Narra Elidium
Hay veces en las que me vuelvo a sentir inútil y el camino que recorrí se emborrona detrás de mí, dejando solo huellas difusas. Vuelven a aparecer resquicios del miedo, del arrepentimiento, del dolor. De la ira. Los recuerdos se aglomeran en mi cabeza y me saturan de negatividad. Y me hace sentir que no he logrado nada. Que mi vida ya no tiene rumbo y que camino sobre una cuerda floja procurando no mirar abajo.
Hoy es una de esas veces en las que me siento perdido de nuevo. Vuelvo a pensar, y me envuelvo en el silencio donde solo mis pensamientos hablan sin parar. ¿Y si soy insignificante después de todo? ¿Y si no soy suficiente? Quizás después de todo aún no he conseguido perdonarme por lo que hice.
—¿Qué te pasa, Elid? —me pregunta Dorian. Lleva puesta su capa de mago y está sudoroso, así que deduzco que ha estado entrenando con sus nuevos poderes.
—No es nada...
—Puedo ver tu aura, Elidium —me dice. Olvidaba que, como mago, ahora puede verlas y así descubrir nuestras emociones—. Tiene colores oscuros y están latiendo muy rápido.
—No espíes ahí —digo, y suelto un conjuro para ocultar mi aura de ojos ajenos—. Vale, está bien. A veces me entran crisis en las que siento que no he logrado nada. Que sigo siendo aquel chico insignificante que fui. Que mi vida no tiene ningún sentido y que no vale nada...
No me gusta expresar mis sentimientos, pero sé que a mis amigos es imposible ocultarle snada.
—Eso es porque no lo ves desde fuera —opina Dorian, con una sonrisa que arrastra las pecas de sus mejillas—. Cada vida importa, hasta la de una planta. Es algo que Eliel dice mucho. Y yo creo que sí has logrado mucho. Después de todo, nos salvaste varias veces, Elidium.
—A veces me cuesta creerlo.
—Déjame mostrártelo —dice.
Al principio no comprendo qué pretende. Pero cuando me lleva al claro al que siempre vamos y me toca la frente con sus manos, empiezo a entenderlo. Sus ojos grisáceos se iluminan por la magia y se vuelven plateados. Cuando mueve las manos y pronuncia unas palabras, nuestro alrededor cambia. Ya no estamos en el claro, sino en un bosque.
O al menos, en la imagen del pasado de un bosque que conozco bien. Porque en él nací yo, en una humilde casa. Estamos viendo mi pasado. Los magos, al contrario que los hechiceros, pueden recrear imágenes en el mundo físico. Y en este caso, me llevará a un viaje en el tiempo.
Un niño de piel tostada aparece como si de un espíritu se tratase y empieza a correr entre los árboles. Lleva un libro entre los brazos, que parece que lo protege de una lluvia que a nosotros no nos moja. En los ojos del niño que fui, puedo ver un rastro de tristeza.
Aparecemos en la que fue mi casa. Sus padres, cuidando de sus hermanas, ni siquiera le miran cuando llega con la ropa mojada y tembloroso. Pero él solo baja la mirada y se encierra en su habitación para esconderse entre las mantas. Recuerdo esa época. Era un infeliz que fingía que todo estaba bien y que se adentraba en decenas de novelas.
Nuestro alrededores vuelven a cambiar y se nota que los años han pasado. Aquel niño se ha convertido en un adolescente bastante delgado y serio, pero en su mirada se asoman nuevos deseos. Está de la mano de otro chico, de cabellos negros y ojos marrón claro. Corren, con sonrisas. Corren hasta esconderse para que sus labios puedan encontrarse. Sus cuerpos se pegan y dejan que el amor los recorra...
Pero mi hermana llega y después mis padres. Mi madre grita y llora. Mi padre me arrastra y me lleva del brazo haciéndome daño. Los gritos del muchacho se pierden en la lejanía y son sustituidos por el llanto de mi madre. Y luego, la primera bofetada. Después, los insultos. Otra golpe. Otro. Solo por amar a otro hombre. Solo por ser feliz con una persona de mi mismo sexo. Siento la mirada triste de Dorian en mí. Él no había visto esto... Él no sabía nada de lo que sufrí.
Vemos al chico abrazándose las piernas bajo un árbol. Llorando. Los golpes parecen haber desaparecido de su piel, pero las heridas no físicas permanecen en él, retorciéndolo de un dolor que no podía expresar. Y luego luz. Luego, un unicornio pasa delante de nosotros y se acerca al muchacho, que consigue callar su llanto al ver tan bello animal.
El unicornio lo analiza unos instantes y luego se acerca. El Elidium del pasado toca su pelaje blanco y se llena de su luz. El animal toca su frente con el bello cuerno de su cabeza y es así como la magia irrumpió en la vida del chico.
El escenario cambia, y en él hay ira y horror. Mis padres me echan de casa, espantados por tener magia y odiándome por ser bisexual. Y entonces la felicidad. Un mago me lleva a la Escuela de magia, donde el chico parece por fin libre. Me visualizo a mí mismo aprendiendo, yendo a las clases. Haciendo hechizos y pociones... Haciendo travesuras con Zulius, mi fiel amigo en la Escuela.
Los años vuelven a pasar, y aquel Elidium se parece más al que soy hoy. Más adulto, y sin embargo más triste. Zulius se fue a la Cofradía Oscura, que prometían poder y fortuna. Me sentí traicionado y perdido, hasta que yo también caí. Ellos me controlaron, prometiéndome ilusiones que eran falsas. Veo al muchacho dándole la mano a un hechicero de oscura ropa.
Los elfos oscuros aparecen entre las sombras, y ambos contenemos la respiración aunque no estén aquí realmente. El chico se vuelve malo y cambia. Se une a ellos y aunque tiembla un poco decide que está haciendo lo correcto. Vuelve a llegar el arrepentimiento, el dolor por lo que hice. El daño que provoqué en tantas personas...
Y entonces se suceden las imágenes de una aventura que conozco bien. Hino herido. Diana sobre mí, con ojos dorados, arrancándome la maldad que había estado mordiéndome el alma. Ella usó su poder y me curó. Me sacó de aquel pozo oscuro. Me uní a ellos entonces.