Narra Eliel
Cuando las flores vuelven a nacer y expanden sus colores. Cuando las plantas vencen a la nieve y se levantan, orgullosas. Cuando la naturaleza despierta después de meses de letargo. Cuando los animales regresan y vuelven a recorrer los cielos, la tierra y el agua. Cuando la calidez invade cada rincón y espanta al frío.
Es entonces cuando la primavera nace y todo se llena de color y vida. Verde. Vuelve el verde y los mil colores de las flores. Vuelven los aromas agradables y el calor. La ternura de la naturaleza y las brisas que ya no te hacen estremecer de frío.
Nadie diría que yo, la chica de hielo, amase tanto la primavera. Muchos me relacionan con el invierno: fría y reservada. Pero lo cierto es que mi estación favorita es aquella en la que todo vuelve a ser verde, cálido, agradable. Quizás por ser una elfa con el don de la tierra, y noto la felicidad de las plantas que vuelven a renacer. Que percibo en mi piel la vida que late tan fuerte.
O quizás porque la primavera sabe a infancia. Aún recuerdo mis paseos por las praderas, de la mano de mis padres. A las hadas jugando con mi pelo y decorándolo con flores. A las risas de los duendes que volaban junto a ellas. Fue en esta estación cuando mi poder de la tierra se manifestó. Cuando pude escuchar el susurro de los árboles y acercarme a los secretos que las plantas custodian. Cuando la tierra me dio permiso para transformarla.
También recuerdo el jardín de mis padres, donde pasaba las tardes de primavera mirando al cielo y contándole historias a las flores. En primavera, aquel lugar se llenaba de color y luz. Tonos azulados, rosados, y violetas conquistaban cada centímetro, acompañando a los intensos verdes. Yo ayudaba a cuidar de todas las plantas y mis padres veían orgullosos cómo aprendía a apreciarlas. Eran tiempos felices que me gustan rememorar. Fueron épocas a las que, por mucho tiempo, quise regresar porque no soportaba lo que había hecho el tiempo conmigo.
Hoy, sin embargo, no quiero regresar porque significaría renunciar a lo que hoy tengo.
—¡Date prisa, el festival ya ha comenzado, Eliel! —dice Diana, entusiasmada.
—Casi estoy, no te impacientes —respondo. Me coloco la corona de flores que solemos llevar en estas festividades y me miro al espejo.
Cada equinoccio de primavera, Álfur se viste de fiesta. La alegría recorre las aldeas y los bosques, haciendo desaparecer las malas vibras o malos sentimientos. Todos nos reunimos para celebrar el nacimiento de un nuevo ciclo y damos las gracias a la naturaleza por protegernos y cuidarnos. Damos culto a la tierra y a las plantas, pero sobretodo ala diosa de la vida que nos ha dado todo lo que hoy tenemos.
Es un festival que también disfrutaba en mi infancia. Me unía a los niños de mi aldea y le cantábamos a los árboles, llenos de luces, cogidos de las manos. Luego comíamos tanto que nos acababa doliendo el estómago, pero no faltaban las risas.
En mis años grises, cuando estaba herida en mi orgullo y llena de cicatrices recientes, dejé de asistir, pues odiaba estar con los demás. No quería ver a nadie, pues aún estaba asegurando el muro que creé a mi alrededor. Y mientras tanto, esos recuerdos del ayer se tiñeron de tristeza y melancolía. Se alejaron para quedarse en una eterna primavera a la que no podía regresar.
Acabé yéndome de mi aldea, para no ver a todas las personas que me hicieron daño. Y fue así como me mudé a esta donde conocí a Diana y tiempo después a Dorian y a Hino. No me arrepiento de aquello.
Hoy sonrío, porque los recuerdos del ayer vuelven a ser felices, y la niña que fui puede asomarse de nuevo a mis ojos para ver como vuelvo a disfrutar del equinoccio de primavera. Hoy estoy con mis amigos y ya no me pesa el pasado. Hoy ya no soy aquella sombra triste y fría. Hoy quiero volver a disfrutar como aquella pequeña elfa que fui.
Por eso cojo la mano de Dorian, que me sonríe. Cuando llegamos al festival, me contagio de las risas de las hadas, de los elfos, de los enanos y los humanos. Todo tipo de criaturas se reúnen, dejando atrás las diferencias y el pasado. Hay música, hay flores. Hay banquetes y espectáculos. Hay bailes y bromas amistosas. Hay luces y decoraciones de vivos colores.
Hay felicidad, que me inunda y me llena.
La primavera es mi infancia y mi presente. La primavera es sinónimo de mi felicidad.