Narra Elidium
Hoy es un buen día para celebrar la llegada del otoño. El cielo está despejado y la brisa es fresca. Los árboles han empezado a vestirse de tonos ocres y marrones, y el suelo se llena de hojas y color. Ha llegado el equinoccio de otoño y todo Álfur festeja en cada rincón con grandes banquetes, bailes, ceremonias y espectáculos. Es también el turno de rendirle culto al Elemento del Viento, por lo que los elfos y las hadas con el poder del aire nos brindan con increíbles actuaciones.
Elfos, hadas, humanos, enanos y hasta gnomos y duendes se reúnen para dar la bienvenida a esta nueva estación.
Es la primera vez que asisto a esta festividad. Siempre me la pasaba estudiando magia, rodeado de libros y ajeno al resto del mundo. Zulius en cambio, volvía con sus padres adoptivos a celebrar este día. A veces volvía borracho a casa y tenía que cuidar de él.
Hoy, sin embargo, tengo a amigos que me han obligado a ir y no me arrepiento de haber cedido, pues esta fiesta es realmente maravillosa. Estamos ahora sentados en una mesa llena de deliciosa comida élfica. No hay nada de carne en ellas, pues los elfos son vegetarianos y va en contra de sus valores cazar animales. Sé que más allá hay una mesa de enanos que han traído carne, para desagrado de los elfos y las hadas.
Lo sé porque Zulius se levanta de ella, donde estaba con sus padres adoptivos, y viene hacia aquí con un muslo asado de algún ave.
—¡Bueno! ¿Cómo están mis colegas? —dice, sentándose a mi lado. Veo a Hino arrugando el rostro al ver a Zulius con carne y la boca manchada de salsa.
—Bien —dice Diana, con una suave risa. Ella también es vegetariana e intenta esquivar la mirada de la carne que devora Zulius—. ¿Cómo están tus padres?
—¡Felices y parlanchines como siempre! —responde Zulius, antes de coger una copa de vino. Sé que ya ha bebido varias.
—No hables con la boca llena, por favor... —gruñe Hino—. ¡Y no nos robes más vino!
—¡Estos elfos, que finos son! —dice, entre risas—. Si no fueseis tan malditamente atractivos no sé que sería de vosotros... ¡No podríais entrar a ningún sitio!
Lo siguiente que veo esa Diana procurando que Hino no se levante de su asiento, y le susurra algo que parece calmarle. Zulius ríe sin parar, porque adora sacar de quicio al elfo... Y a todo el mundo. Siempre está de broma, y no es su intención ofender a nadie... Ahora, que está medio ebrio, lo hace aún más y no se da cuenta de lo que hace. No tiene culpa, realmente. Él fue criado por unos enanos, y ha adoptado completamente la personalidad típica de aquella raza: gritones, fiesteros, extrovertidos y amantes de la cerveza y el vino.
Zulius quedó huérfano cuando era un bebé de pocos meses. Nadie supo que les pasó a sus padres, pero el caso es que desaparecieron y jamás regresaron. Según le contaron al crecer, estuvo apunto de morir de inanición. Lo encontraron deshidratado, sucio y hambriento, y sin embargo se mantuvo vivo y no pasó frío. Todos dicen que fue un milagro de los dioses que siguiera vivo. Pero la realidad es que no estuvo solo: Un unicornio se encargó de protegerlo y darle calor con su cuerpo. Y aunque no pudo alimentarlo, siguió cuidando de él.
Y un día una pareja de enanos que iba de viaje lo encontraron, tendido sobre un montón de hojas. Los enanos lograron ver al unicornio acariciando al niño delicadamente con su hocico. Cuando contaron esta historia dijeron que cuando el animal reparó en ellos, una mirada de lástima y de piedad recorrió los ojos del unicornio. El animal desapareció, y los enanos se acercaron al bebé. Unos ojos de distintos colores los sorprendieron y supieron que tenían que llevarse al bebé, al que adoptaron y cuidaron como un hijo propio.
En su niñez, Zulius descubrió que tenía magia, lo que era señal de que el unicornio lo tocó con su cuerno para que se mantuviese con vida. La magia fue su salvadora.
Siempre me decía que quizá el unicornio que lo salvó fue el causante de la heterocromia de sus ojos.
El golpe de la copa siendo dejada bruscamente en la mesa me saca de mis pensamientos.
—¡Me encanta el vino! —dice de repente Zulius—. ¡Los elfos hacéis maravillas realmente! ¿Hay otra botella?
—¿Cuántas te has tomado ya? —pregunto, frunciendo el ceño.
—¡Ni idea! —responde. Sí, está borracho.
Sonrío. Este hombre no tiene remedio, pero es la persona a la que más amo en el mundo.
Mis amigos siguen riendo, hablando y bromeando, y me sorprendo al ver como Zulius consigue arrancarle una suave risa a Hino. Las carcajadas no sobran y tampoco las canciones que suelta Zulius. La comida poco a poco va desapareciendo de la mesa, pero su olor parece haberse quedado impregnado en el ambiente. Realmente estoy disfrutando de esta comida, de este día. Y sobre todo con las personas que me acompañan hoy.
Sin querer me quedo observando a Zulius, que ríe con fuerza. ¿Qué habría pasado si aquel unicornio no le hubiera ayudado? ¿Habría muerto...? ¿No estaría hoy aquí en esta mesa...?
Cuando me pilla mirándolo, me roba un beso que acepto tras un quejido. Sabe a vino ya carne, pero no me importa.
—Estás ebrio, quita —digo, sonriendo.
—Quizá lo estoy, porque me están entrando ganas de llevarte a casa y...
—¡Zulius! —me quejo. Mis amigos estallan a carcajadas y siento como me encojo en mi asiento.
Realmente, doy gracias por esta comida y por estar en esta fiesta hoy. Con él. Con mis amigos.