Escribiendo nuestra historia de amor

CAPITULO 28 ♥

El murmullo en el salón se intensificó cuando William Goldsmith, Duque de Wellington, se adelantó al centro de la gran sala. Vestido con su impecable chaqué negro y con una expresión de absoluta determinación, se volvió hacia el conde de Essex, quien sostenía delicadamente la mano de su hija.

Todos los invitados contuvieron la respiración.

— Damas y caballeros, —la voz del conde resonó con autoridad en el salón—, esta noche no solo celebramos la magnificencia de esta velada, sino también la unión de dos familias.

El murmullo creció en intensidad. Los rumores ya habían comenzado a circular días antes, pero nadie esperaba que el compromiso se anunciara de manera tan arrepentida.

Harmony sintió que su corazón latía con fuerza.

William la miró con una intensidad que la dejó sin aliento.

— Es un honor para mí anunciar el compromiso de mi hija, Lady Harmony Spencer, con su Excelencia, el Duque de Wellington, Lord William Goldsmith.

El salón estalló en un murmullo ensordecedor.

Las damas más intercambian jóvenes en miradas llenas de sorpresa. Algunas solteras fruncieron los labios con evidente desilusión, mientras que otras sonreían con admiración.

Los caballeros inclinaron la cabeza en aprobación, algunos con expresiones satisfechas y otros con cierto aire de resignación.

Sin esperar más, William sacó un pequeño estuche de terciopelo azul y lo abrió, revelando un anillo con un zafiro rodeado de brillantes montado en oro blanco.

Harmony sintió que la emoción la embargaba.

Todo en ese anillo reflejaba el color de sus ojos.

Con una ternura inesperada, William tomó su mano con suavidad y deslizó el anillo en su dedo.

— Eres la única mujer que quiero a mi lado por el resto de mi vida. —susurró, mirándola fijamente.

Harmony sintió un nudo en la garganta.

Ella había soñado con este momento, pero ahora que estaba ocurriendo, se sentía aún más irreal, más maravilloso.

El conde se mostró satisfecho, y el aplauso no tardó en llegar.

— ¡Por el futuro duque y la futura duquesa! —exclamó Lord George, levantando su copa.

El brindis se replicó por toda la sala, pero nadie estaba preparado para lo que vino después.

William, sin importarle la conmoción que podía causar, se inclinó y besó a Harmony con dulzura.

Fue un beso tierno, delicado al principio, pero cargado de promesas y sentimientos. Los labios de Harmony temblaron contra los suyos, y aunque al principio se quedó inmóvil por la sorpresa, pronto cerró los ojos y se dejó llevar por la calidez de William.

Un jadeo colectivo recorrió el salón.

Las damas susurraron escandalizadas, algunas se cubrieron la boca con los abanicos, mientras que otros aplaudieron con sonrisas cómplices.

Lady Amanda casi se desmayó.

Lady Maragret se llevó una mano al pecho, entre incrédula y emocionada.

El conde Robert no se molestó en ocultar su ligera sonrisa.

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Henry Gardiner parpadeó varias veces, sintiendo el ardor punzante en su cabeza. La jaqueca lo aturdía, y cuando intentó llevar una mano a su nuca, un dolor sordo le recorrió el cuerpo.

¿Qué demonios había pasado?

La última imagen que recordaba era estar en la biblioteca, caminando sin rumbo después de que Lady Catherine Parker lo convenciera de salir de la fiesta. Luego, todo se volvió negro.

Cuando sus sentidos regresaron por completo, su mirada cayó en la figura de una mujer dormida a su lado.

Se quedó petrificado.

Su corazón se aceleró peligrosamente al darse cuenta de quién era.

—Dios santo… —murmuró con incredulidad.

Lady Cristal Goldsmith.

La reconocía bien. Era la hermana del duque de Wellington, una de las jóvenes más arrogantes y pretenciosas de toda la alta sociedad. Pero también una de las más hermosas.

Cabello dorado como el sol, piel de porcelana y unos ojos de un verde cristalino que podían fulminar a cualquiera con una sola mirada.

Pero ahora, en ese preciso instante, no lucía majestuosa ni altiva.

Estaba recostada con el vestido desarreglado, el cabello revuelto sobre las sábanas y el ceño fruncido como si sintiera un leve malestar. Parecía… vulnerable.

Henry tragó saliva con fuerza y miró alrededor.

Tenía que salir de allí.

No tenía idea de cómo había terminado en esa habitación con ella, pero no importaba. Cualquier explicación que intentara dar sería inútil.

El escándalo ya estaba servido.

Se puso de pie con rapidez, pero su cuerpo se tambaleó.

Los efectos del golpe aún lo afectaban, pero no iba a quedarse a esperar que Lady Cristal despertara. Su única opción era salir antes de que alguien lo viera.

Demasiado tarde.

Las puertas se abrieron bruscamente, y el sonido del taconeo de varias damas resonó en la habitación.

Henry sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Se giró lentamente y se encontró con la peor visión posible.

Cuatro de las damas más chismosas de Londres estaban paradas en la entrada.

Vestidas con sus elaborados vestidos de seda y encaje, con abanicos a medio abrir y los ojos desorbitados por la escena ante ellas, sus bocas ya empezaban a soltar murmullos envenenados.

—Dios mío… —susurró una de ellas, llevándose la mano al pecho.

—Esto… esto es un escándalo.

—Lady Cristal y el administrador de los Spencer… —murmuró otra, casi con deleite.

—¿Qué hace él en la cama con ella?

Henry sintió el sudor perlarle la frente.

—Esto no es lo que parece— intentó decir, pero los murmullos ya se convertían en una tormenta de chismes.

Cristal se removió en la cama.

Soltó un leve quejido, su consciencia regresando poco a poco.

Y entonces, abrió los ojos.

Lo primero que vio fue el techo desconocido.Lo segundo, una silueta de pie a su lado.Lo tercero… los rostros horrorizados de las damas en la puerta.




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