El calor de la ruta era insoportable. Dalmiro sudaba bajo la camisa cuadrillé de algodón, lamparones de humedad rodeaban sus axilas, pecho y cuello. Al viejo Ford Mondeo que lo trasladaba se le había roto el aire acondicionado (venía de una larga mala racha, no lo podía reparar aún). Tenía solo su ventanilla abierta, había probado abrir las cuatro ventanillas del auto pero no solo entraba viento, sino que los caminos rurales por los que circulaba también le regalaban toneladas de tierra, polvo y "plumeritos" (que cantidad había pensó). Así que decidió dejar abierta su ventanilla sola, debía arreglárselas. El paisaje aledaño era como cualquier camino o ruta de campo, solo se veían alambrados, cuadros de campo sembrados con girasol (hermosa vista daban), otros sembrados con soja y otros solo se veían vacas a la sombra de los carteles gigantes de publicidad que había dentro de los mismos campos. A lo lejos, a veces, se divisaba algún que otro rancho, pero gente nada (claro, en el campo se duerme la siesta pensó Dalmiro). Se lamentó pensando que si no fuera porque se perdió en un cruce de rutas y se desvió como cien kilómetros, ya habría llegado a destino hace una hora u hora y media al menos, y el calor de la media tarde lo hubiera agarrado ya en la casa, a la sombra, adentro, hasta quizás podría haber probado una "siestita" también. Pero no, según sus cálculos (y el mapa ajado que llevaba todo pegado con cinta Scoch y medio amarillo ya), le faltaban unos veinte o treinta kilómetros.
—"Después de andar un rato largo, va a ver una iglesia abandonada hace siglos (se va a dar cuenta en seguida), de allí sigue unos cinco kilómetros más y la próxima calle de tierra y ripio que vea a la izquierda dobla, por ese camino sigue derechito y se va a chocar con la casa, vaya tranquilo esta fácil, ¡Ja!" —le había indicado el playero de la estación de servicio, la última vez que cargó combustible en su auto y en un bidón de veinte litros que llevaba en el baúl, al lado de una garrafa de gas licuado que también había comprado en la misma estación de servicio.
A lo lejos comenzó a divisar una cruz en lo alto de una torre abovedada, estaba torcida hacia un lado y le faltaba un pedazo en la punta, parecía una letra T gigante a punto de caerse. Dalmiro suspiró fuerte y ruidoso, un poco por el calor y otro poco de alegría porque eso quería decir que ya estaba cerca. Al pasar frente a la iglesia, chequeó los espejos y redujo la velocidad casi a veinte kilómetros por hora (no venía nadie por la ruta, no había peligro). Pasó lentamente observando la iglesia, era un iglesia tipo Victoriana, bastante derruida y maltratada por el tiempo, aunque aún conservaba una extraña y tétrica belleza. La torre abovedada terminaba en punta triangular y la cruz descansaba tambaleante hacia un costado. La puerta del frente parecía de roble y de doble hoja, altísima, casi tocaba el techo de la iglesia, estaba descascarada y rajada en varios lados. Las paredes estaban cubiertas de lajas o piedras no llegó a diferenciarlo bien, el terreno que la rodeaba estaba totalmente cubierto de altos pastos y plantas salvajes, había dos o tres árboles totalmente secos, eso terminaba de darle un aspecto bastante ruinoso y solitario. Al fondo de la iglesia alcanzó a divisar una especie de altar, en ruinas también, era una estructura circular de piedra con dos o tres monolitos a los costados, la alta vegetación le impidió ver mucho más detalle, pero en seguida pensó que sería una muy buena locación para filmar una película de terror. Volvió a pisar el acelerador y siguió su camino, se sentía aliviado porque en unos cinco kilómetros más se encontraría con el camino de ripio que le había indicado el playero de la estación de servicio.