Escrito con sangre

III

Casi sin darse cuenta Dalmiro ya estaba pisando la entrada de la casa. Habría hecho unos dos o tres kilómetros desde que tomó el camino de ripio. La entrada al parque del frente era de un estilo antiguo, había un portón doble de rejas altas y gruesas, amurado a un gran paredón de piedra o roca rústica, parecía una muralla china impenetrable. Se veía un camino de adoquines desde el portón de rejas hasta la entrada propiamente dicha, de la casa. El pasto estaba alto y salvaje, le hizo recordar a la iglesia que había visto kilómetros atrás. Así y todo se llegaba bien a la casa porque el camino era del ancho de un auto aproximadamente y estaba despejado de malezas. Se bajó del Ford, se acercó a la reja y sacó el manojo de llaves que le habían dado en la inmobiliaria. Comenzó a probar las llaves hasta que una abrió el candado de la cadena que rodeaba y aseguraba el portón. Dalmiro retiró la oxidada cadena y comenzó a abrirlo. El rechino de los goznes del portón le hizo doler los dientes, evidentemente no había sido abierto en  años. Subió al auto y entró. Despacio y siguiendo el camino adoquinado llego a la casa en poco menos de cincuenta metros de trayecto. Bajó del auto y se quedó contemplando la fachada de la imponente casa “embrujada” durante un buen rato. Era una antigua y de dos plantas, tipo colonial podría decirse. La planta baja era totalmente de piedra, había una corta escalera de madera (parecía dura, roble o nogal, estaba muy deteriorada por el tiempo) que llegaban a la puerta de entrada. Una puerta alta, de madera maciza también, con un clásico llamador de hierro grueso en el medio, simulaba una cara rara y de la nariz le salía una argolla que era lo que se usaría para llamar. Se veía una ventana grande a la derecha de la puerta y una serie de ventanas angostas y verticales a la izquierda que llegaban hasta la planta alta, seguramente iluminan una escalera interior pensó Dalmiro. La planta de arriba era de madera, parecía ser de la misma madera de los escalones de entrada. A la vista, la fachada de la casa era muy imponente y bella, pero el estado general excepto la parte de piedra, era resquebrajado y ruinoso. La planta alta tenía rajaduras en sus paredes, había dos ventanas grandes a los lados con los vidrios rotos y techo de tejas a dos aguas. Faltaban varias, en el piso, en los alrededores de la casa, había tejas caídas y rotas.

—¡Ja!, Amityville es un bebe de pecho al lado tuyo eh… —se escuchó decir en voz alta, mientras miraba extasiado tremenda fachada.

Dalmiro se acercó a la puerta de entrada, volvió a sacar el manojo de llaves y se puso a probar a ver cuál habría. La segunda opción dio resultado, giró la llave y abrió la puerta, empujó la hoja de pesada madera y otra vez, como en el portón de calle, los goznes de la puerta chirriaron produciéndole sensación de frío en los dientes. Entró a la casa. A su izquierda, como había imaginado, había una escalera de madera que llevaba a la planta de arriba. Algunos escalones estaban rotos, descascarados y había olor a humedad y moho. La baranda de la escalera que subía estaba rota y astillada en algunas partes, parecía haber sido “mordida”, pensó extrañado Dalmiro (por una gran boca además). Había una puerta bajo la escalera que sería una especie de cuarto de limpieza imaginó. Al frente divisaba un arco que llevaba a la cocina, se veía una mesada al fondo de esta y otra puerta que llevaría al patio del fondo o parque exterior de la casa seguramente. En general se veía bastante mal tratada por el tiempo y la humedad, los pisos era de baldosas antiguas, algunas rotas, otras manchadas con charcos marrones de algún líquido que ya se había secado hacía tiempo. Las paredes estaban descascaradas, faltas de mampostería, agujereadas y rotas en diferentes zonas. Algo que le llamó mucho la atención fue ver en una de las paredes tres rajaduras juntas, como hechas por una “garra” de algún animal grande (sonriendo Dalmiro pensó si sería el mismo animal que mordió la baranda de la escalera...). A la derecha había otra puerta de madera medio deteriorada también, como detalle extraño Dalmiro notó que tenía u crucifijo colgado en la mitad superior de la puerta, hacia esa puerta se dirigió en primera instancia. Cuando la abrió se encontró con un gran estudio, una antigua biblioteca con cientos de libros viejos y polvorientos cubrían una pared entera del cuarto, al frente había una ventana grande con los vidrios muy sucios, vidrios sucios pero increíblemente intactos. A su derecha se situaba otra ventana, la que había visto desde el frente de la casa. Bajo la ventana de enfrente a él había un escritorio antiguo también, tanto como la biblioteca probablemente, de madera tallada con raros relieves, sobre éste había un velador de bronce lustrado, hermoso, también se veían algunos papeles arrugados sobre el escritorio y otros en el piso, junto con una gran masa de polvo y telarañas por doquier. Lo mejor que vio fue sobre el escritorio una vieja máquina de escribir, una vieja “Olivetti”, que fabuloso pensó Dalmiro, adiós notebook, aquí voy a escribir con esa Olivetti, se dijo a sí mismo sintiendo casi que podía sentarse ya a escribir su nueva novela.




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