Narra Diana
Cuando la noche llega y todo se tiñe de oscuridad, a veces regresan a mí los fantasmas del pasado. Son recuerdos que parecen cobrar vida cuando el sol se oculta. A veces me descubro pensando en las cicatrices ya cerradas que recorren mi alma. Experiencias que me dejaron vestigios de duda y dolor. Otras pienso en el rastro y el vacío que dejaron mis padres cuando se fueron de este mundo. Son huellas que no han desaparecido, y que quizá no lo hagan nunca.
Pero él está ahí para iluminar mis noches de angustia. Para sustituir el miedo y aquellos fantasmas por caricias y besos. Hino parece ser el día, cálido y agradable.
Yo soy la noche.
—¿Estás bien? —pregunta, mientras sus dedos recorren mis mejillas.
—Sí —respondo, para no preocuparlo—. A veces en las noches me siento... nostálgica.
—Me pasa lo mismo —dice, acercándose más a mí para envolverme en sus brazos—. No temas, yo estoy aquí. Siempre lo estaré. Te acompañaré pase lo que pase... y me encargaré de echar todo lo que te haga sentir triste.
Sonrío.
—Quiero dejar de pensar... Quiero sentirme feliz, porque no hay nada de lo que temer ahora.
Quiero que se desvanezcan estas sombras que parecen no irse. Quiero llenarme de luz. Quiero ver que de verdad que ya nada malo podrá pasarnos. Que está todo bien, todo en su lugar. Que todo ha pasado ya.
—Hay una buena forma para ello —susurra, y yo reconozco enseguida a lo que se refiere. El corazón me da un pequeño vuelco, y la vergüenza se tiñe en mis mejillas.
—Qué bobo eres —bromeo, y una sonrisa de desafío se dibuja en mi rostro. Me muerdo el labio, en un gesto que en él no pasa desapercibido.
Me aferro más a él y beso su cuello, dándole permiso. Dejándole claro que quiero que me ayude a apartar estos fantasmas. Que me recorra con sus besos hasta borrar las heridas que quieren abrirse. Que me ilumine en las noches más oscuras.
Cuando me besa, siento aquel bálsamo capaz de desintegrar todos mis miedos y que me hace estremecer. Nuestros labios quedan sellados, y el resto del mundo se deshace como la arena. Al principio es dulce y tierno. Suave como la brisa de primavera. Cálido como el sol.
Pero cuando nuestras manos empiezan a recorrer el cuerpo del otro, perdiéndose y queriendo descubrir la piel que la ropa esconde, los besos suben de intensidad. Se convierten en un fuego que amenaza con devorarnos. Y yo quiero que lo haga. Quiero sentirlo, ardiente pero repleto de cariño. Él me alza por las piernas y yo me aferro a su cuerpo con fuerza. Reconozco el deseo ardiéndome en la piel, como el sol del más caluroso verano. Mi corazón se acelera y quiere ir al ritmo de nuestros labios. Profundizo el beso, perdiéndome en su boca, queriendo derretirme en él.
Suelto una risa cuando me tiende sobre la cama, antes de volver a mi boca. Él también ríe, entre beso y beso. Y cierro los ojos cuando recorre mi cuello, dejando la estela de sus besos de miel. Pronto la ropa empieza a ser un estorbo, pues se interpone entre nuestros cuerpos que quieren más. Por eso dejo que saque una a una mis prendas, y él me deja hacer lo mismo. Con suavidad, con una fingida paciencia que en realidad oculta una imperiosa necesidad de arrancarnos la ropa. Nos quedamos expuestos, pero no hay timidez. Solo amor.
Su cuerpo sobre el mío me hace estremecer. Su contacto ardiente despierta más emociones que empiezan a recorrerme, a llenarme de amor y deseo. Me pierdo, pero quiero perderme. Me desvanezco, pero quiero hacerlo para revivir en su piel.
Un suspiro hondo sale de mis labios cuando besa cada recoveco de mi cuerpo, arrancándome agradables escalofríos. Sus caricias son delicadas pero siento enloquecer cuando repasan mis contornos. Esta es una noche solo para nosotros. Para nuestros besos. Para nuestro amor.
Esta noche, quiero quesea inolvidable. Y quiero pasarla entre sus brazos.
Nuestros cuerpos se pegan, con ternura pero sin dudas, y yo siento entrar en un nuevo mundo. Tengo la necesidad de esconder mis mejillas entre mis manos, que siento arder. Pero él me lo impide y me sonríe, recordándome que todo está bien. Que me ama. Que nada importa. Que no pasa nada.
Y nos perdemos. Y nos convertimos en suspiros robados, caricias de fuego y besos que saben a travesura. Y nos enredamos entre las sábanas y nuestros cuerpos, que queman. Que se necesitan. Que se buscan. Que se recorren y se encuentran. Nos estrechamos con fuerza hasta dejarnos la piel en el otro, para dejar nuestras huellas y sentirnos aún más cerca. Nosllenamos del otro, y nos robamos el aliento. Nuestras almas unidas nos hacen sentir parte de lo que el otro siente, regalándonos sensaciones nuevas, creando nuevos mundos solo para nosotros. Haciéndonos estallar una y otra vez. Me estremezco y él se estremece. Me fundo en su boca y él se funde en mi cuerpo. Le beso y él me besa con locura.
Hay delicadeza. Hay pasión. Hay amor. Hay palabras de por medio, donde arrancamos a veces nuestros nombres de los labios del otro. Hay caricias que me matan y me hacen revivir entre sus brazos.
Y cuando nos derrumbamos encima de las sábanas, jadeantes y agotados, damos gracias a esta noche por haber existido. Me abrazo a él con fuerza, con las mil sensaciones que me ha regalado aún palpitando en mi cuerpo. Triste por haber acabado pero feliz porque podemos volver a encontrarnos cuando lo deseemos.
Él besa mi frente y acaricia mi piel con ternura, como si sus manos quisieran recordar todo lo que han vivido esta noche. Entierro mi cara en su pecho, donde parece que nada podrá hacerme daño.
Me quedo dormida con el palpitar de su corazón y sus dulces susurros.
Los fantasmas ya no están.