La tormenta empezó justo cuando Clara cruzó la puerta de la vieja casa.
El viento sacudía las ventanas con fuerza y, cada tanto, un relámpago iluminaba todo por unos segundos, como si alguien encendiera y apagara la luz del mundo a propósito. No tenía claro por qué había vuelto. Tal vez por la carta anónima que encontró en su buzón —una hoja amarillenta con una sola frase: “Tu historia aún no termina.”— o quizás por esa extraña sensación de que algo la estaba llamando desde adentro.
El aire estaba cargado de humedad y polvo. Cada vez que respiraba, sentía la garganta áspera, como si tragara pedacitos de tiempo viejo. La linterna le temblaba en la mano; no por la tormenta, sino porque sus dedos no paraban de temblar. Las tablas del piso crujían bajo sus pasos con un sonido hueco, inquietante.
Era como si la casa respirara.
Como si supiera que ella había vuelto.
Entró al estudio, que siempre había sido la habitación más fría. Los muebles estaban cubiertos con sábanas grises, y de la chimenea apagada salía un olor a ceniza vieja. Sobre un escritorio de madera gastada, había algo que no recordaba haber visto antes: una pluma negra y brillante, como si recién la hubieran mojado en tinta fresca.
Al lado, un cuaderno abierto mostraba una frase escrita con una letra elegante y firme:
“Toda historia merece un final.”
La punta de la pluma goteaba un líquido espeso, oscuro, casi negro… pero con un brillo raro, como si no fuera tinta normal. Aun así, dio un paso más. Y, sin pensarlo demasiado, estiró la mano y la agarró. Estaba tibia. Tibia como la piel de alguien vivo.
La linterna titiló. Un trueno sonó tan fuerte que las paredes vibraron. De repente, la puerta detrás de ella se cerró de golpe.
—¿Hola? —susurró, aunque sabía perfectamente que no había nadie para contestar.
El silencio era tan espeso que casi podía sentirlo.
La pluma empezó a temblar. Una gota del líquido oscuro cayó sobre el cuaderno y, sin que nadie la moviera, comenzó a escribir sola. La letra era segura, firme… como si una mano invisible estuviera decidiendo su destino.
“Clara entró a la casa… y no volvió a salir.”
El corazón le golpeaba el pecho con fuerza. Retrocedió, tratando de soltar la pluma, pero no podía: era como si sus dedos estuvieran pegados a ella. La tinta seguía extendiéndose palabra tras palabra, como si la historia ya estuviera escrita desde antes de que ella llegara.
Un susurro recorrió la habitación. No era el viento. Era una voz baja y seca, que le rozó el oído como un aliento helado:
“Bienvenida, autora.”
La linterna se apagó.
La tormenta paró.
Y la pluma… siguió escribiendo.
Editado: 08.10.2025