Narra Dorian
Cuando les preguntan acerca de algún recuerdo inolvidable, todos suelen hablar de increíbles viajes o de la primera vez que conocieron al amor de su vida. De alguna escapada con amigos rebosante de risas y aventuras. De la vez en la que alcanzaron por fin alguna meta o un sueño que parecía lejano e imposible.
En definitiva, de multitud de experiencias emocionantes que quedarán incrustadas en sus corazones para siempre.
En mi caso, mi recuerdo inolvidable está recubierto de miedo y muerte, de amor y vida. Tiene sombras alrededor pero está tejido de la luz más hermosa jamás vista.
Recuerdo mi propia muerte como un sueño distorsionado y borroso. El agudo dolor que me atravesó, el frío que mordió cada recoveco de mi cuerpo. Y después el fúnebre silencio y el sentimiento de que todos mis pensamientos se vaciaban, llenando mi mente de irrealidad y deformación. No sabía quién era, ni qué me había pasado, ni dónde estaba. Fueron segundos donde perdí toda razón y consciencia y me sumergí en una eterna noche.
No morí inmediatamente, pero sentía vaciarme. Notaba estar en un pacífico sueño eterno en el que la misma Muerte me miraba a los ojos con esa mirada espectral, aguardando paciente y silenciosa a tomarme entre sus brazos y llevarme con ella.
Sin embargo, cuando parecía que finalmente cada célula de mi cuerpo se había apagado, cuando sentí caerme en el abismo más frío oscuro y ser atrapado por las garras de la Muerte... Apareció la luz.
Era cálida como un abrazo y fraternal como una madre. Ardiente cuando empezó a besar mi piel, lamiendo mis heridas con la delicadeza de una flor. Vivaz cuando me llenó de ella.
Y supe, sin ninguna duda, que aquella luz procedía del Corazón de Álfur. Que mis amigos me habían traído hasta ahí porque no querían que me fuese. No aún. Que querían vivir muchas más aventuras juntos y ver los más bellos amaneceres. Así que acepté esa luz y dejé que me recorriese.
Ella me devolvía la vida que se estaba extinguiendo de mi ser. Abrazó mi alma con ternura y la volvió a coser en mi cuerpo antes de que escapara del todo, alejándome así del rostro tranquilo de la Muerte. Me tejió de nuevo, reconstruyendo cada resquicio. Volviéndome a unir otra vez. Regalándome nuevos latidos. Dándome una nueva oportunidad.
Fue ella, la Magia, la que me devolvió el aliento.
Y yo sentí renacer. Fue una experiencia extraña... Noté un impulso hacia arriba, como si algo me hubiera dado un empujón. Y luego fue como despertar de un sueño abstracto e indefinido que te deja un gusto extraño. Tu cabeza empieza a ser un lío y te desorientas como si no entendieras qué haces allí. Hasta que lo comprendes todo y tu memoria regresa.
—¡Dorian! —La voz de mis amigos pareció traerme de vuelta del todo y empecé a recordar.
Ellos estaban ahí, con ojos llorosos y enrojecidos. Temblando. Sufriendo por mí. De mi garganta solo salió un susurro de duda. Mis músculos estaban entumecidos.
Sentí mi cuerpo hormiguear, como si miles de insectos corrieran por mi cuerpo a una gran velocidad. Una sutil electricidad me envolvía y parecía darme unas vivaces energías con las que podría dar la vuelta al mundo corriendo si quisiera.
En cierto modo, aunque no me di cuenta, lo supe.
Ahora mi cuerpo tejido de magia.
Había muerto humano, pero había renacido como un ser mágico.
Así lo quiso el Corazón de Álfur. Así lo dictó el destino.
—¡No vuelvas a hacer eso! —gritó Eliel, con ojos húmedos—. ¡Eres... eres un imbécil!
Un sollozo la rompió y yo supe entonces cuánto había estado sufriendo. Cuánto le importaba.
El beso llegó enseguida, fugaz como un rayo. Ella posó sus labios sobre los míos, con urgencia, y pensé en ese instante que aquel contacto hizo mucha más magia que lo anterior. Empezó a robarme el aliento que el mundo me había devuelto. Se fundió con mi cuerpo, queriendo beber más de mi ser. Yo la estreché entre mis brazos, asegurándole que no volvería a marcharme. Que a partir de ahora me quedaría siempre a su lado y no dejaría que nada ni nadie nos separase. Me fundí en su beso y sentí perderme de nuevo.
—Te quiero, imbécil... —susurró, contra mi boca, antes de perderse de nuevo en mis labios.
No me dejó responder, pero la apreté contra mí. Una oleada de calor me recorrió por aquello. Una felicidad tan grande como el cielo me abrigó y me hizo sentir el hombre más afortunado del mundo. Había regresado y ella estaba allí, esperándome. Queriéndome tanto como yo la quiero.
Ella, tan fría y distante como el invierno.
Y a la vez tan cálida como el verano.
Aquel beso fue lo que más adoré de este inolvidable recuerdo. Fue un beso que a veces regresa a mis labios como un cosquilleo intruso en los momentos más inesperados. Un beso que intento rememorar cuando nuestras bocas se buscan de nuevo, cuando nuestras pieles se rozan con ardor. Cuando olvidamos el resto del mundo y nos derretimos en los brazos del otro.
Mi recuerdo inolvidable está repleto de besos y abrazos bajo la atenta mirada de la misma Magia.