Lenin tragó en seco y sus mejillas se ruborizaron en gran manera. Su mente no podía verse durmiendo al lado de Cayden. Se le hacía muy extraño y a la vez incómodo.
—¿Por qué vamos a dormir juntos? —inquirió. Aunque, después se arrepintió por hacer la pregunta.
—Necesitas de la energía de un cuerpo que esté evolucionado y estable, de lo contrario, mañana no podrás moverte por el dolor y los ruidos en tu cabeza.
—Cierto, eso me sucedió en la mañana.
Para la joven era casi imposible mantener una conversación con Cayden. El joven sólo respondía a sus preguntas de manera concisa y un tanto cortante.
Pasaron unos largos minutos donde Lenin intentó concentrarse en su libro. Se recostó en su cama y poco a poco el sueño la fue atrapando hasta cerrar por completo sus ojos. Sin embargo, un estruendo dentro de su mente la hizo saltar de la cama mientras dejaba salir un grito.
—¡Papá, mamá! —soltó.
El gato Pancho aruñó a Cayden al sobresaltarse por el grito de la joven, después, corrió hasta una esquina del cuarto para esconderse.
—¿Qué sucedió? —preguntó Cayden con el rostro un tanto helado.
Lenin quedó con la boca abierta mientras veía todo el cuarto. Su respiración estaba muy agitada y sus ojos se inundaron de lágrimas.
Poco a poco recogió sus piernas y clavó su mirada en sus pies.
—Lenin, ¿qué pasó? —inquirió Cayden.
—Tuve una pesadilla, eso es todo —respondió.
—¿Con tus padres?
—Sí.
Cayden se levantó del sillón y se sentó en la cama.
—¿Ya comenzaron los ruidos en tu mente?
—Un poco —el rostro de Lenin se ruborizó.
Cayden sabía que Lenin necesitaba hablar, pero se le hacía casi imposible el entablar una conversación con ella.
—Estoy enterado sobre el accidente en el que murieron tus padres —confesó Cayden.
Aquello fue un duro golpe para Lenin. Le daba miedo hablar sobre aquel tema, se suponía que era su secreto.
—¿Soñaste con aquel día?
—Sí.
—¿Qué fue lo que sucedió?
—¿En el sueño?
—Sí.
Lenin tragó en seco, aquello no fue un sueño, era un recuerdo.
—Iba en los asientos traseros, estaba durmiendo y caía una fuerte lluvia. Mis papás conversaban como siempre y, de un momento a otro, mi padre comenzó a gritar. Lo que sucede después no lo puedo ver con claridad, sólo había llamas y un hombre me sacó fuera del auto.
—Espera, ¿un hombre? —inquirió Cayden.
—Sí.
—¿Pudiste ver su rostro?
—No, tenía puesta una capa… —Lenin entreabrió sus labios y frunció su entrecejo— …negra.
—¿Llegó a decirte algo?
—No. No lo sé, no recuerdo mucho.
Lenin comenzó a sollozar y cubrió sus ojos con sus manos.
—Fue por mi culpa, fui yo quien les dijo que regresáramos a casa, que ya me encontraba mejor y no quería perder clases —sollozó.
Cayden empuñó con fuerza una de sus manos. No podía soportar escuchar una historia llena de tantas mentiras. Lenin estaba viviendo en una estafa, le habían robado sus verdaderos recuerdos.
—Todo fue mi culpa. Mis padres estuvieron muy preocupados por mí cuando me desmayé en la graduación, me dijeron que viajáramos para que despejara la mente, pero yo estaba furiosa, no me quería ir, no quería perder mis primeros días de clases en la universidad. Fui una estúpida niña caprichosa. Sólo quería ver a mis amigos y hacer una fiesta para mis diecisiete —Lenin arropó sus piernas con sus brazos—. Me sentía orgullosa, estaba orgullosa de mi vida; era la mejor de todo el colegio, la presidenta estudiantil y todos se preocuparon por mí cuando me desmayé. Me gustaba ver mi cuarto lleno de visitas, después, me recibieron con una fiesta de bienvenida cuando salí del hospital y… todo era perfecto, año nuevo, fiesta de despedida para los que se irían a estudiar lejos y yo era una de ellos. La vida perfecta que todo adolescente quiere tener, ser la más joven de la graduación y que aun así todos te admiren, me decían que era superdotada, me habían avanzado dos años en la primaria porque sabía mucho y podría decirse que era la más popular.
Lenin volvió a soltar el llanto con fuerza.
—Disculpa, no tuve que contarte todo eso.
—No te preocupes, necesitas desahogarte —calmó el joven.
—Es que… no lo había hablado con nadie. Me da miedo lo que piensen de mí.
—¿Por qué?
—Cayden, maté a mis padres.
—No lo hiciste, fue un accidente —replicó el muchacho.
—Si esa tarde no les hubiera dicho que regresáramos, ellos no estarían muertos.
—No Lenin. El destino de las personas está marcado, es guiado y no se puede alterar.
—¿Por qué?
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Editado: 02.05.2025