Walroff, el mago, cruzó el sendero que corre por la ladera. Inmutable, caminaba con parsimonia y total concentración. Pocas veces había estado tan decidido. Agatha, su fiel aprendiz, lo acompañaba transformada en zorro, para evitar el frío de la madrugada. El maestro se detuvo en un punto del camino. Meditó un largo rato; se concentró. Sacó su antigua espada y pronunció un hechizo desconocido, con palabras que ni su más aplicada aprendiz había escuchado jamás.
El viento helado penetró en la sangre. Con un movimiento firme punzó el suelo con la punta de la espada y el tiempo se detuvo, suspendiendo la helada brisa. Silencio.
Cuando el tiempo volvió a correr, Agatha tembló. Las ropas del maestro aletearon transformándose en sendos cuervos negros impregnados de venganza. Y volaron. Volaron muy lejos en busca de los asesinos de su esposa.