Escritores del destino

Capítulo 2

Era de noche y Lenin se encontraba terminando de lavar los platos de la cena. Puso los cubiertos en el escurridor y después caminó hasta una esquina de la cocina para tomar la escoba y barrer algunas migajas que cayeron en el piso.

En aquel momento entró Eliot con aquel típico rostro serio y abrió la nevera para sacar una gelatina.

A ella no le gustaba estar enojada con su primo, así que decidió hablarle.

—Eliot, disculpa por haber entrado a tu cuarto sin permiso anoche. No sabía que tenías cosas tan privadas allí, además, tampoco era consciente de lo personal que era ese libro para ti.

El joven miró fijamente a su prima a los ojos, dejó salir un suspiro y tragó en seco.

—Lenin, mira… —mantuvo su boca abierta sin saber qué decir— no te preocupes— desplegó una sonrisa.

Eliot llevó una mano a la cabeza de la joven y la acarició.

—Sigues siendo la misma chica curiosa —dejó salir una risita—. Por favor, no vuelvas a tocar el tema de esos libros, ¿sí?

—¿Pero, qué tienen de interesante esos libros?

—Por favor, prométeme que nunca volverás a tocar ese tema. Olvida lo que viste en mi cuarto —pidió Eliot volviendo a poner su semblante serio.

—Vale, está bien.

No, Lenin no aceptaba que su primo tuviera secretos con ella. Le parecía ofensivo, consideraba a Eliot como su mejor amigo y hermano mayor. Descubriría lo que había detrás de aquella logia y esos libros.

 

Lenin entró a la librería y caminó directo hacia aquel chico con ojos color esmeralda.

—Buenos días —saludó bastante sonriente—. Hoy el día está bastante nublado, parece que lloverá, ¿arriba hay paraguas en las mesas?, por cierto, ¿cuál es tu nombre? Yo me llamo Lenin, puedes decirme Lenin, nadie me pone apodo.

La joven quería enterrarse dos metros bajo tierra después de procesar lo que acababa de decir, ¡¿por qué aquel chico la ponía tan nerviosa?!, dejó salir una pequeña risa.

—¿En qué puedo servirte? —inquirió el joven bastante serio.

La boca de Lenin quedó entreabierta sin saber qué decir con aquella pregunta tan cortante.

—En realidad… —Lenin tragó en seco— sólo quiero leer un poco, pero… el libro que traje ya lo leí y no sé… si me podrías recomendar un buen libro.

—Al fondo a la derecha hay una biblioteca, puedes escoger el libro que más te llame la atención —respondió el joven con un rostro un tanto neutral.

La mirada de la joven barrió al chico hasta donde su mirada alcanzaba a observar, volvía a vestir con una camisa blanca de mangas largas. Así que concluyó que aquel era su uniforme de trabajo.

—Me gustaría leer “Orgullo y prejuicio de Jane Austen”, me gustan los libros clásicos y dicen que ese es muy bueno. Una vez, cuando estudiaba en el colegio me mandaron a leerlo, pero no lo hice y si aquí lo tienen, creo que sería un buen pasatiempo.

El joven, intentando tenerle paciencia a la chica que le sonreía con las mejillas totalmente ruborizadas, se levantó del banquillo en el que se encontraba sentado detrás del mostrador y caminó rumbo hacia la biblioteca de la librería.

A Lenin le impactó caminar al lado de él; emanaba un aire de imponencia y de cierta manera algo de elegancia. Al caminar a unos centímetros de él, pudo apreciarlo por atrás.

“¡Ay, qué trasero más sexi!” pensó la joven mientras se mordía el labio inferior y agudizaba su mirada para ver aquel punto fijamente.

Al entrar a la biblioteca, el chico se dirigió hasta una estantería y tomó el libro que Lenin le había pedido.

—Los libros de la biblioteca no pueden salir de la librería. Puedes leer en el segundo piso, si llegase a sucederle algo al libro, deberás pagar el precio estándar que tiene en el mercado —explicó el joven antes de entregárselo.

—Vale, entiendo —fue lo único que pudo decir la joven mientras se obligaba a no suspirar.

Lenin subió al segundo piso y pudo encontrar un mirador que daba una vista de gran parte de la ciudad. Había mesas redondas de cristal que tenían en el centro una gran sombrilla negra abierta y había un kiosco donde vio a un joven sirviendo un café a una chica.

Decidió acercarse para preguntar por el café, además, le pareció que el joven no era tan serio como el que atendía abajo.

—Buenos días, ¿quieres un poco de café? —preguntó el joven con una sonrisa amable.

—¿Cuánto cuesta la taza de café? —inquirió.

—Es cortesía de la librería Destino —respondió el chico.

—¡Qué idea tan genial! —soltó Lenin emocionada—, quiero una taza, por favor, sin azúcar.

Lenin se sentó en una banquilla frente a la barra mientras veía al chico servir su taza café.

—Nunca había estado en una librería como esta, es diferente a las demás —dijo la joven.

El chico, que ahora le pasaba la taza de café, era de cabello castaño claro, ojos marrones claros y piel blanca, también tenía el rostro con algunas pecas.




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