Escucha mi silencio

Epilogo

Lo único peor que llegar tarde a tu trabajo es salir tarde del trabajo.

 

Tras haber comenzado a trabajar en el santuario de las flores de Carolina del Norte había salido tarde casi todos los días de mi primera semana aquí.

 

Estudiar la genética de las flores era una nueva pasión con la que me había topado poco tiempo atrás y en cuanto vi la posibilidad de ingresar a una universidad que se adaptara a mis capacidades me mude sin pensarlo dos veces.

 

El cambio había sido duro, pero de a poco había comenzado a adaptarme a mi nuevo hogar. Al menos aún tenía a Mildred, quien había decidido venir a estudiar conmigo y ahora somos compañeras de piso.

 

Las cosas habían cambiado para mi. Había dado todo de mi para lograr pagar el implante auditivo que me dejo A. Sin ahorros B. Sin esperanzas.

El implante había sido un rotundo fracaso y desde entonces decidí no volver a caer en el sueño de volver a bailar profesionalmente. Sin embargo las niñas de Carol amaban ver mis pasos de baile cuando tenía que cuidar de ellas.

Carol es la hermana mayor de Mildred que vive a unos pocos kilómetros de nosotros y quien, cuando sus padres le dieron la espalda por revelarles su orientación sexual, se ha esforzado en volver a tener el vínculo que Mild una vez me dijo que tenían.

 

Mi rutina era larga y agotadora. Ir a la universidad por las mañanas, trabajar por las tardes y estudiar por las noches era el pan del día a día.

Pero había algo encantador en la forma en la que la vida me sonreía.

Apenas si había comenzado las clases pero nosotras llevamos ya dos meses trabajando en santuario de las flores.

 

Cada gota de sudor valió la pena.

 

Dos años trabajando en el lugar donde nací, crecí y cambien me dejaron más experiencia de la que podía pedir.

 

Siendo tan temprano por la mañana decido ir a por unos cafés antes de ir al aula donde Mildren se adelantó. Pido tres en total, uno con leche.

 

Sé exactamente lo que me esperara al ingresar. Conozco al profesor de comunicaciones, una clase adicional que decidimos tomar, pero él aún no sabe que estoy aquí.

 

Camino con paso tranquilo mientras un pequeño nudo se instala en la boca de mi estómago. No tengo ningún motivo para estar nerviosa, pero la ansiedad de volver a verlo es más fuerte que yo y, sin darme cuenta, me encuentro casi trotando al aula.

 

Al llegar el profesor aún no se encuentra allí, por lo que aprovecho el tiempo y dejo el café en el escritorio frente a la pizarra, tomó uno de los post it amarillos y me apresuro a escribir un corto mensaje antes de ir a la última fila y ver la mirada cómplice que Mildred me dirige.

 

Un mes atrás supe por mi padre-quien ahora se encuentra en una relación abierta con una agradable señora llamada Andrea- que Adam había ido a buscarme a su casa tras descubrir que el departamento que alguna vez compartimos ahora era habitado por un par de estudiantes.

 

Dos años después, él aún me recordaba. Fue entonces cuando supe que nunca iba a poder superarlo. Él no era un amor pasajero y esta vez no iba a dejar que se marche como en nuestro último encuentro.

 

Leticia, la madre de Adam (con quien mantuve contacto con el pretexto de que ella quería que le enseñe a cuidar de su invernadero), me había confesado que Adam renunció a su trabajo por que sentia que se dejaba motivar más por el dinero que por ayudar al resto, pues si bien ella quería la felicidad de su hijo sabía que él jamás velará por su propia felicidad.

 

Eras los aspectos que Adam quería dejar ocultos los que más merecían la pena desvelar.

 

La obsesión de ayudar al resto sin ver por si mismo tenía una raíz oscura que su madre me contó en contra de mi voluntad. Años atrás, cuando él tenía apenas 17 años, un accidente de auto en el que Adam venía manejando levemente alcoholizado acabó con la vida de su mejor amigo.

 

No fue hasta entonces que lo comprendí. Aquella vez que mencionó haber considerado el suicidio, las reiteradas fotografías por la casa de uno de los chicos que jamás iba, la forma tan lenta en la que conducía,  su renuencia a tomar alcohol.

 

Adam podía sacar de la depresión a una persona por que sabía lo que significaba estar en ella.

 

Esta vez seré yo quien vele por él.

 

Había muchas cosas que le debía y mi vida era probablemente una de ellas. Lo que Adam necesita es un sentido de permanencia, algo a lo que poder volver, algo en lo que apoyarse cuando vea que los demás necesitan. Arreglar al resto no lo arreglara a él.

 

Al verlo entrar a paso cansado no puedo evitar sorprenderme ante lo demacrado que luce.

 

Incluso desde la última fila noto las ojeras debajo de sus ojos y la forma encorvada en la que camina. Pero ni siquiera eso logra opacar los latidos rapidos en mi pecho.



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En el texto hay: depresion, romance, drama

Editado: 19.02.2019

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