La Duda
Javier se miró en el espejo como cada mañana. Alto, guapo y joven. Todo correcto, un día más en el que seguía siendo joven. Respiró. Nada que hiciera sospechar que el pacto se había roto.
Su carácter, de naturaleza bondadosa, estaba bien guardado al fondo de un cajón.
Salió con la intención, como cada día, de buscar una fechoría que hacer, una maldad que cometer, una agresión física o verbal con la que doblegar a alguien.
Era el pacto. Javier temía a la muerte y la enfermedad más que a nada en el mundo, por lo que desesperado firmó con su sangre Un contrato del que ya no sabía cómo escapar: Un día de juventud por cada acto fruto de la maldad de su alma.
Pero Javier sufría. No disfrutaba de dichos actos y por tanto, nunca estaba seguro de sí servirían, de si serían suficiente. La duda le atenazaba cada mañana cuando se levantaba y buscaba desesperado pistas de senectud en el espejo.
Salió de casa y mientras bajaba por las escaleras observó como su anciana vecina subía. Cerró los ojos y puso el pie.
La anciana cayó rodando y sus gritos llenaron la escalera. Javier llegó abajo corriendo haciendo caso omiso del deber de socorro de su querida vecina.
Volvió a respirar tranquilo.Hoy ya había cumplido.