Narra Elidium
Hoy todo sale mal, como si la suerte hubiera echado a volar. Como si el mundo conspirase hoy para reducirme a tan solo una sombra. Parece como si los astros se hubiesen alineado y soltasen algún maleficio en este día horrible.
No sé cuántas veces hoy me han explotado mis propios hechizos y las pociones en mi cara, mientras entrenaba con mi magia. Como si hubiera vuelto a ser un aprendiz novato, aquel chiquillo que quería hacerse rápidamente poderoso. Las pociones se derramaron al suelo y al mezclarse toda mi habitación se llenó de un humo apestoso. Tuve que abrir la ventana y abandonar mi casa, y no faltaron las quejas de mis vecinos por el asqueroso olor. Escuché a alguien decir algo despectivo sobre los hechiceros, pero intenté ignorarlo para no ponerme aún más de mal humor. Luego, mientras entrenaba fuera con mi magia, empezó a llover torrencialmente, y acabé con mi túnica de hechicero empapada. Una túnica que, además, se manchó de barro rato después, porque obviamente tuve que resbalarme. Me entraron unas inmensas ganas de gritarle al cielo en busca de una respuesta de por qué tanta miseria en este día. ¿La respuesta del cielo? Un trueno que casi consigue erizarme la piel del susto.
El mal humor se refleja en mi rostro, así que intento no mirar a nadie a la cara mientras camino hacia casa, ignorando como la lluvia sigue calando por mis ropajes. Siento una mezcla de ira y tristeza por este desastroso día, e irremediablemente me echo la culpa por todo. Tengo el ánimo tan bajo que casi lo noto arrastrándose por el suelo. Tengo frío, hambre, sed y para colmo estoy seguro de que voy a acabar resfriándome, porque he estornudado ya varias veces.
Cuando siento que un fugaz pájaro deja caer una sorpresita sobre mi hombro, aprieto los puños e intento contenerme para no lanzarle un hechizo al animal, que no tiene la culpa tampoco. Me saco la túnica con furia y rozo la idea de conseguirme una nueva. Llego a casa con la ligera camisa pegada al cuerpo y mis pantalones y botas llenos de barro. Doy un portazo, que sé que Zulius escucha porque viene inmediatamente a la entrada.
—¡Estás hecho un desastre! ¡Pareces mi madre en sus peores días! —dice él, burlón, mientras se ríe. Normalmente me contagio de su risa pero hoy no es el día. Sé que mi aspecto le hace mucha gracia, porque no para de reír.
—El mundo ha decidido odiarme hoy, parece.
Zulius me observa de arriba abajo y noto un brillo extraño en sus ojos que sé reconocer perfectamente.
—¡Será mejor que te quites esa ropa mojada y te bañes! Yo puedo ayudarte con eso... —deja caer, con un tono que intenta ser dulce, pero que suena más travieso que otra cosa. Se acerca para intentar quitarme la camisa, pero lo paro enseguida.
—Hoy no estoy de humor, Zulius —digo, y él pone una fingida cara de mosqueo, como si fuese un niño al que le niegan algo.
Entro a mi habitación, en la que aún puede olerse el vestigio del desastre con las pociones, pero intento no pensar en ello. Me saco la ropa y la tiro al suelo, para llevarla a lavar luego. Saco de mi armario otros pantalones y un jersey, y me los pongo, sintiendo como mi cuerpo vuelve a entrar en calor.
Cuando salgo de mi habitación, Zulius me sorprende con una toalla en mano y me seca el pelo y la cara, con una ternura que no es propia de él. Me dejo cuidar, y siento que el mal humor va disipándose poco a poco por sus gestos.
—¿Y si nos tomamos un día de descanso para nosotros solos? —dice Zulius. Sus ojos, uno ámbar y otro azul, me miran con una ilusión de niño. Yo asiento.
Él se recuesta en el sofá, y me obliga a recostar mi espalda sobre él. Me envuelve con sus brazos y siento como la calidez de mi pareja me recorre y parece alejar las malas experiencias de hoy. Le cuento todo lo que me ha pasado, y escucho su risa suave, que hace vibrar su pecho.
—Mis padres solían decir cuando era pequeño que una vez al año existía un día donde los Elementos se sentían muy cansados y se tomaban un descanso. Con lo cual, no nos protegían de las cosas malas.
—Pues más que descansar, creo que los Elementos han montado una fiesta en la que no he salido ileso —replico, recordando la lluvia y el viento que casi me tira.
—Es algo acojonante, pero era solo una historia que se inventaron para explicar porqué nos pasan estas cosas. Yo no creo en la suerte, son solo coincidencias que nos pasan —dice—. Aunque cuando cae un buen vino en mis manos creo en ella un poco —bromea.
Pongo los ojos en blanco y sonrío. Luego el silencio conquista la habitación y solo me sumerjo en las caricias de Zulius que recorren mi cuerpo. Escucho su corazón y doy gracias porque esté vivo. Por tenerlo aquí.
—Ahora descansa, mi gran hechicero —susurra él.
Este día ha sido uno de mala suerte, pero todo parece mejor junto a Zulius. Poco a poco me quedo dormido en su pecho, adormecido por el vaivén de su respiración y sus latidos. El sueño me abraza como lo hacen sus brazos.