conde Robert Spencer tenía los brazos cruzados y su expresión era severa. Lady Margareth, en cambio, la miraba con el ceño fruncido, pero había preocupación en sus ojos.
—Entra —ordenó su padre con voz firme.
Harmony tragó saliva y caminó hacia ellos, sintiendo cómo su felicidad se empañaba con la tensión del momento. Apenas cruzó el umbral, su padre cerró la puerta con más fuerza de la necesaria y se giró para enfrentarla.
—¿Se puede saber dónde estabas, Harmony? —preguntó con dureza—. Te hemos buscado por toda la casa. ¿Cómo te atreves a salir sin decirnos nada?
—Yo… —intentó decir, pero su padre levantó una mano, interrumpiéndola.
—Siempre te he dado libertades —continuó el conde—, pero si este es el resultado, se acabó. No permitiré que mi hija ande por ahí como si no tuviera responsabilidades ni decoro.
Harmony sintió que el estómago se le encogía. No podía dejar que su padre sospechara nada, tenía que encontrar una excusa.
—No fue mi intención preocuparlos —dijo con suavidad—. Solo… salí temprano.
Lady Margareth se acercó con un suspiro.
—¿Por qué, hija? ¿Qué razón tenías para irte así, sin avisar?
Su madre no sonaba molesta, solo preocupada, y Harmony sintió una punzada de culpa. Pero no podía decir la verdad.
—Tenía… tenía un asunto importante que atender —mintió con una pequeña sonrisa—. Nada grave, lo prometo.
Robert la miró fijamente, evaluando sus palabras.
—No quiero volver a ver este comportamiento en ti —sentenció—. Si vuelves a salir sin avisar, tomaré medidas drásticas.
Harmony asintió lentamente, conteniendo su emoción. Su padre no debía notar lo feliz que estaba.
Lady Margareth suspiró de nuevo y le acarició el rostro con dulzura.
—Por favor, Harmony. Sea lo que sea que te pase, puedes confiar en nosotros.
Harmony bajó la mirada y asintió de nuevo, sintiendo un nudo en la garganta.
—Lo sé, madre.
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William entró en su mansión con pasos firmes, aunque su cuerpo aún no estaba completamente recuperado. Había pasado días difíciles, pero ahora estaba de vuelta y eso parecía bastar para tranquilizar a su madre y a su hermana.
Lady Amanda lo recibió con una sonrisa aliviada, sus ojos reflejaban la preocupación que había sentido en su ausencia.
—Por fin has vuelto —dijo con suavidad, acercándose para examinarlo con detenimiento—. Pero sigues viéndote pálido, hijo. ¿Estás seguro de que te encuentras bien?
William forzó una pequeña sonrisa y negó con la cabeza.
—Solo es cansancio, madre. Nada de qué preocuparse.
Lady Cristal, que había estado a su lado todo el tiempo, frunció el ceño.
—No me gusta verte así —dijo con un tono entre reproche y preocupación—. Te subiré algo de comida para que te repongas mientras te aseas.
William asintió sin discutir.
—Gracias, Cristal.
Sin añadir más, subió las escaleras hacia su habitación. Al llegar, cerró la puerta tras de sí y dejó escapar un suspiro. Se sentía agotado, pero su mente no dejaba de trabajar. Se acercó al escritorio y tomó un papel y una pluma, escribiendo con rapidez una carta dirigida a Ethan Cradford.
"Necesito un informe detallado de lo sucedido en mi ausencia. En especial, cualquier movimiento sospechoso de Lord Devon y Lord Holloway. Espero tu pronta respuesta."
Después de sellar la carta, se recostó en el respaldo de su sillón y cerró los ojos por un instante. Su mente, sin embargo, no tardó en desviarse hacia ella.
Harmony.
Recordó la calidez de su cuerpo, la dulzura de sus labios, el modo en que lo miraba con ternura y determinación. La felicidad que había sentido al confesarle su amor seguía presente en su pecho, llenándolo de una sensación reconfortante que nunca antes había experimentado.
Casi sin darse cuenta, susurró su nombre.
—Harmony…
Lo que William no notó fue que en ese preciso momento, la puerta de su habitación se abrió apenas un poco. Cristal, que había llegado con la charola de comida, se quedó congelada al escucharlo.
Su expresión pasó del desconcierto a la furia en un instante.
Harmony. Otra vez Harmony.
Mordió su labio con fuerza, sintiendo una rabia intensa hervir en su interior. No podía permitir que su hermano se alejara de ella. No después de todo el tiempo que estuvieron separados por culpa de su padre. No dejaría que esa mujer se lo arrebatara.
Apretando con fuerza la charola, Cristal se retiró de la puerta sin hacer ruido, su corazón latiendo con furia y su mente ya maquinando un plan.
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Cristal entró en su habitación con furia descontrolada. Cerró la puerta de un portazo y, sin pensarlo, arrojó su abanico contra el espejo de su tocador, haciendo que se resquebrajara con un sonido seco. Su pecho subía y bajaba con rapidez, su respiración agitada por la rabia. ¿Cómo era posible que William estuviera pronunciando el nombre de Harmony con tanta devoción?
—¡No lo permitiré! —exclamó, tirando al suelo un par de frascos de perfume que estallaron en pequeños pedazos.
Su corazón latía con furia y su mente ya maquinaba un plan. Si Lady Catherine no había logrado comprometer a su hermano, entonces tendrían que cambiar de estrategia. Se acercó al escritorio y tomó un papel y una pluma, escribiendo un mensaje rápido antes de llamar a su doncella.
—Haz que esta carta llegue a Lady Catherine Parker de inmediato. Quiero que venga esta tarde.