Clara no recordaba cómo salió de la casa de Laura.
Solo el sonido de la lluvia golpeando su cara, sus manos temblorosas y la certeza de que algo —o alguien— la había seguido.
La sombra no era solo una visión.
La sentía detrás de cada paso.
Cerró la puerta de su casa con fuerza, echó el pestillo y se apoyó en ella, tratando de recuperar el aire. Todo estaba oscuro. El corte de luz seguía, y la tormenta parecía no tener fin. Buscó una vela, la encendió con dedos torpes y la llama tembló igual que su respiración.
Entonces lo escuchó.
“Clara…”
No era un eco. No era su imaginación.
La voz venía desde su habitación.
—No… no… —susurró, negando con la cabeza.
Entró lentamente, con la vela en alto. Sobre el escritorio, la pluma descansaba como siempre… solo que esta vez no estaba quieta. Se balanceaba suavemente, como si una mano invisible la moviera al ritmo de una respiración.
“Ya no puedes escapar.”
La voz no tenía un tono humano. Era áspera, profunda, como si saliera de dentro de sus propios huesos. Clara retrocedió, pero la puerta se cerró sola detrás de ella con un golpe seco.
El cuaderno sobre la mesa se abrió de golpe. Las páginas pasaron solas, una tras otra, como si alguien las hojeara desde adentro.
Y en la página final, comenzó a escribirse un texto nuevo… letra por letra.
“Ella no murió por accidente.”
—¡Basta! —gritó Clara, empujando el escritorio—. ¡Basta!
Pero la tinta siguió corriendo, formando palabras aunque la pluma no tocara el papel.
“La historia no necesita tu permiso.”
Clara se llevó las manos a los oídos, intentando bloquear el susurro que se colaba por cada rincón de la habitación. La voz se duplicó, se triplicó, como si hablara desde las paredes, desde su respiración, desde adentro de su cabeza.
“Solo una historia puede borrar otra.”
La vela se apagó. La oscuridad la envolvió.
La única luz provenía del cuaderno, que brillaba débilmente con un resplandor rojizo.
“Escribe.”
El susurro era ahora claro, preciso.
La pluma flotaba frente a ella, ofreciéndose como una serpiente paciente. Clara retrocedió hasta chocar contra la pared. El aire se volvió espeso, helado. No podía respirar.
“Si no escribes tú…”
“…ella escribirá por ti.”
La vela encendida cayó al suelo. Clara cerró los ojos, y la voz se deslizó dentro de su mente como tinta derramada:
“Tú eres la siguiente autora.
Editado: 22.10.2025