Dalmiro estaba totalmente abstraído en su novela, ya había escrito todo el primer capítulo de un tirón y arrancaba el segundo, la jarra de café estaba por la mitad (pero fría). No podía creer que finalmente el bloqueo se había esfumado, que gran noticia, que gran idea la de su editor de haberle insistido en este viaje. Estaba sorprendido por su ductilidad para volver a escribir como si hubiera terminado ayer su última novela. Sabía que la creatividad nunca lo había abandonado, solo estaba encerrada en una oscuridad mental que duró un año y medio.
Mientras escribía, no se percató de que en la ventana a su derecha, sobre el escritorio, había una extraña sombra del lado de afuera observándolo a través del vidrio. Era una silueta bastante peculiar y aterradora. Con una de sus grandes garras hizo un rayón sobre el vidrio, el chirrido que generó logró desconectar a Dalmiro de su tarea y lo hizo mirar hacia allí instintivamente. No vio nada. La silueta ya no estaba. Se dispuso a seguir tipeando cuando de pronto el ronroneo de fondo que lo acompañaba cesó súbitamente y todas las luces de la casa, se apagaron. El maldito generador se paró, pensó Dalmiro.
Con pocas ganas se levantó y tanteando en la oscuridad buscó la caja de fósforos que tenía para encender la cocina. Antes de encontrarla, volvió a escuchar un ruido agudo, como si alguien rosara el vidrio de la ventana con varias puntas de diamantes, pero la oscuridad era tal que no distinguió nada, encontró los fósforos y encendió uno. Miró hacia la ventana y nada. Fue hasta la cocina y buscó entre los cajones. Supuso que en un lugar así habría varios paquetes de velas, sobre todo si se depende de un generador que de pronto deja de funcionar. Buscó en varios cajones de la mesada y finalmente encontró un manojo de tres o cuatro velas a medio derretirse. Encendió una de las velas y se dispuso a ir al fondo de la casa a revisar el generador. La idea realmente no le agradaba demasiado, pero que otra opción tenía. Salió y haciendo cucharita con la mano derecha delante de la llama se dirigió al cuarto de herramientas. Al pasar por delante de la fuente no se dio cuenta que la Gárgola no estaba. Pasó apurado intentando que no se le apague la vela. Después de tropezar entre tumbas y ramas, llegó al generador. Dejó la vela a un lado y tiró de la perilla que encendía el motor. Un intento..., dos intentos..., tres intentos y, después de escupir grandes masas de humo negro por el escape, el generador comenzó a marchar nuevamente. Las luces de la casa parpadearon y volvieron a encenderse. Aliviado, dio una rápida mirada al generador, todo parecía normal, agarró la vela y se apresuró a volver a la casa. Al pasar delante de la fuente (la Gárgola misteriosamente volvía a estar en su lugar) percibió un raro olor, fétido, azufrado. Sin mayor atención entró a la casa. Aprovechó el break obligado para volver a hacerse café. Mientras enjuagaba la taza se sobresaltó al escuchar claramente, unos pesados pasos en la planta alta (el piso de madera resquebrajado delataría hasta a un gato). Algo nervioso, se acercó a la base de la escalera a mirar hacia arriba.
—¿Hola? —Nada.
—¡Basta pelotudo!, te compenetraste demasiado, ya tenés delirios paranoicos... —escuchó decirse en voz alta.
Volvió a la cocina riéndose en voz baja y se sirvió una taza de café. Entró al estudio y se dispuso a seguir escribiendo. Un poco le dolían los dedos, por la falta de costumbre de usar una máquina de escribir tradicional. Pero estaba demasiado creativo como para irse a dormir. Ni bien apoyó las manos sobre la Olivetti, las luces comenzaron a parpadear nuevamente, el ronroneo de fondo ahora era como una tos perruna.
—¡No, no, no, de nuevo no! —gritó desesperado.
Pero pasó. Parpadearon las luces, el generador roncó, tosió y continuó su marcha monótona y decidida. A Dalmiro casi se le escapó una lágrima de alivio.
La silueta volvió a aparecer en la ventana, esta vez se divisaba bien con las luces encendidas a través de los vidrios, era sin duda alguna la Gárgola de la fuente. Su piel ya no era de piedra, parecía piel de rinoceronte, gris, dura y arrugada, sus colmillos gruesos y filosos sobresalían de su boca hacia arriba como en un jabalí, sus alas vampirescas terminaban en garras con uñas poderosas. Dalmiro comenzó a percibir de pronto el mismo olor fétido que había percibido en la fuente, giró la cabeza hacia la ventana y ahora si la vio. La Gárgola, en posición de ataque se disponía a atravesar el vidrio de un golpe, Dalmiro llevó su brazo instintivamente en forma defensiva hacia su cabeza. Los vidrios estallaron estrepitosamente en mil pedazos, Dalmiro sintió como le penetraban en todo el cuerpo pequeñas esquirlas de vidrio y su piel se laceraba masivamente. Cayó al piso, la Gárgola atravesó la ventana rota y lo enfrentó con todo su porte, con las alas abiertas casi no entraba en la habitación. El terror se apoderó de Dalmiro y arrastrándose por el piso con manos y piernas se topó con la pared a su espalda. La Gárgola avanzada decidida contra él, con las garras abiertas y sus colmillos sedientos de sangre. Dalmiro desesperado comenzó a tantear la pared a sus espaldas en busca de una salida. La Gárgola ya estaba encima de él, era el final...