Escritober (reto de octubre)

Día 14: Música

Narra Hino

 

La música. Tan agradable y tan libre. Cala en los corazones de todo ser vivo y los latidos de todos ellos van a su compás. La música, algo tan necesario para el alma. Están bordadas de sentimientos y palabras que no se dicen. Son emociones que se escuchan, como la risa o un te quiero sincero. También están repletas de historias. Algunas se cantan, otras se transforman en solo notas que proyectan sentimientos.

Las canciones a veces son tristes. A veces son felices. A veces están llenas de dolor y rabia. A veces te hacen reflexionar. A veces solo recuerdan.

Y en esta canción, recuerdo a mi madre. Ella me enseñó el valor que tiene, y lo necesaria que es la música. Es posiblemente el más bello arte. Entra por el oído y nos acaricia el corazón con dulzura. Recuerdo que nos escapábamos durante un día entero a las praderas de las hadas, huyendo del ajetreo y la rutina. Y allí, Lyra, mi madre, tocaba la flauta élfica con la delicadeza de una musa. Yo la escuchaba, ensimismado, mientras las hadas bailaban en el aire y revoloteaban como intentando agarrar las notas musicales que escapaban al cielo. Algunas se posaban en mi cabeza y observaban conmigo a la creadora de aquella melodía. Mi madre parecía hacer emocionante cada sonido que arrancaba de su instrumento. Plasmaba cada sentimiento en lo que hacía, y parecía hacer estremecer a todos. Había mucha ternura en su música. Mucho amor. Muchos sueños e ilusiones.

Lyra me enseñó a tocar la flauta, pues yo también quería hacer bailar a las hadas. También quería que los animales se acercasen a mí a deleitarse con aquel sonido. También necesitaba sentir cómo era crear mi propia música y cubrir de sueños mis días. Cuando aprendí, vi lo delicada y lo poderosa que era. Descubrí que con ella podía expresar sentimientos que a veces no podía, que se quedaban siempre enredados en mi garganta y en mi pecho.

El instrumento que ahora sostengo en mis manos, el que hago sonar con mi aliento y mis dedos, recoge esos sentimientos con ternura y los rescata para que se expandan por el aire. Para que lleguen también a los demás, que me escuchan siguiendo el suave compás.

La música que hoy hago sonar está tejida de recuerdos del ayer. Felices, por supuesto. Tienen ternura y afecto, y evocan imágenes de un pasado que admiro y extraño. Mi madre parece vivir entre las notas de esta melodía, y me abraza con sus cálidos brazos. Siento un escalofrío agradable que me recorre cuando la pienso. Pero yo sigo tocando, sin derrumbarme. Mis latidos se acompasan al ritmo de la música y la mecen. A simple vista puede parecer solo la voz de la flauta, pero sé que muchos saben que en realidad es la voz de mi corazón el que resuena ahora entre los lindes del bosque.

Voz que quiere salir de vez en cuando, y que a veces solo puede hacerlo aferrándose a las melodiosas notas.

He mantenido los ojos cerrados, evocando el ayer y la imagen de mi madre sonriendo y tocando esta misma música. Cuando los abro, la imagen de Lyra se desvanece pero conecto con los ojos de mis seres queridos que hoy siguen aquí. Diana. Eliel. Dorian. Elidium. Y más personas que han querido escucharme hoy. Hasta los animales y los árboles parecen querer acercarse y sentir lo que transmito con la flauta. Todos quieren, con mi música, encontrar aquel paraíso perdido. Quieren viajar al lugar que la música parece evocar. Quizás un verde prado. Quizás un jardín rebosante de flores. Quizás un cielo estrellado. Quizás unos suaves brazos en los que descansar.

Sé que de alguna manera, la esencia de mi madre está sentada entre ellos, porque hoy la siento latiendo en mi corazón con más ímpetu. Como si su voz hubiera acompañado la melodía. Cómo si ella se hubiera convertido en la misma música y cante en mi corazón siempre.

Cuando dejo de tocar, intento que no se vea la lágrima que escapa.

—Eres un fantástico músico, Hino —dice Diana. Sus ojos están húmedos, y sé que ha sentido todo lo que yo he sentido, pues estamos conectados.

—Deberías hacerte famoso —comenta Dorian.

Sonrío. Yo solo quiero sentir el aliento de la música y darle una voz a mis emociones. ¿Qué más querría pedir? Ya soy feliz. Soy muy feliz. Me siento libre si toco, como si volviese a ser otra vez aquel niño al que le brillaban los ojos al ver a su madre cantar sin voz.

—¿Cómo se llama esa melodía? —pregunta Eliel, con una sonrisa.

Miro al cielo, buscando a mi madre entre las nubes. Ella compuso esta canción. Ella le dio un nombre como si de otro hijo se tratase. Suspiro, y doy gracias a la música por existir. Por hacerme sentir tanto. Por permitirme expresarme de esta forma. Por hacer que mi madre, de alguna forman, siga viva.

—Se llama El beso de la música. 

 



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En el texto hay: relatos

Editado: 31.10.2020

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