Un año después…
William llegó a su hogar con el peso de la jornada sobre sus hombros, pero sabiendo que el cansancio desaparecería en cuanto cruzara la puerta y la viera a ella. Harmony. Su esposa, su amor, su vida.
El mayordomo lo recibió con la misma cortesía de siempre.
—Bienvenido, excelencia. Su madre y su esposa lo esperan.
William asintió con una leve sonrisa y se dirigió primero hacia el salón donde su madre descansaba con una taza de té. Lady Amanda había cambiado mucho en este último año. Al principio, la relación entre ella y Harmony había sido distante, pero con el tiempo, su madre había aprendido a valorar a su esposa, e incluso ahora hablaba maravillas de ella.
—Espero que no hayas trabajado demasiado —le dijo Amanda con una leve sonrisa.
—Sabes que no puedo evitarlo —respondió él con un suspiro, sentándose frente a ella.
—Aun así, tienes a alguien esperándote arriba que ha contado los minutos para verte —dijo su madre con un brillo especial en la mirada.
William sonrió. Harmony siempre lo esperaba. Siempre estaba ahí, como un faro iluminando su vida.
Se despidió de su madre con un beso en la mejilla y subió las escaleras con pasos ligeros, sintiendo cómo el cansancio del día empezaba a desvanecerse con la simple idea de verla.
Cuando entró a su habitación, la encontró esperándolo.
Hermosa. Perfecta. Suya.
Harmony se giró al verlo y sonrió con ternura.
—Te estaba esperando. Te extrañé mucho —susurró con dulzura, extendiendo los brazos hacia él.
William no perdió el tiempo. Atravesó la distancia entre ellos y la atrapó entre sus brazos, besándola con intensidad. La pasión los envolvió de inmediato, con la desesperación de dos almas que se pertenecían.
Sus labios viajaron por su cuello mientras ella se aferraba a su camisa, sintiendo la calidez de su cuerpo contra el suyo. William deslizó las manos por su cintura, recorriéndola con devoción, con hambre, con amor.
La noche los abrazó mientras sus cuerpos se encontraban una vez más, entre susurros, caricias y jadeos. Se amaron lentamente, con ternura y pasión, con el deseo profundo de dos seres que se habían entregado por completo el uno al otro.
Cuando finalmente la respiración de ambos se calmó, William la sostuvo entre sus brazos, acariciando su cabello con suavidad. Harmony apoyó la cabeza en su pecho y lo besó dulcemente antes de mirarlo con una sonrisa radiante.
—¿Sabes? Muy pronto no seremos solo tú y yo…
William frunció el ceño, sin comprender del todo.
—¿A qué te refieres?
Harmony tomó su mano y la llevó a su vientre, mirándolo con amor.
—Vamos a tener un hijo, William. Vas a ser padre.
William sintió cómo su corazón se detenía por un segundo, solo para volver a latir con más fuerza.
—¿Un hijo? —susurró con incredulidad.
Harmony asintió con los ojos llenos de emoción.
William la abrazó con fuerza, cerrando los ojos mientras una oleada de felicidad lo embargaba. No podía creerlo.
—Te amo… —murmuró contra su cabello.
—Y yo a ti —respondió ella con un susurro lleno de amor.
Esa noche, William durmió abrazado a Harmony, con la certeza de que su felicidad era absoluta.
Su hogar estaba completo. Su amor había triunfado.
Y ahora, estaban a punto de empezar el capítulo más hermoso de sus vidas.
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La oscuridad lo envolvía.William se encontró de pie en una habitación fría y sombría, una que reconocía demasiado bien. La biblioteca de la mansión de su terrible infancia.
Los estantes llenos de libros parecían inclinarse sobre él, como si intentaran atraparlo, sofocarlo. Y ahí, en el centro de la estancia, estaba su padre.Lord Demetrio Goldsmith lo miraba con una sonrisa cruel, con esa mirada severa que tantas veces había dirigido hacia él cuando era niño.
—Siempre supe que terminarías repitiendo mis errores —dijo su padre, su voz cargada de desdén—. Un hijo, William. ¿Acaso crees que puedes ser un buen padre?
William sintió cómo su cuerpo se tensaba. Sabía que era un sueño. Sabía que su padre estaba muerto. Y, aún así, el miedo que sentía era tan real como cuando era niño.
—No soy como tú —gruñó, apretando los puños.
-¿No? —Demetrio se río, un sonido áspero y cruel—. Eres igual a mí. Tienes mi sangre. ¿Qué crees que pasará cuando las noches sean largas y el llanto de ese niño te atormente? ¿Cuando la paciencia se te acabe?Terminaras deseando no tenerlo jamas
William negó con la cabeza, dando un paso atrás.
— No. No soy tú. Jamás lo seré.
Pero su padre se acercó, mirándolo con burla.
—Yo también pensé lo mismo cuando naciste. Pensé que lo haría bien. Pero los niños... los hijos... son una carga, William.
—¡Cállate ! —rugió William, sintiendo la ira arder en su pecho.
Pero su padre seguía ahí, implacable.
—Te verás en el espejo y me verás a mí —susurró Demetrio—. Te convertirás en mí.
Y entonces, William sintió cómo la biblioteca se desmoronaba a su alrededor. El suelo se abrió bajo sus pies. Todo se volvió negro y cayó… cayó… hasta que un susurro lo despertó.
William abrió los ojos de golpe, respirando agitadamente. El sueño aún lo envolvía, como una sombra acechante.Se pasó una mano temblorosa por el rostro y sintió la piel húmeda. Había sudado. Su corazón latía con fuerza contra su pecho.
Su mirada vagó por la habitación hasta que la vio.
Harmony.
Dormía plácidamente a su lado, con el cabello negro revuelto sobre la almohada y la respiración tranquila. Su esposa. Su amor.Su realidad.
William sintió cómo su pecho se apretaba con fuerza. No. No era como su padre. Jamás lo sería.Se inclinó con cuidado y abrazó a Harmony.Ella suspiró en sueños, moviéndose levemente, buscando su calor incluso en la inconsciencia. William cerró los ojos por un instante, inhalando su aroma, permitiéndose calmarse con su cercanía.