Escritores del destino

Capítulo 6

Después de haber recorrido por varias horas el inmenso lugar, Ruth le dijo que era hora de almorzar. Se dirigieron a unos de los comedores de la academia y sentándose a la mesa, un mesero comenzó a atenderlas con mucha amabilidad.

Aquel día Ruth acompañó a la joven mientras le explicaba con bastante detalle cómo era la vida en la academia. Le dijo que, por lo general, los de primer año llevaban una vida muy tranquila, algo que le gustó a Lenin, ella se enamoró perdidamente de la academia por eso, era su paraíso hecho realidad. Aunque, la joven se inquietó cuando su madrina le informó acerca de la prueba que la joven debía realizar para saber en qué sección del primer año debía estar. Esto lo hacían, según Ruth, para saber si la joven era más de escritura larga o corta, algo que Lenin no entendió mucho.

—Tranquila, no es nada del otro mundo, son simples detalles para poder entenderte y así darte una mejor educación —explicó Ruth.

Esa noche Lenin durmió junto al gato y un libro que su madrina le regaló.

—Pancho —llamó la joven (así llamaban al gato)—. ¿Cierto que es un bello lugar? —el gato se acurrucó más a Lenin—, sí, se nota que te encanta la academia —la chica dejó salir una pequeña risita.

A la mañana siguiente, Lenin se despertó al escuchar que se abrió la puerta y vio a una empleada de servicio abrir las gruesas cortinas grises del gran ventanal.

—Despierta mi bella Lenin, es hora de arreglarte para tu primer día de clases —escuchó la dulce voz de Ruth.

La joven salió de la cama con el sueño todavía abrazándola, tenía puesto un pantalón largo de algodón de color gris que arrastraba sus botas por el piso de madera, y una camisa blanca de mangas largas que la mantenían caliente y bastante arrunchada.

—¿Dormiste bien? —inquirió Ruth sonriente mientras jugaba con el flequillo de la chica.

—Sí.

—Bien, ¿estás lista para tu primer día de clases?

—Me da algo de miedo.

—Tranquila, seguramente tus compañeros están igual de asustados que tú.

A Lenin no le agradaba estar con tanta gente a su alrededor, prefería la soledad y los libros para así pasar tranquilamente el duelo por la muerte de sus padres. Sin embargo, mientras caminaba hacia el salón donde comenzaría sus clases, se recordaba una y otra vez que esta era una nueva vida; estaba comenzando de cero y eso le obligaba a hacer todo lo posible por llevarse bien con sus compañeros, al menos, tener una amiga con la cual pudiera hablar.

El día anterior pudo entrar al salón donde comenzaría sus clases, por lo mismo no se sorprendió cuando lo vio. Era un lugar bastante grande donde las mesas eran largas y creaban grandes mesones al igual que las sillas. Todas las mesas descendían por el salón en unos escalones, así que las últimas mesas quedaban más altas para ver con más claridad el otro extremo del salón.

Lenin apretó con fuerza el libro que llevaba consigo en su pecho, tragó en seco y entró al salón, comenzó a buscar con la mirada la primera mesa que estuviera sola. Pero, intentó calmar sus nervios e inspiró profundo, no podía alejarse sólo comenzando la primera clase.

Entró y comenzó a subir los escalones mientras reparaba a los estudiantes que estaban sentados frente a las mesas, vio casi al final a una joven pelirroja leyendo un libro, y a su lado un chico de piel oscura que escribía algo en una hoja, de repente, del papel salió una pequeña ráfaga de viento que asustó a la muchacha, soltó un grito y le dio un manotón a su compañero. Esto hizo reír a Lenin y se sentó cerca de la orilla de la mesa tímidamente mientras veía a la pareja.

—¡Deja de hacer eso! —regañó la chica al joven.

—Silencio, por favor —pidió el profesor, quien tenía una gruesa voz.

Los jóvenes voltearon a ver al profesor y después el chico arrugó la hoja de papel con rapidez y la guardó en un bolso negro que reposaba en la mesa.

En aquel momento, llegó un grupo de chicos al salón y todos posaron su mirada en ellos, algunos se veían impresionados por los que estaban entrando y otros, como Lenin, no entendían lo que estaba pasando. Pero ella notó que los estudiantes llevaban en su espalda una capa negra y tenían en sus manos derechas un tatuaje azul mezclado con morado oscuro, era un tanto brillante. Esa peculiaridad en los jóvenes sí desconcertó a Lenin, ¿por qué vestían diferente a los demás?

Además, estaba segura que ya había visto a cierta persona vestida igual, pero no lograba recordar quién era. Poco a poco se daba cuenta que tenía recuerdos muy nublados que le creaban malestar.

Comenzaron a escucharse algunos murmullos y después la joven pelirroja empezó a hablar con su compañero.

—Claro que sí, ya verás, voy a ser un Singala muy pronto —dijo el joven y su compañera soltó una carcajada.

—Ah… ¿sí? Sigue soñando, —se burló la joven— algún día lo imaginarás tanto que lo podrás materializar.

—Ya verás, te tocaré el hombro cuando tenga esa capa negra luciéndola en mi bella espalda —soltó el joven mientras respingaba sus cejas.

El chico notó la mirada de Lenin y la vio fijamente, algo que asustó a la joven.

—Hola –la saludó sonriente.

—Hola —devolvió el saludo Lenin.




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