Escritober (reto de octubre)

Día 15: Baile

Narra Eliel

 

Ellos bailan, y el mundo parece iluminarlos. Se buscan y se separan para luego volver encontrarse. Unen sus manos y a veces sus cuerpos, y dejan que la melodía los bese con dulzura. A veces se transforman en una sola figura que es abrazada por un alegre sonido y el compás que marca. Es difícil ver donde acaba uno y empieza el otro, pues se transforman y cambian con la misma música. Casi parecen etéreos, lejanos. Como si procedieran de otro universo, donde todo es de cristal y ligero. Giran y se tocan, siguiendo los pasos que una vez aprendieron. Yo misma estuve presente cuando estaban practicando, entre risas y bromas. Pero esto no es nada comparado con aquello. Esta vez es mágico. Esta vez consiguen ablandarme el corazón.

Ellos bailan y todos les miramos, siendo testigos del amor que hoy les ha traído hasta aquí. De lo poderoso que es su lazo, que casi parece verse en cada paso que marcan. Jamás había visto tan unidos a Hino y a Diana como lo están hoy, y sus auras se entrelazan hoy con fuerza e ímpetu latiendo al son de la melodía. En su baile hay amor y dulzura. Hay promesas de nuevas aventuras y las voces de nuevos sueños. Hay alegría y paz. Sus ojos están clavados y no se despegan ni un segundo. Sé entonces que sus almas están bailando en las mismas nubes. Que ellos no están en la tierra. Que han creado un mundo solo para ellos en los que los demás no estamos invitados, aunque hayamos asistido a esta ceremonia de unión. Lo noto en la forma en que se miran, con los ojos brillantes impregnados de cariño. En la manera en que sonríen, como si no existiera ni un ápice de tristeza en sus seres. En como no apartan la mirada, como si el resto del mundo fuera solo un susurro lejano que no tiene importancia. Lo veo en cada gesto y roce, que están cargados de palabras que no se dicen, pero que sobran.

Estamos en un enorme jardín élfico lleno de árboles decorados, arbustos florares y bellas estatuas. Hay setas luminosas, que darán su luz por la noche, y hermosas flores blancas y azuladas. Más allá, un estanque que se tiñe del naranja rosado del atardecer, y sobre él crecen flores de loto. La primavera está en su apogeo y se nota en el ambiente. En la brisa, en el aroma, en cada corazón. Estoy rodeada de invitados. Algunos amigos. Otros solo conocidos. Otros son extraños pero son ellos los que tocan la música que se escucha en cada rincón del jardín.

Y en el centro, ellos. Diana lleva un hermoso y largo vestido de verde pastel, con finas capas y bordados dorados. Sobre su cabeza lleva una diadema élfica acompañada de flores blancas y rosas. Hino lleva una túnica de boda azul, que recuerda al mar del del medio día, y pantalones negros. Lleva una corona élfica dorada. Ellos no parecen darse cuenta de lo bellos que están, pues solo están fijos en el otro y están sumergidos en aquel baile como si la vida les fuera en ello. Se convierten en la mismísima canción y se funden en su compás. Se funden entre ellos, transformándose en viento y caricias.

Se aman, y solo hace falta mirarlos para darse cuenta. Están hechos el uno para el otro. Fueron ellos los que me enseñaron también cómo era el amor. Viéndolo desde lejos, como espectadora, aprendí también varias cosas. Su relación jamás se rompió, a pesar del tiempo y la distancia. A pesar de la pelea que lo mantuvieron alejados tantas lunas.

Pero cuando se volvieron a unir, cuando dejaron atrás aquella profunda herida del pasado, vi en ellos el más bello vínculo. Tan puro, tan mágico, tan leal y sincero. Lleno de respeto y admiración.

Casi me sentí celosa de su relación. De verlos sonreír así. De sus miradas anhelantes. De sus susurros y sus caricias robadas. De su apoyo incondicional. De la confianza en el otro que tienen. 

Aquella Eliel del pasado se sentiría celosa por verlos bailar hoy así. Seguro que se preguntaría si ella también podría tener algo así. Ese amor y ese cariño por alguien. Ese afecto tan fuerte. Ese vínculo tan especial.

La melodía cambia, lo que me hace bajar de las nubes. Poco a poco, más parejas se van sumando a la danza de los enamorados. Es común en las ceremonias élficas que tras el baile de la pareja se unan los invitados. Me quedo quieta y sigo mirando a mis dos amigos bailar. Agarrados. Apretados, como si el otro fuese a desaparecer. Con los rostros más felices que han tenido nunca. Estoy muy feliz por ellos, y sé que una sonrisa se ha quedado congelada en mis labios.

—¿Bailas? —Una voz me saca de mis pensamientos. Dorian me sonríe y me tiende la mano.

Al principio dudo, pues jamás había bailado con alguien. Podría hacer el ridículo. Podrían ver que no soy tanto la chica de hielo que suelo aparentar, y eso me asusta. Pero la calidez de Dorian me llena y parece decirme que todo irá bien. Y por eso cojo su mano.

También bailamos. Jamás había sentido lo que era estar agarrada a otra persona, siendo cómplices de la música. Moviendo nuestros cuerpos como por inercia, movidos como títeres por la música. Sentir el calor del otro y fingir que el resto del mundo se desvanece. Me gusta. Me gusta demasiado, sobre todo si es con él. Escondo mi rostro en su cuello, para sentirlo más cerca, y él se estremece.

—Los próximos en casarse tenemos que ser nosotros, ¿de acuerdo?

Siento cómo enrojezco y le doy un golpe en el brazo al que él responde con una risa. Me arrepiento de no haberle dado más fuerte, pues casi logra desestabilizarme con ese comentario. Sin embargo, sonrío cuando sus manos vuelven a posarse en mi cintura y me acerca más a su cuerpo.

Ojalá pudiera decirle a la Eliel del pasado que ella también tendría su baile.

 

 

 



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En el texto hay: relatos

Editado: 31.10.2020

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