Escritores del destino

Capítulo 11

Actualidad:

Cayden estaba sentado en el balcón con su mirada perdida mientras su mente estaba sumida en sus recuerdos. Todo este tiempo pensó que Lenin era una chica débil. Pero ahora había podido experimentar la enorme tristeza que la llevó a tomar la decisión de quitarse la vida.

Fue un sentimiento desgarrador que lo hizo quebrar en aquel momento. Él fue cobarde, apartó su mano de Lenin por miedo a seguir sintiendo aquella tristeza.

Inclinó su mirada hasta su mano y reparó la marca que ya se había calmado.

A Lenin se le borró el recuerdo que la hizo entrar al “tubo de recuerdo”. Esta era una especie de red en la que la mente se sumía cuando un destino era cambiado y hacía que la persona pudiera sentir todo lo que vivió anteriormente, y como Lenin al final del recuerdo moría, eso le pasaría en el presente si no era sacada de aquel lugar.

La joven se despertó y se vio en su habitación, quedó observando a Pancho (el gato que ahora era de Cayden), llevo una mano hasta el pelaje del felino y comenzó a acariciarlo.

—Señor Pancho, ¿qué hace aquí? —le preguntó.

A su mente vino el recuerdo de haber discutido con Cayden y comenzó a enojarse.

—Ese idiota —soltó—, por su culpa me dio migraña —gruñó—. Tu amo es un completo imbécil.

Lenin se levantó de la cama y caminó hasta el baño donde se miró en el espejo que estaba encima del lavamanos. Tenía unas enormes ojeras, además, sentía que no había descansado nada y el sueño que tuvo fue terrible, aunque, no lo recordaba.

Lenin se quitó el camisón gris que tenía puesto y se le dio por mirar su espalda al creer que había visto algo allí.

—Cierto, siempre me arde ahí —soltó casi a susurro.

Rodó para ver su espalda y se sorprendió al observar la marca que salía cuando los escritores hacían una promesa.

—La promesa que le hice a mi madrina —balbuceó Lenin.

Prometer que no defraudaría a la academia por haberle dado aquella oportunidad, ¿fue buena idea haber jurado tal cosa? Era mucho peso sobre su espalda el cumplir las expectativas que tenía la academia para con ella.

Lenin se dio un relajante baño, bueno, lo fue hasta que escuchó la puerta principal ser tocada y esto la hizo dar un salto de la tina, y al poner un pie sobre el piso, resbaló haciendo que cayera de cara contra el duro suelo.

Como si fuera poco, Lenin soltó un gran grito cuando vio a la vista a alguien que nunca creyó ver dentro del baño.

Cayden llevó una mano a su frente un tanto avergonzado mientras se giraba para que Lenin pudiera cubrirse.

—¡¿Qué rayos haces aquí?! —gritó la joven mientras estaba de los mil colores y se levantaba del piso—, ¡fuera!

—Te sucedía algo, por eso aparecí —explicó Cayden con tono calmado.

Cayden se acercó a la puerta del baño y Lenin se cubrió con la toalla mientras su rostro seguía acalorado.

—Te espero en la biblioteca —dijo Cayden.

Lenin estaba esperando a que Cayden saliera del baño, pero el joven seguía estático.

—Esa promesa que tienes en tu espalda… —comenzó a decir Cayden mientras veía fijamente la puerta del baño.

Lenin volvió a ponerse de lo mil colores, ¡había reparado su cuerpo!

—¿Qué promesa hiciste? —preguntó Cayden con voz seria.

—¡Qué te importa! ¡Sal ya de mi baño! —gritó desesperada Lenin.

—Nunca se me ocurriría hacer algo obsceno contigo —Cayden abrió la puerta del baño y salió.

Lenin abrió la boca al no poder creer lo que acababa de escuchar, llevó una mano a su frente y después salió del baño y quedó paralizada al ver que Cayden estaba tomando a Pancho de la cama.

—¿Por qué siempre te escapas? —preguntó el muchacho al gato mientras lo abrazaba—. ¿No te gusto como amo?, sé que no soy igual a Eliot, pero intento hacer todo lo que puedo.

—¿En serio te vas a quedar en mi cuarto? —inquirió Lenin.

Cayden volteó a verla.

—¿Quieres quedarte con Pancho? —le preguntó.

—¿Qué?

—A él le gusta estar en este cuarto —dijo Cayden—. Quédate con él.

Lenin hizo silencio mientras veía al joven.

—Bien —aceptó.

Cayden dejó al gato sobre la cama y comenzó a caminar rumbo hacia la puerta para salir de la habitación. Lenin volteó a verlo bastante pensativa.

No le habló con tono de enojo y, aunque fue un momento muy vergonzoso el que la viera desnuda en el baño, no le pareció que él la viera con rostro de deseo, de hecho, el tono que utilizó para preguntar sobre su marca sonó más a reclamo porque le preocupaba algo.

—¿Qué le sucede? —soltó Lenin—, ¿ahora se preocupa por mí?

Lenin se cambió con el uniforme y arregló su cabello en una coleta frente al espejo que colgaba en la pared de su cuarto y después peinó el flequillo en su frente. Tomó unos libros de su mesita de noche que debía terminar de leer y salió para dirigirse a la biblioteca.




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