Escritos del Corazón. | Edward O'sullivan.

Número Tres.

A veces, nos sentimos solos más que nunca y no sabemos perfectamente qué hacer para llenar aquel espacio vacío que nos ha dejado la vida. Observas aquel pozo en el que te has metido, lleno de agua y sin luces más la que se encuentra en el cielo. Siempre notas la luz del cielo hasta que anochece, y te das cuenta de que eres alguien más en el mundo viviendo una vida donde sigue dejándote vacío por dentro. Miras que el pozo está vacío, solamente tiene un cuarto de agua y nadie viene a llenarlo para utilizarlo: así es como nos sentimos. Empiezas a colocar tus manos y pies en aquellas rocas que sobresalen de las paredes y comienzas a escalar, tratas de hacerlo para que, por lo menos la luz que notas allí arriba, pueda llenarte el vacío con el amor que nunca has sentido. Escalas, te lastimas, pero... Siempre llegas al inicio, siempre caes porque hay una roca que se hunde nuevamente en la pared. Y diriges la mirada hacia tus manos, notando las heridas que te has causado gracias a querer tener un poco de paz en tu interior. Observas tus pies, y los zapatos que llevas están rasgados y sucios. Notas que los bordes de tus jeans también están sucios, mojados y rotos, ya que el agua mal gastó los objetos que crearon esta prenda. Es ahí donde sabes que nunca jamás saldrás de ese pozo, de aquel vacío en tu interior por el cual no podrás llenar porque te das cuenta de algo que te baja el autoestima al instante: es infinito.

 

Pasan los minutos, las horas, los días y te das cuenta de que ya has perdido la noción del tiempo. Suspiras de manera profunda y sigues mirando la luz, para ver si alguien puede llenar el pozo que tienes en tu interior. Así, podrás salir al fin y ser libre hasta que la muerte te lo impida. Cuando te das cuenta de que has perdido la noción del tiempo, notas que hay algo que tapa un cuarto de la luz que se dirige a tu interior. Abres los ojos, levantas la cabeza y observas quién es. Con tan sólo mirar a aquella persona, ese vacío comienza a llenarse poco a poco. Y, al sentir cómo se llena, la persona que está al borde te lanza una cuerda y te menciona que la agarres. Tú le haces caso y empieza a tirar de ella, mientras que, el agua de aquel lugar donde has vivido demasiado tiempo, asciende hasta el borde. Al salir, observas detenidamente a la persona que te salvó y sientes algo en ti que nunca antes has experimentado. Sientes una sensación tan satisfactoria que nunca conociste, y te da una sensación de paz y tranquilidad que no encontraste allí abajo. Y ves la luz, el calor del verano que va directo a tu rostro. Allí es donde se encuentra la libertad, aquel objetivo que has esperado por demasiado tiempo. Sonríes de oreja a oreja, las emociones empiezan a llenar ese vacío frío en tu interior. Ya no eres la misma persona, desde que has conocido a tu salvador cambiaste por completo. Te enamoras de ella y de la libertad que te otorgó, porque por fin puedes completar tus sueños: por fin puedes ser feliz. Mientras más estás con aquella persona, más te enamoras y muchos sentimientos nuevos te dominan. Te sientes tan emocionado que empiezas a pensar que tu vida, no importa con qué cosas tengas que lidiar, por lo menos sigue valiendo la pena: sin importar si estás vacío o encerrado solo en un poco, tú sigues valiendo la pena en este mundo y es con la persona que más amas allí.




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