Escritober (reto de octubre)

Día 4: Secreto

Narra Diana

 

Todo el mundo tiene algún secreto, por insignificante o pequeño que sea. Después de todo el mundo está, en gran parte, construido por ellos. Se esconden en cada recoveco, en cada persona, en cada gesto. Habitan en los corazones, en cartas o en viejos desvanes cubiertos de polvo. Quizá no te des cuenta de que estás ante uno, y simplemente pasas de largo como si nada hubiera pasado.

Solo a veces logras descubrirlos, destapar ese velo y revelar aquello que custodian. A veces, aunque los persigas, aunque intentes alcanzarlos, no pueden ser desvelados. Se disfrazan y escapan para que no puedas atraparlos. Se enredan en mentiras o en agudos silencios que solo sirven de escudo.

Hay muchos tipos de secretos. Pueden ser alegres, oscuros o llenos de dolor y pena. Algunos están ahí por egoísmo o por miedo. Otros se construyen para protegernos, pues lo que ocultan puede ser voraz y arriesgado.

Mis dedos acarician con delicadeza aquella foto de mis padres que a veces miro. Es ya víctima del tiempo y sus esquinas están arrugadas, pero los rostros de mis progenitores siguen ahí, congelados para siempre en unas sonrisas eternas. Ellos también tenían su secreto. Uno peligroso, por el que tuvieron que renunciar a muchas cosas aunque doliese. Por el que tuvieron que luchar con sangre y lágrimas. Por el que tuvieron que huir cuando se descubrió, porque el mundo era ruin e injusto.

Yo misma fui su secreto, en un pasado que hoy ya queda muy atrás. Fui el fruto de un amor prohibido. Nací del cariño incondicional de dos personas a las que el mundo no dejaba estar juntas por ser de razas diferentes. Razas enemigas, que estaban destinadas a odiarse. A matarse. 

—Algún día te contaré la verdad —decía siempre mi madre, con aquellos ojos azules que estaban siempre inundados por la tristeza.

Cuando mi padre huyó a su reino, roto por un amor que no podía ser, que no tenía futuro, yo me quedé sola con mi madre. Era tan solo un bebé que no entendía nada. Que no tenía culpa de haber nacido en tiempos de guerra, odio e injusticia. Que solo lloraba, ajeno al mundo. Que ya no tendría un padre con el que vivir aventuras.

De ahí, el secreto se hizo mayor, enredándose en sí mismo. Cuando crecí, mi madre me ocultó mi procedencia. Nadie más en el mundo parecía recordar nada. Todo se convirtió en un secreto para proteger a un reino herido que decidía esconderse y lamerse las heridas. Los humanos perdieron todo recuerdo de los otros seres. Excepto mi madre, que lloraba cada noche por aquel aquel amor perdido.

Para que no sufriese... o más bien para que no quisiera buscar a mi padre, ella me ocultó que sangre élfica corría por mis venas. Que mis orejas casi puntiagudas, que creía anormales, no eran un defecto que me hacía especial. Que aquella sensación de no pertenecer a mi reino era tan solo porque era alguien diferente.

Y ella, mientras, siguió consumiéndose por aquel secreto y aquella depresión que se había quedado impregnada en su alma.

Aquel secreto empezó a quebrarse cuando mi poder despertó. Cuando la bestia emergió y me ahogué en mi propio miedo. Cuando perdí todo lo que creía y mi mundo dejó de tener sentido. Aquel poder por el que tuve que huir de mi reino.

Y tiempo después, entendí qué era. Y lo comprendí todo.

Los semielfos, maldecidos por los dioses y odiados por elfos y humanos.

Los semielfos, aberraciones y errores para el mundo.

Los semielfos, monstruos que la gente buscaba y exterminaba.

Los semielfos, criaturas que tuvieron que huir y exiliarse para poder sobrevivir.

Y aquel era el secreto que mi madre nunca pudo decirme. El que yo misma tuve que perseguir para descubrir sus entrañas. Para saber quién era en realidad.

No me dijo que mi padre era un elfo, que huyó a la otra orilla del mar. No me confesó, hasta que yo lo descubrí, que tenía aquel poder. ¿Cómo iba a decírmelo siquiera? El mundo había olvidado. Los recuerdos se habían desvanecido de todo el reino y solo quedaban huellas difusas que nadie sabía descifrar.

Hoy todo eso quedó atrás. Aquel secreto que mis padres guardaron murió para siempre, quedándose tan solo en una historia más. Hoy solo quedo yo, reliquia del amor que tuvieron. El mundo ya ha cambiado, y no puedo estar más agradecida por todo lo que me dieron. Por darme la vida, por seguir amándose aunque el mundo les mirara con malos ojos.

Sé que aquel amor que los unió aquella vez sigue vivo dentro de mí, pues es por él por lo que mi corazón late hoy. Y sé, con certeza, que sus almas están unidas en las mismas estrellas. Que buscarán nuevas aventuras y reinos entre las nubes, allá donde ya nadie pueda juzgarlos. Amándose tanto como siempre.

Sonrío, mirando al cielo. Aunque algunos secretos se deshagan y dejen de ser, sé que se crearán otros muchos.

Porque tener secretos es algo que todos tenemos en común.

 



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En el texto hay: relatos

Editado: 31.10.2020

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