Cuando lleguemos a lo alto, verás la construcción de piedra. Es muy antigua. En el fondo creo que nadie sabe muy bien qué es. Las inclemencias han erosionado y quitado matices. A mí me parece una fuente con aires de altar. No sé, es algo raro —dijo el muchacho entusiasmado por llegar.
Y eso que hablan, ¿es cierto? —preguntó su querida hermana.
¿A qué te refieres? Ah, ya sé, ¿lo de la maldición? -respondió con tono de película de terror.
Sí eso. Me inquieta un poco la verdad. ¿Tú sabes la historia de ese lugar? —insistió la pequeña.
Lo único que sé ciertamente estremece —dijo sacando unas gafas de sol— Usaremos esto para evitar problemas.
No te entiendo hermano, ¿cómo nos puede ayudar un par de gafas?
Muy sencillo —respondió gentilmente— Dicen que ese cúmulo de piedras no deben ser miradas directamente, a menos de que quieras convertirte en una de ellas. Comentan que ese lugar ha crecido de aquellos que han osado observar. Así que, cuando lleguemos usaremos las gafas para ver a través de su reflejo, porque si no, ¿para qué vamos hasta allí? No pienso irme sin saber lo que hay.
¡Qué ingenioso hermano! —gritó su hermanita algo más relajada.
Los dos hermanos llegaron a la zona, y caminando hacia atrás se fueron acercando lentamente. Colocaron las gafas sobre una piedra prominente, burlando la macabra maldición. Allí se quedaron de espaldas a su deseo de mirar, enfocando la vista con esfuerzo a través de los cristales ahumados.
¡¡¡HERMANA QUE HAS HECHO!!! —gritó el chaval desesperado.
Los vecinos del pueblo llevaban cerca de dos semanas buscando a los dos pequeños desaparecidos. Nadie supo lo que les ocurrió, hasta que un campesino que conocía a la perfección aquella zona, encontró las gafas y una grabación en el teléfono móvil del muchacho.
Aquel extraño aglomerado de piedras, había crecido. La prueba de la maldición ya era un hecho real.