El amanecer no trajo tranquilidad.
Cuando Clara abrió los ojos, vio la pluma sobre su mesa de noche. Estaba ahí… aunque ella juraría haberla dejado en el estudio. La punta tenía una mancha oscura. No era tinta.
No recordaba cómo había llegado a su cama. Lo último que tenía grabado en la memoria era esa voz susurrando “Bienvenida”, justo antes de que todo se apagara.
Afuera, el viento matutino golpeaba las ventanas. La tormenta había desaparecido como si nunca hubiera pasado. Pero la casa… se sentía diferente. Más oscura. Más silenciosa. Como si estuviera despierta.
Con el corazón acelerado, agarró la pluma con una servilleta y bajó al estudio. El cuaderno seguía ahí, abierto sobre el escritorio. La frase de anoche ya no estaba sola: alguien —o algo— había escrito más.
“Y cuando Clara abrió los ojos… la historia comenzó.”
—Esto no es real —susurró—. No puede ser real.
Pero la tinta seguía fresca.
Respiró hondo, tratando de calmarse. Agarró un marcador, se sentó frente al cuaderno y, como si necesitara comprobar que no estaba loca, escribió en una esquina:
“Un cuervo entra por la ventana.”
Apenas terminó la última palabra, un golpe seco la hizo saltar. La ventana se abrió de golpe y un cuervo negro irrumpió batiendo sus alas, llenando todo de plumas. Clara retrocedió con un grito ahogado, sintiendo cómo el corazón le explotaba en el pecho.
La pluma brillaba.
La frase desapareció.
El cuaderno volvió a estar en blanco.
—No… no puede ser —murmuró, temblando.
Se secó las lágrimas con la manga. No era casualidad. No era un truco. Lo que escribía con esa pluma… pasaba de verdad.
Un escalofrío le recorrió la espalda cuando recordó lo que había visto la noche anterior:
“Clara entró a la casa… y no volvió a salir.”
El cuervo la miraba desde el marco de la ventana, quieto, con esos ojos oscuros y brillantes, como esperando una orden. Como si ya fuera parte de su historia.
Sin pensar demasiado —o tal vez impulsada por el miedo—, escribió otra línea:
“El cuervo desaparece.”
El ave se desvaneció frente a ella, como si se deshiciera en humo negro. El silencio volvió, pesado. Y Clara sintió que la casa respiraba otra vez… esta vez más cerca.
De pronto, la pluma empezó a moverse sola, escribiendo a toda velocidad, con trazos duros y torcidos:
“Alguien debe morir.”
—¡No! —gritó, intentando cerrar el cuaderno, pero la tapa no se movía.
La tinta se expandía sobre la página como sangre fresca, formando letras más grandes:
“UN NOMBRE.”
La garganta se le cerró. Sabía lo que la pluma estaba pidiendo. Sabía que no iba a parar hasta que obtuviera lo que quería.
Apretó la pluma con fuerza. Y sin entender bien cómo ni por qué… escribió un nombre.
Un nombre real.
Alguien que no merecía morir.
Y la tinta… sonrió.
Editado: 08.10.2025