Escribiendo nuestra historia de amor

CAPITULO 23 ♥

William emergió de la biblioteca, cerrando la puerta con rapidez tras de sí. No había tiempo que perder. El caos en la mansión de Lord Harrowby era absoluto. Muebles volcados, vidrios rotos, gritos de pánico. La lucha entre los Bow Street Runners y los conspiradores se intensificaba con cada segundo.

Su mirada se dirigió de inmediato hacia el centro del salón, donde dos hombres encapuchados amenazaban con dagas al primer ministro, Lord Liverpool. El político, de rostro pálido y expresión tensa, intentaba mantenerse firme, pero William supo que no duraría mucho más.

No lo pensé dos veces.

Sacó su pistola, apuntó con precisión y disparó.

El estruendo del disparo se puso sobre el ruido del combate, y uno de los rebeldes gritó de dolor cuando la bala se incrustó en su pierna, haciendo caer de inmediato.

El otro conspirador, al ver a su compañero en el suelo retorciéndose, levantó la vista y encontró la figura de William apuntándolo con el arma. Sin pensarlo, giró sobre sus talones y salió corriendo entre la multitud, desapareciendo en la confusión.

—¡Mi Lord, venga conmigo! —dijo William, apresurándose a tomar al primer ministro del brazo y empujándolo hacia un lugar más seguro.

Lord Liverpool ascendió, aún en shock, y permitió que William lo guiara hacia una esquina del salón donde dos guardias de los Coldstream esperaban con las armas en alto.

—¡Protejan al primer ministro con su vida! —ordenó William con voz firme.

Los soldados asintieron, formando una barrera protectora alrededor del hombre más importante de Inglaterra en ese momento.

Pero justo cuando William creía que estaba logrando contener la situación, una nueva oleada de gritos rasgó el aire.

Arthur Thistlewood había llegado.

El líder de la conspiración surgió con una mirada de furia y determinación, acompañado de un grupo de hombres armados con sables y pistolas. Los rebeldes avanzaron como una marea violenta, derribando a los Bow Street Runners que intentaban resistir.

William vio cómo Liam luchaba cuerpo a cuerpo con uno de los atacantes, mientras George intentaba cubrirlo con una espada en mano. Pero estaban siendo superados.

Los rebeldes eran demasiados.

William apretó los dientes y sostuvo su arma con fuerza. Aún tenía un par de disparos, pero eso no era suficiente.

La noche estaba lejos de terminar, y la verdadera batalla apenas comenzaba.

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William respiraba con dificultad, sosteniendo su espada con firmeza mientras se enfrentaba a Arthur Thistlewood. Alrededor de ellos, el caos reinaba en la mansión de Lord Harrowby. El fuego iluminaba las cortinas rasgadas y los muebles destrozados, mientras los rebeldes luchaban ferozmente contra los Bow Street Runners y los pocos soldados que resistían.

Thistlewood suena con arrogancia.

—Realmente cree que puede detener lo que está destinado a ocurrir, Goldsmith? —dijo con burla mientras giraba su espada entre los dedos con destreza—. Esta noche será recordada como la caída de la monarquía… Y tú solo serás otro cadáver en el suelo.

William no respondió. Su mirada se mantuvo fría y calculadora. Dio un paso al frente, ajustando su agarre en la empuñadura.

—Ríndete —dijo con voz firme—. Ya no tienes escapatoria.

Thistlewood soltó una carcajada.

—¿Escapatoria? Yo no planeo escapar, muchacho. Yo planeo ganar.

Y sin previo aviso, lanzó una estocada directa al pecho de William.

El duque se movió con rapidez, esquivando el golpe con un giro ágil. Contrarrestó con un corte lateral que obligó a Thistlewood a retroceder. Chocaron las espadas, resonando con furia en el aire. Ambos se movían con precisión, buscando la oportunidad de asestar el golpe final.

Pero Thistlewood no peleaba solo por orgullo, sino por su revolución. Y su confianza lo hacía más peligroso.

—¡Tu rey caerá! —gruñó mientras lanzaba una embestida brutal.

William bloqueó el ataque, pero sintió el impacto recorrerle el brazo. No podía permitirse ceder terreno.

Sin embargo, justo cuando Thistlewood se preparaba para otro ataque, un estruendo sacudió el aire.

Tambores.

Órdenes gritadas con autoridad.

Sonidos de botas marchando al unísono.

Los Coldstream Guards habían llegado.

William vio cómo el destacamento, dirigido por un joven oficial de la familia real, irrumpía en la mansión con disciplina impecable. Los rebeldes, que hasta hace unos momentos se sintieron victoriosos, se vieron rodeados en cuestión de segundos.

Los soldados inmovilizaron a los conspiradores con precisión militar. Las espadas cayeron al suelo, las pistolas fueron arrebatadas de las manos temblorosas de los traidores.

Thistlewood, al ver su rebelión colapsar ante sus ojos, sintió que la desesperación lo envolvía.

—¡No puede ser! —gruñó con furia, girándose hacia William con un último ataque desesperado.

Pero esta vez, William ya estaba preparado.

Con un rápido movimiento, bloqueó el golpe, hizo girar su espada y con un certero impacto en la muñeca de Thistlewood, lo desarmó. La espada del conspirador voló por los aires y cayó al suelo con un tintineo metálico.

William no dudó. De una patada en el pecho, derribó a Thistlewood y lo lanzó contra el suelo.

El líder rebelde intentó incorporarse, pero la fría hoja de la espada de William presionó contra su cuello.

—Se acabó —dijo el duque, con voz gélida.

Los Coldstream Guards se apresuraron a sujetar a Thistlewood, colocándole grilletes en las muñecas mientras este escupía insultos y amenazas.

William exhaló profundamente, observando la escena.

Habían ganado.

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Drake estaba lejos de la mansión, refugiado en una taberna oscura en los suburbios de Londres, rodeado por un grupo de hombres que lo miraban con expectación. El ambiente estaba cargado de humo y tensión. Uno de sus hombres, un sujeto de rostro anguloso y barba desaliñada, entró apresurado, respirando con dificultad por la carrera que había hecho.




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