Harmony caminaba con el corazón acelerado hacia el despacho de su madre, donde había sido llamada con urgencia. No entendía la razón del repentino llamado, pero la seriedad en el rostro de Lotty cuando le transmitió el mensaje la inquietó.
Al abrir la puerta, encontró a Lady Margareth de pie junto a la ventana, con el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre su pecho. El semblante de su madre no presagiaba nada bueno.
—Cierra la puerta, Harmony —ordenó con voz fría.
Harmony obedeció sin decir nada y avanzó unos pasos dentro de la habitación.
—¿Qué sucede, madre? ¿Por qué me has mandado a llamar con tanta urgencia?
Margareth se giró lentamente y la miró con una mezcla de decepción y enojo.
—Espero, hija, que tengas una buena explicación para lo que me han contado.
Harmony frunció el ceño, sin comprender.
—¿De qué hablas?
Margareth soltó una carcajada seca y sarcástica.
—No te atrevas a fingir ignorancia, Harmony. He descubierto que te has estado viendo en secreto con el Duque de Wellington.
Harmony sintió que el aire le faltaba.
—Yo…
—Y no solo eso —continuó Margareth con dureza—. También sé que pasaste la noche con él en su habitación.
Harmony abrió los ojos con sorpresa y sintió cómo el calor subía a sus mejillas.
—¡No es lo que crees!
—¡Entonces dime qué es lo que debo creer! —estalló Margareth, caminando con pasos firmes hacia ella—. Dime que Lotty me mintió cuando me dijo que te encontró durmiendo en la misma cama con William Goldsmith.
Harmony bajó la mirada. Sabía que negar lo evidente solo haría que su madre se enojara más.
—Madre, te juro que no ha pasado nada indebido —susurró
Margareth apretó los labios, claramente sin convencerse.
—¿Y pretendes que crea que nada más sucedió? ¿Después de todas esas reuniones secretas con él?
—¡Te estoy diciendo la verdad! —exclamó Harmony con desesperación—. ¡No hicimos nada malo!
Margareth se cruzó de brazos y negó con la cabeza.
—Eres una ingenua si piensas que la sociedad verá las cosas como tú las ves. Has comprometido tu reputación, Harmony. No sé en qué estabas pensando.
Harmony sintió un nudo en la garganta, pero no retrocedió.
—Madre… estoy enamorada de William.
Margareth abrió los ojos con incredulidad.
—¿Enamorada?
—Sí —asintió Harmony con determinación—. Lo amo con todo mi corazón. Y no me arrepiento de nada, porque lo que se hace por amor no puede ser malo.
Margareth llevó una mano a su frente, exhalando con frustración.
—Hija, no sabes lo que dices.
—Sé perfectamente lo que digo —insistió Harmony—. William vendrá a pedir mi mano y todo se arreglará.
Margareth la miró con seriedad.
—¿Y si no lo hace?
Harmony se quedó en silencio.
—Los hombres pueden prometer muchas cosas cuando están en la intimidad, cuando el momento se presta para ello —continuó Margareth con un tono lleno de amargura—. Pero cuando llega la hora de la verdad, muchos cambian de opinión.
—William no es así —replicó Harmony, alzando la barbilla—. Él me ama, madre. No haría algo tan vil.
Margareth se acercó y sostuvo las manos de su hija con firmeza.
—Escúchame bien, Harmony. No quiero que termines con el corazón roto, ni con tu reputación arruinada. Si William realmente tiene intenciones de casarse contigo, entonces que lo haga pronto. Porque si no cumple su palabra…
—La cumplirá —afirmó Harmony con convicción.
Margareth la miró con un dejo de tristeza, pero no dijo nada más.
Por mucho que quisiera creer en las promesas de los hombres, ella sabía mejor que no siempre la cumplían.
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William se encontraba en su despacho, sentado en un elegante sillón de cuero, mientras tamborileaba los dedos sobre el escritorio con impaciencia. Su decisión estaba tomada, no había vuelta atrás. En pocas horas acudiría a la residencia del conde de Essex para pedir formalmente la mano de Lady Harmony. Solo faltaba un detalle: el anillo de la familia Goldsmith.
Respiró hondo y se levantó con determinación. Caminó hasta el salón principal, donde su madre, Lady Amanda, y su hermana Cristal se encontraban tomando el té.
—Madre, necesito hablar contigo —dijo William con voz firme.
Lady Amanda alzó la mirada con curiosidad y le indicó con un gesto que se acercara.
—¿De qué se trata, hijo?
Cristal, que removía distraídamente el azúcar en su té, levantó la vista con interés.
William se detuvo frente a ellas y clavó su mirada en su madre.
—Quiero el anillo de la familia Goldsmith.
Un silencio pesado se instaló en la sala. Lady Amanda dejó la taza sobre la mesa con suavidad, pero su expresión se endureció.
—¿Para qué lo quieres?
—Para pedírle a Lady Harmony Spencer que sea mi esposa —declaró sin titubeos.
El semblante de Lady Amanda cambió por completo. Su rostro se tensó y su mirada reflejó desaprobación.
—¿Lady Harmony? —repitió con incredulidad—. ¿Acaso has perdido el juicio, William?
Cristal, quien hasta el momento había permanecido en silencio, apretó el borde de su falda con rabia contenida.
—Es la mujer que amo —continuó William sin apartar la vista de su madre—. Y es a quien quiero como mi esposa si ella me acpeta.
Lady Amanda se levantó con elegancia, alisándose el vestido, y lo miró con frialdad.
—No lo permitiré.
William la observó con una mezcla de sorpresa y frustración.
—¿Cómo que no lo permitirás?
—Una Spencer como duquesa de Wellington —espetó con desdén—. No, William. Esa muchacha no es adecuada para ti ni para este título.
Cristal, aún sentada, apretó los labios para contener su satisfacción. Aunque no era parte de su plan, le alegraba que su madre pensara de la misma forma.
William sintió que la ira se acumulaba en su pecho, pero se obligó a mantener la calma.