William salió de la habitación con pasos firmes, su mente era un torbellino de emociones descontroladas. La revelación de su madre lo había dejado completamente devastado, pero no podía conformarse solo con palabras. Necesitaba pruebas, necesitaba saber hasta dónde llegaba la relación entre su padre y Lady Margareth.
Atravesó los pasillos de la mansión con el ceño fruncido, su corazón latía con furia en su pecho. Subió las escaleras hasta el ala más alejada de la mansión, donde se encontraba la habitación que alguna vez había pertenecido a Lord Demetrio. Esa habitación había estado cerrada desde la muerte de su padre, su madre nunca permitió que nadie la tocara.
Pero ahora, William no iba a pedir permiso.
Forzó la cerradura con la ayuda de una navaja y la puerta se abrió con un leve chirrido. La habitación estaba cubierta de polvo, las cortinas pesadas mantenían el lugar en penumbra. Los muebles, aunque lujosos, estaban cubiertos con sábanas blancas, como si su madre hubiera querido borrar cualquier rastro de la presencia de su esposo.
Sin embargo, William sabía que los secretos de su padre no desaparecerían tan fácilmente.
Con movimientos bruscos, comenzó a tirar las cosas al suelo. Abrió los cajones del escritorio con violencia, sacando papeles sin cuidado, revisando cada uno en busca de algo que pudiera confirmar lo que había escuchado.
Pero no encontré nada.
Su frustración aumentó y golpeó con el puño cerrado la superficie del escritorio.
"Si mi madre dice la verdad, debe haber algo... algún rastro de lo que sintió por Lady Margareth".
Pero sabía que en esa mansión no encontraría la respuesta.
La única otra propiedad que había pertenecido a su padre, su residencia de soltero en Regent Street, era su única opción.
William salió de la mansión sin decir una palabra a nadie. Ordenó que ensillaran un caballo y cabalgó con rapidez por las calles de Londres. Su mente seguía un solo pensamiento: descubrir la verdad.
Cuando llegó a la residencia, notó lo abandonada que estaba. Nadie vivía ahí desde la muerte de su padre, y aún así, al cruzar la puerta sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Era como si los fantasmas del pasado aún habitaran ese lugar.
Encendió un par de lámparas y comenzó a buscar. Revisó los muebles, los cajones, las repisas… hasta que, en un compartimiento secreto dentro del escritorio, encontró un viejo paquete de cartas.
Cartas de amor.
Cartas escritas con la elegante caligrafía de Lady Margareth.
William las tomó con manos temblorosas y comenzó a leer.
"Mi amado Demetrio, aún siento el fuego de tu piel en la mía. No sé qué será de nosotros, pero no puedo imaginar mi vida lejos de ti."
"Cada vez que te veo con tu prometida, siento que el mundo se desmorona. ¿Por qué tenemos que vivir esta mentira? ¿Por qué no podemos estar juntos?"
Las fechas de las cartas eran de 1795 y 1796.
William sintió que el aire le faltaba.
Su madre no le había mentido.
Su padre y Lady Margareth habían tenido un romance mientras Demetrio ya estaba comprometido.
Pero lo peor aún estaba por venir.
Entre todas las cartas, una en particular le hizo sentir como si le hubieran clavado un punal en el pecho.
Era una carta escrita por Margareth, fechada a finales de 1796.
"No sé si esta carta te llegará, como las otras que te he enviado, pero debo intentarlo. Te escribo porque ya no puedo más. Estoy embarazada, mi amor . Llevo nuestro hijo en mi vientre, este hijo que es producto del gran amor que nos tenemos y no sé qué hacer.."
Luego agarro otra carta
“Demetrio, estoy ya casi terminando el segundo mes de embarazo. Nuestro hijo crece en mi vientre, y aunque me encuentro en un lugar seguro aqui en mi casa en Cheltenham , no puedo evitar sentir miedo… miedo por lo que nos depara el futuro. ¿Qué será de nosotros? Por favor, dime que aún hay esperanza….”
William sintió que el papel se deshacía en sus manos.
No podía ser.
El y Harmony tenían un medio hermano nacido de la relacion de su padre y de la madre de ella.
Con un grito de furia, William rompió la carta en pedazos y la lanzó al suelo. Buscó frenéticamente una botella de licor en el mueble de su padre y la encontró casi llena. La destapó y bebió grandes sorbos, sintiendo cómo el alcohol le quemaba la garganta.
Pero nada podía calmar el dolor que ahora sentía..
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Margareth estaba decidida. No podía permitir que su hija siguiera sumida en la incertidumbre, mucho menos cuando conoció a William lo suficiente como para saber que algo lo estaba manteniendo. Algo había cambiado y ella necesitaba descubrir qué era.
Harmony, en cambio, caminaba de un lado a otro en su habitación, con el ceño fruncido y los brazos cruzados.
—No entiendo qué está pasando… ¿por qué no ha enviado una carta? —murmuró, más para sí misma que para su madre.
Margareth la observó con preocupación.
—Harmony , escúchame. Iré yo misma a buscar respuestas. No quiero que te expongas, ya suficiente habladuría hubo cuando rompimos tu compromiso con Lord Hamilton.
—Pero madre, yo… —Harmony iba a insistir, pero la mirada firme de Margareth la hizo guardar silencio.
—Confía en mí. Yo me encargaré de esto.
Harmony avanza con resignación, aunque una sensación de angustia le oprimía el pecho. ¿Y si William ya no la amaba? ¿Y si se había arrepentido?
Margareth salió de la mansión Spencer con la determinación grabada en cada uno de sus movimientos. Su carruaje avanzó con rapidez hacia la residencia Goldsmith. Sabía que no sería bien recibida, pero no le importaba.
Cuando llegó, el mayordomo la miró con incomodidad, como si ya hubiera recibido instrucciones de no dejarla entrar.
—Lady Margareth…
—Anúnciame. Necesito ver al Duque —ordenó con frialdad.