Escritores del destino

Capítulo 9

El momento se volvió incómodo cuando Ruth ya no se encontraba en la habitación. Lenin rodó la mirada por todo el lugar en un intento por no ver a los ojos a Cayden. Se asustó cuando lo vio levantarse del sillón y su piel se erizó por completo.

Estaban solos, fácilmente aquel joven podía matarla y nadie se daría cuenta. Pero, se extrañó cuando lo vio caminar hasta la puerta principal y abrirla.

—¿A dónde vas? —preguntó sin pensar.

—¿Quieres que me quede en tu habitación? —inquirió él volteando a verla con aquel típico rostro serio.

Aquella pregunta la incomodó en gran manera, la hizo pensar no sólo en cómo Cayden podía asesinarla, sino, otras cosas que la hacían sonrojar.

Al notar el joven que Lenin no tenía intención alguna de responder, se limitó a salir y cerrar la puerta dejando a la chica en completa soledad.

—Ahs… —soltó Lenin mientras llevaba una mano a su cabeza.

Sí, lo aceptaba, cuando estaba sola con Cayden se moría de los nervios, pero, también odiaba aquella forma de actuar del joven.

—¿Quieres que me quede en tu habitación? —remedó al joven con una voz chillona y tornó su rostro lleno de desagrado—. Idiota —se dirigió a la cama y se sentó en el borde—, ¿y ahora?

Se suponía que Cayden debía explicarle todo lo referente con los Singalas, pero sería imposible si él la dejaba sola.

Como no quería tener problemas, decidió quedarse en la habitación y esperar a que llegara Ruth para explicarle la situación que estaba teniendo con su compañero, así vería si podía hacer algo al respecto.

Lo único agradable que sucedió esa noche era que su “señor Pancho” (el gato) estaba con ella y también todo un grupo de libros que Ruth le hizo traer de la otra sección.

Cuando se hizo de día, Lenin se despertó y sintió que algo le hacía cosquillas cerca de su rostro. Al abrir los ojos, se asustó al ver los ojos verdes esmeralda del gato verla fijamente.

—¡Ay, Pancho! —gritó mientras se alejaba del animal.

Lenin quedó sentada en la cama viendo a su derecha una puerta de madera oscura, casi negra, que le llamó mucho la atención. En su antiguo cuarto no había una y eso le pareció extraño. Rodó la mirada hasta el gato que también rodó su rostro hasta la chica.

—¿Crees que debería mirar? —le preguntó—, es mi cuarto, no tiene nada de malo que lo conozca.

Con este pensamiento en la mente, Lenin se bajó de la cama y se acercó a la puerta, ¿por qué habría una puerta de más allí? El día de ayer no le había prestado mucha atención ya que se quedó leyendo libros acerca de la historia de la academia hasta entrada la noche.

Lenin giró la perilla y abrió, le daba algo de miedo encontrarse con algo sumamente perturbador. Tragó en seco y después entró, dándose la grata sorpresa de ver un piano a mitad de una habitación que tenía un enorme ventanal que llenaba de una grisácea luz el lugar.

La joven emocionada, se acercó al piano y más atrás la siguió Pancho, quien dio un salto hasta quedar encima de la pequeña banca y comenzó a bañar su pelaje con su lengua rasposa.

—¡Mira esta sorpresa, Pancho! —dijo Lenin dibujando una sonrisa en su rostro.

La chica caminó hasta el ventanal dejando que se arrastraran las botas de su pantalón negro de algodón. Desde la ventana se podía apreciar el bello paisaje de un lago en el cual nadaban algunos patos. Le pareció un muy bonito escondite aquel lugar: solo, silencioso y bastante tranquilo.

Lenin se sentó frente al piano y comenzó a tocar “Fur Elise” de Ludwig Van Beethoven y aquella mezcla de sensaciones hicieron que la joven se sumergiera en sólo escuchar la melodía. Sus manos parecían tener vida propia y una gran explosión de adrenalina recorrió su cuerpo, sin embargo, la silueta de alguien la sorprendió y en un intento por levantarse de un salto de la banquilla, perdió el equilibrio y cayó de espaldas al piso de madera.

Intentó levantarse entre el dolor que apuñalaba su cuerpo y notó que sus piernas quedaron suspendidas en la banquilla y tuvo que luchar para poder reincorporarse.

—¿Qué estás haciendo aquí? —escuchó una voz gruesa cerca de ella.

Lenin terminó de levantarse y vio a Cayden frente a ella, pero, ¡oh sorpresa! No traía puesta camisa alguna, dejando que los ojos curiosos de la chica bajaran hasta su abdomen marcado e intentaran contemplar desobedeciendo los regaños de la mente de la joven.

—Ah… Yo… —Lenin notó que el cabello oscuro del joven se encontraba húmedo y despeinado.

—No puedes estar aquí, esa puerta sólo es para emergencias —informó Cayden.

—¿Por qué? —Lenin comenzó a confundirse.

Cayden se veía de mal humor. Lenin había notado que, cuando él hablaba con ella, siempre estaba enojado y parecía no tenerle paciencia.

—No puedes abrir esa puerta a menos que sea una emergencia de vida o muerte, ¿entendido? —explicó Cayden con una voz temperamental.

—Pero… —Lenin llevó su mirada hasta la puerta— ¿por qué?

La pobre chica no entendía nada y Cayden dejó salir un suspiro, pero se veía claramente que no era porque se había enamorado, era todo lo contrario; parecía que iba a perder la paciencia en cualquier momento y atacaría a la chica.




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