Escritores del destino

Capítulo 0

—¡Claro que no! —Lenin soltó una carcajada—, deja de decir tonterías, Eliot. ¡Mira, mira!, es la logia —abrió la boca con mucha impresión.

Eliot mostró una ligera sonrisa en sus labios rosados y después dejó salir un suspiro que empañó el vidrio de la ventana del bus. Llevó un brazo hasta la espalda de su prima mientras observaba fijamente como el vehículo pasaba con rapidez por la gran edificación de color mostaza.

—¿Viste los signos que tiene encima de la puerta? Es muy raro —dijo Lenin sorprendida.

—¿Por qué siempre que pasamos por la logia te impresionas tanto?

—Porque nunca había visto una logia desde que me dijiste que esa era una logia —respondió la chica con tono obvio para después carcajear burlonamente.

—Antes ni volteabas a verla.

—Porque no sabía que era una logia —insistió la joven.

Eliot soltó una carcajada y dejó que su prima se acurrucara en su pecho.

—No quiero irme, Eliot. Qué rápido pasaron las vacaciones —confesó la chica— y yo que tenía un montón de planes para hacer contigo.

—Pero todos los hemos estado haciendo.

—Pero yo tenía muchos más.

—Será para las próximas vacaciones —dijo Eliot—, vamos, ya llegamos.

La pareja se levantó de las sillas y Eliot oprimió el botón rojo de la baranda azul oscura para informar al conductor que se bajarían en la siguiente parada.

 

Era de noche y toda la familia estaba reunida en la terraza del restaurante familiar. Lenin, bastante emocionada, movía una mesa de madera con su primo para así crear un gran mesón largo donde más tarde su tía pondría el gran banquete.

—No puedo creer que el señor House haya vendido la panadería —dijo el padre de Eliot sentado en una silla de madera—. Tantos años que estuvo ese negocio frente a nosotros y ahora ya no lo estará; me acostumbré al olor del pan recién horneado, las personas siempre decían que les gustaba ese olor cuando se sentaban en esta terraza.

—¿Y quién compró la panadería? —indagó la madre de Lenin.

—Es una gente bastante extraña y pondrán allí una librería, ¿qué persona querrá comprar libros? ¡Esta es una calle donde hay sólo puestos de comida!, el señor House es un tonto.

—Una librería iría bien, estoy segura que a Lenin le encantará venir a comprar libros allí cuando ya esté funcionando —replicó la señora.

Eliot y Lenin se miraron las caras después de escuchar aquella conversación que tenían sus padres, los jóvenes soltaron risas burlonas por lo bajo.

—Una librería iría bien —musitó Lenin—, ¡y si quien atiende es un chico súper guapo, mucho mejor!

—Ay, Lenin, tú y tus cosas —se burló Eliot.

Aquella noche era iluminada por las estrellas y la luna llena. Las dos familias comieron su esplendorosa cena y rieron hasta que se cansaron los músculos de sus rostros.

Esa noche fue la última que Lenin pasó junto con su querido primo Eliot. Aquel joven era más que un familiar, lo consideraba su mejor amigo.

Un año después:

Lenin estaba de pie en el anfiteatro observando a la gran multitud de estudiantes que llevaban al igual que ella birretes en sus cabezas y togas azules oscuras. Era la presidenta del consejo estudiantil, debía ser quien diera el discurso. No tenía problema en hacerlo de no ser por el fuerte dolor de cabeza que la estaba atormentando en ese momento.

—Queridos compañeros… —comenzó su discurso.

Inspiró profundamente y después dejó salir el aire en un lento suspiro. Lentamente volteó a ver a su derecha donde encontró en un largo mesón a los profesores observándola fijamente con un rostro preocupado.

Los estudiantes comenzaron a murmurar sentados en sus puestos, ¿qué le estaba sucediendo a Lenin? Ella muchas veces había hablado en público y nunca se le vio con timidez.

Lenin llevó una mano a su frente al no soportar el malestar que estaba teniendo en aquel momento. Pronto todo se volvió negro y sólo escuchó al fondo muchos gritos, junto con personas que la llamaban.

—¡Lenin, hija! —parecía ser la voz de su padre.

 

—Ella está bien, —explicó el doctor— sin embargo, su hija tuvo un estrés postraumático, y si Lenin vuelve a tener otro, me temo que no podría soportarlo. De ahora en adelante Lenin deberá cuidarse mucho y no estresarse tanto, debe tomar las cosas con mucha más calma si no quiere morir.

—¡No puede ser! —soltó la señora mientras llevaba las manos a su pecho.

El doctor volteó a ver a la joven que tenía un semblante pálido mientras dormía en la camilla.

—Les recomiendo que la lleven a un lugar tranquilo donde ella pueda despejar la mente —sugirió el doctor—. Una chica tan joven como ella no debería tener tanto estrés, deben cuidarla más.

—Sí doctor, así lo haremos —aceptó la mujer mientras acentuaba con su cabeza.

—Muchas gracias por el consejo —agradeció el padre de Lenin.




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