Podrías pensar en la sinestesia de mi escrito y no sentir la amargura de mis letras actuales, pero sé que en algún momento mis «Te amo» fueron dulces. Te ofrezco como dádiva la argamasa de mis letras para edificar un monumento en donde plasmo lo agridulce de tu ser; siendo esa combinación exótica de un sabor inigualable.
Echo de menos el sabor del sonido de tus palabras, el color de nuestros besos en el aire, la luz de nuestra oscuridad interna fusionándose para dar lugar a la noche tenue donde caminamos juntos alguna vez. Extraño la sangre inmortal de dioses bañando las piedras bajo nuestros pies al caer la lluvia.
Extraño el sabor de las letras alegres que iban destinadas hacia ti, porque las amargas no hacen más que acentuar el tacto del vapor de mi soledad, y la fría calidez de una taza de café tibia mientras mi boca siente entre sus manos la tristeza de mis melodías favoritas.