Óscar, era un joven de catorce años, con una familia perfecta. Se llamaban Íñigo y Valeria sus progenitores.
Al igual, que todo verano, iban a la población de Toro. Un pueblo de la comunidad de Castilla y León, en la que solían pasar las vacaciones. Conducía su padre, tras haberse turnado en la última gasolinera con su madre. Era un hombre apuesto de cuarenta años, de fuerte complexión y marcados rasgos de líder en su rostro, el cual lucia una orgullosa barba y bigote negro. Su madre, aún era una bella mujer, algo mayor que su marido, con un precioso cabello moreno y ojos azules, en una envidiable cara. Por su parte, Óscar, había heredado lo mejor de ambos.
¿Es necesario que todos los años vayamos a Toro? ¿Es que no podemos quedarnos en Madrid? —preguntó el niño cansado del viaje.
Ya falta poco, hijo. Además, allí siempre lo pasas bien —replicó su madre.
Eso era antes, ahora no puedo hacer ni la mitad de cosas que en la capital —respondió molestó.
Deja de incordiar, Óscar. Sabes que cada año pasamos este mes allí —sentenció su progenitor.
Eso puso fin a su pequeño berrinche, hasta que llegaron a su destino, una gran cabaña en el bosque cercano al pueblo. Se trataba de una lujosa vivienda de madera de varios plantas, con un cuidado interior, acorde al nivel financiero de su familia.
En silencio, el niño, ayudo a descargar el vehículo, para no provocar de nuevo a su padre y después se retiró a su cuarto hasta la hora de cenar.
Al bajar por las escaleras, observo que lo esperaban, sentados en la mesa con una expresión seria en sus rostros.
Me disculpo por lo que dije en el coche, papa. No deseo que eso nos estropee la estancia a todos. Me distraeré con lo que pueda, los días que pasemos aquí —comentó para apaciguarlo.
No se trata de eso, Óscar. En parte, comprendo tus molestias y siento los problemas que te puedan ocasionar —respondió su padre— Por favor, siéntate. Se trata de algo que ya es hora que conozcas —le pidió.
Haz lo que te indica, hijo. Es muy importante que lo sepas —insistió su madre.
Intrigado por lo que tuvieran que decirle, se acomodó en otra silla.
¿Te has preguntado el porqué compartimos este terreno con otras familias? —planteó Íñigo.
Algunas veces, lo admito. Aunque, no me desagrada la compañía que tenemos y el jugar con sus hijos —contestó el niño.
Justo en ese momento, un fuerte dolor lo obligó a ponerse de rodillas en el suelo. Valeria hizo ademán de querer acercarse, y fue detenida por su esposo.
Es su primera transformación, debe sentirla en su plenitud. Así será consciente de lo que es en realidad —dijo su padre.
Óscar, los miraba atónito y sin dar crédito, a que le dejasen allí sufriendo sin ayudarlo. Su forma física empezó a cambiar, su piel paso de naranja a gris, y su cara a otra con unos grandes ojos negros, una nariz plana con un par de agujeros y una pequeña boca.
¡¿Qué me ha ocurrido!? —interpeló a sus progenitores al poder ponerse en pie.
No eres del todo humano, hijo. Yo soy un alienígena de Xinia, un planeta de un lejano sistema estelar, a cerca de cien años luz de la Tierra —avanzó— No estaba seguro de que hubieras heredado la capacidad de cambiar —finalizó, a la par que adquiría su misma apariencia.
Recibió un mensaje de su padre, sin que él moviera los labios.
«Podemos comunicarnos telepáticamente, entre otras muchas cosas, que te iré enseñando»
Durante ese mes, sus compañeros de juegos, pudieron mostrarse ante el cómo eran de verdad.
FIN