Escritos de la cuarta semana de febrero del 2024

El mago y su sombra Por María Rosa Hernando Fernández

La batalla había finalizado. Aún se podían escuchar los alaridos de cuantos quedaban tendidos esperando la muerte. El tremebundo hedor a sangre y metal impregnaba el ambiente, y su capa teñida de rojo, se enganchaba a su piel con la intensa humedad del rocío. Era inevitable sentir el peso del dolor, los sentimientos encontrados por lo ocurrido allí mismo, y tan solo podía refugiarse en el amparo de lo que no podía ser evitado. La muerte estaba a su lado.

Su inseparable y fiel espada, como macabro estandarte de aquel macabro día, permanecía inmóvil, clavada en la tierra y sosteniendo su peso, un cuerpo abatido por la lucha y a punto de caer vencido por el agotamiento. Con su rostro oculto al mundo, y una desgarradora mirada dirigida a sus pies, intentaba tapar la desolación que sentía su alma.

No había sido fácil, y no sentía orgullo por todas las vidas arrancadas en la contienda. Pero estaba claro que al final su destreza y argucia, siempre e inevitablemente, eran necesarias para seguir con vida.

Un lobo compañero, con ojos brillantes en la penumbra, andaba siempre tras él en silencio. No era salvaje, sino un fiel amigo, que como testigo del camino del mago, se acercó a él, sin proferir sonido alguno, ofreciendo su lealtad inalterable y su compañía reconfortante en un momento tan desgarrador.

No era su primera batalla, pero su corazón siempre acababa destrozado sabedor del horror.

El mago, en un gesto lleno de angustia, se giró para contemplarlo, y enturbiado por la tristeza, se encontró con la penetrante mirada del animal. En sus ojos vio el reflejo de su propia alma, herida pero aún llena de deseos de triunfo, y la chispa de determinación, nuevamente se encendió.

La luz del día no tardaría en nacer, y un nuevo sol aparecería en el horizonte, decorando el cielo con sus tonos de alegría.

El mago, deseoso de que ese momento llegara cuanto antes, respiró profundo sintiendo la esperanza de alcanzar el olvido cuanto antes. Era necesario, muy necesario. Era el único modo de afrontar lo que aún estaba por llegar. La guerra no había concluido.

Entonces se centró en alguien muy especial, como ancla para evitar hundirse en el vacío de sus emociones. Ese rostro era su guía y su refugio ante el dolor, lo que necesitaba para encontrar el camino y el valor que a veces parecía querer huir de él.

Así que el mago, asió con fuerza su espada recuperando su determinación, y poniéndose en marcha una vez más.

Un profundo aullido, resonó. El lobo, testigo de la intención de su compañero, se unió a sus pasos dispuesto a seguirle nuevamente.

 

Los dos, juntos, en la vida y en la muerte.




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