La atmósfera en el salón principal de la residencia del conde de Essex era tensa, aunque todos intentaban mantener una apariencia de tranquilidad y comprensión. Henry Gardiner estaba sentado con la espalda rígida, con la mirada fija en la alfombra, mientras el conde Robert Spencer hablaba con voz grave y pausada.
—Si realmente tenías intenciones con Lady Cristal, debiste haber hablado con el duque antes —dijo Robert, entrelazando las manos sobre su regazo—. No puedo decir que todo lo ocurrido fue tu culpa, pero las apariencias en nuestra sociedad son más poderosas de lo que cualquiera quisiera admitir.
Henry asintió lentamente.
—Lo entiendo, milord. Y aunque todo esto no estaba en mis planes, asumiré la responsabilidad como corresponde.
Lady Margareth, que había permanecido en silencio, observándolo con una expresión mesurada, finalmente habló.
—A pesar de lo sucedido, la boda debe realizarse de la mejor manera posible. No podemos dejar que las habladurías manchen aún más la reputación de ninguno de los dos. Organizaremos un pequeño banquete para celebrar también el matrimonio de Lady Cristal y usted. No será un evento de gran magnitud, pero estarán las personas adecuadas.
Henry apenas pudo asentir. No tenía elección.
Harmony, que había estado escuchando todo en silencio, tomó aire y se giró hacia Henry, con una sonrisa amable.
—Ahora seremos familia, señor Gardiner —dijo con suavidad—. Supongo que eso significa que deberíamos llevarnos bien.
Henry le sostuvo la mirada, sin saber bien qué responder.
—Supongo que sí… milady.
Mientras tanto, Isabella mantenía su máscara de felicidad, hablando sin cesar sobre la boda.
—Será una ceremonia preciosa, Cristal usará un vestido espectacular, aunque no tan hermoso como el de Harmony, claro —dijo con una sonrisa radiante—. Y la iglesia… ah, la iglesia será un escenario digno para tan espléndida unión.
Sin embargo, dentro de ella, cada palabra le costaba. Cada sonrisa era un peso más sobre su corazón.
Cuando finalmente todos se fueron retirando a sus habitaciones, Isabella subió lentamente las escaleras con el alma encogida. No quiso encender las velas al entrar en su cuarto; la oscuridad era el único refugio que tenía en ese momento.
Se dejó caer sobre la cama y, por primera vez en mucho tiempo, permitió que las lágrimas cayeran sin contención.
—No debía dolerme… —susurró con la voz rota, cubriéndose el rostro con las manos—. Nunca hubo un futuro para nosotros… nunca…
Pero, aun así, dolía.
Dolía saber que Henry Gardiner nunca sería suyo. Que lo vería casarse con otra mujer, compartir su vida con Cristal, formar una familia con ella.
Y ella tendría que fingir que nada pasaba. Que todo estaba bien.
Que no estaba rota por dentro.
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La tarde en la mansión de los Goldsmith era silenciosa, pero la tensión podía sentirse en cada rincón. El ambiente estaba cargado de un aire melancólico y de resignación. La boda de Cristal se llevaría a cabo al día siguiente y, aunque todo estaba dispuesto, en la casa aún se respiraba una incomodidad latente.
William se encontró en su despacho, repasando algunos documentos sin mucho interés. Su mente estaba en otra parte. Aún no terminaba de igual todo lo sucedido con su hermana. No sentí enojo, sino una profunda decepción que lo carcomía en silencio.
La puerta se abrió suavemente, y su madre, Lady Amanda, entró con su característica puerta elegante y su expresión serena. Caminó con calma hacia él y tomó asiento frente a su escritorio.
—William —llamó con voz firme pero amable—, quiero hablar contigo.
Él levantó la mirada de los papeles y la supervisar con cansancio.
—Madre… si es sobre Cristal, no hay nada más que decir.
Amanda suspir, entrelazando las manos sobre su regazo.
—Hijo, yo sé que estás enojado. Y con razón. Lo que hizo Cristal fue un acto imperdonable, pero es tu hermana, la única que tienes. No puedes guardarle rencor para siempre.
William frunció el ceño y su mandíbula se tensó.
—No es rencor —dijo con firmeza—. Es tristeza, madre. Estoy... decepcionado de ella.
Amanda asintió lentamente.
-. Pero mañana será su boda. Y a pesar de todo, ella sigue siendo tu hermana y necesitará de ti.
Hubo un largo silencio. William apoyó los codos en el escritorio y pasó las manos por su rostro.
—No sé si pueda mirarla como antes —confesó en voz baja.
Amanda le tomó una de sus manos con ternura.
—Solo dale tiempo… y brinda tu apoyo. No digo que olvides lo que hizo, pero síno que intentes comprenderla.
William cerró los ojos por un instante. Sabía que su madre tenía razón, aunque aún le costaba aceptarlo.
—Mañana la acompañaré en su boda —dijo al fin—. Pero no puedo fingirque nada ha pasado.
Amanda avanzando con comprensión.
—Eso es suficiente, hijo.
Hubo un momento de silencio entre ellos hasta que Amanda tomó aire y decidió tocar otro asunto.
—También quería pedirte algo más…
William la miró con suspicacia.
—¿De qué se trata?
—Quiero que aumentes la dote de Cristal de veinte mil libras a treinta mil libras —pidió con suavidad—. Su esposo no podrá darle una vida cómoda, y aunque no la apruebes, sigue siendo tu hermana y quiero asegurarme de que no sufra carencias.
William no respondió de inmediato. Se reclinó en su asiento y meditó la petición. Era cierto que Henry Gardiner no podría darle a Cristal una vida lujosa, y aunque aún estaba dolido, no podía permitir que su hermana pasara necesidades.
—Lo haré —respondió al final—. Pero con una condición.
Amanda arqueó una ceja.
—¿Cuál?
William la miró con seriedad.
—Quiero que hables con Lady Margareth y aclaras todos los malentendidos que hay entre ustedes.
Su madre padeció el rostro de inmediato.
—William, no puedo…