Mañana de la Cena en la Residencia de Lord Harrowby
Harmony caminaba de un lado a otro en el despacho de su padre, sintiendo que el tiempo se le escapaba entre los dedos. Tenía que convencerlo. No podía permitir que su padre y su madre asistieran a esa cena, no cuando el peligro acechaba en cada rincón de Londres.
—Padre, no creo que sea prudente que asistas a esa cena —dijo finalmente, deteniéndose frente a él con una expresión suplicante.
Lord Robert Spencer, quien estaba revisando algunos documentos en su escritorio, alzó la vista con una ceja enarcada.
—¿Y por qué no? Es una reunión de suma importancia, estarán figuras clave del gobierno. Es un evento al que no puedo faltar.
Harmony apretó los puños. No podía decirle la verdad, no podía confesarle que William la había advertido del peligro, que esa cena no era más que una trampa mortal para los asistentes.
—Solo… solo creo que no es necesario que te expongas —insistió—. Además, madre tampoco se siente del todo bien. Quizás sea mejor que ambos permanezcan en casa.
Lord Robert suspiró y dejó la pluma sobre la mesa.
—Hija, sé que últimamente has estado preocupada por muchas cosas, pero esta es una de mis responsabilidades. Además, tu madre estará bien. No es necesario que ninguno de ustedes me acompañe, así que puedes estar tranquila.
Harmony sintió su corazón encogerse. No había logrado convencerlo.
—Pero padre…
—No más objeciones, Harmony —dijo con firmeza, poniéndose de pie—. Lo que más quiero es que mis hijos estén seguros, así que esta noche no hay necesidad de que ninguno de ustedes asista. Es solo una cena formal, no hay nada de qué preocuparse.
Pero sí había. Y mucho.
Harmony sintió ganas de gritar, de decirle que no fuera, de confesar todo. Pero no podía. Solo podía asentir con una sonrisa forzada.
—Sí, padre…
Lord Robert le dio una palmada en el hombro y le dedicó una sonrisa.
—Confía en que todo saldrá bien.
Pero ella no podía confiar en eso.
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Drake encendió un cigarro mientras observaba los documentos frente a él. Tenía en su poder la confirmación de su pasaje en un barco con destino a Francia.
—Siempre es bueno tener un plan de escape —murmuró para sí mismo, exhalando el humo con calma.
Rosette, quien estaba sentada en el sillón con una copa de vino en la mano, lo observó con escepticismo.
—¿Acaso dudas del éxito del plan de Arthur?
Drake soltó una carcajada seca.
—No soy un hombre que apueste a una sola carta, querida. Si todo sale como lo planeamos, Londres tendrá un nuevo orden y yo estaré en una posición privilegiada. Pero si algo falla… prefiero no estar aquí para ver las consecuencias.
Rosette bebió un sorbo de su copa y lo miró fijamente.
—Eres un cobarde.
Drake se encogió de hombros.
—No, querida, soy un hombre precavido. Tú misma lo dijiste: Arthur me salvó la vida, pero no significa que deba lanzarme al vacío con él. Si el plan falla, me largaré de aquí con suficiente dinero para empezar de nuevo.
Rosette frunció el ceño.
—¿Y qué hay de la causa? ¿Del nuevo gobierno que queremos establecer?
Drake dejó su cigarro en el cenicero y la miró con burla.
—No soy un idealista como tú. Yo solo quiero asegurar mi futuro.
Rosette apretó la copa con fuerza, conteniendo su molestia.
—Arthur no estará contento si descubre esto.
Drake se inclinó hacia ella con una sonrisa ladina.
—Arthur nunca lo sabrá.
Rosette desvió la mirada, pero no dijo nada más.
Drake sonrió con satisfacción. Él siempre tenía un plan de escape. Y si las cosas salían mal aquella noche, no dudaría en usarlo.
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William se ajustó el puño de su chaqueta mientras se observaba en el espejo. La expresión de su madre, Lady Amanda, se reflejaba en el cristal: su ceño estaba fruncido y sus labios presionados en una delgada línea de desaprobación.
—No puedo creer que nos prohíbas asistir —protestó su madre, cruzándose de brazos—. Es una cena sumamente importante, y como duquesa viuda de Wellington, mi presencia es esperada.
Cristal, que estaba sentada en uno de los sillones, se sumó al reclamo con el ceño fruncido.
—Exactamente. ¿Por qué insistes en que nos quedamos? No tiene sentido.
William respir hondo y se giró hacia ellas con gesto paciente, pero firme.
—Porque no es necesario que asistan. Además, es una reunión de ministros y políticos. La sociedad no notará su ausencia.
—¿Y qué hay de Lady Harmony? —interrogó Cristal con una sonrisa cínica—. Su padre sí asistirá. Seguramente ella también.
William sintió una punzada en el pecho, pero mantuvo su expresión imperturbable.
—No lo hará.
Cristal arqueó una ceja, pero antes de que pudiera replicar, William tomó su levita y salió de la habitación, dejando a su madre y hermana mirándola con sospecha.
Cuando llegó a la residencia, la imponente fachada de la casa estaba iluminada por numerosas lámparas de aceite. Coches de caballos se alineaban en la entrada mientras los criados recibían a los invitados con elegancia.
William descendió de su carruaje con una expresión neutra, aunque su mirada analizaba todo con precisión. Ya habían llegado varias figuras clave del gobierno, entre ellas, el Primer Ministro Lord Liverpool, rodeado por algunos de sus consejeros más cercanos.
Mientras caminaba hacia el salón principal, su mirada se detuvo en un rostro familiar: Lord Robert Spencer y su esposa Lady Margareth ya estaban ahí. El conde conversaba animadamente con uno de los ministros, ajeno a la tormenta que se cernía sobre aquella velada.
—Por supuesto que vino —murmuró William para sí mismo, sintiendo una creciente inquietud.
—Vaya, amigo mío, pareces tenso.
William giró la cabeza y vio a George acercándose con su característico aire despreocupado.