Tres lindas jóvenes, caminaban presurosas por uno de los pasillos de una universidad, llevando en uno de sus hombros sus respectivos bolsos. Iban tan apuradas que casi se estrellan contra un chico que llevaba cinco cafés en la mano y, de paso, estuvieron a nada de arrollar a la señora de la limpieza.
—No puedo creer que nos hayamos quedado dormidas, se lamentaba — una de ellas.
—Y todo por culpa de los estúpidos. Esos, que al final ni siquiera querían nada serio —resopló una joven de cabello negro largo y ondeado, agitando la mano como si espantara moscas invisibles.
—Ay, chicas, ¿cuándo van a dejar de buscar el amor en las personas equivocadas? — pronunció una rubia, con una sonrisa divertida.
Las otras dos la miraron ofendidas.
—Tú no nos entiendes porque siempre has tenido suerte en el amor — contestó la primera joven: una castaña de cabello en corte bod y ojos de color miel.
—Y eso que ni siquiera lo andas buscando. Ellos solitos llegan a ti — agregó la de cabello negro, haciendo un puchero.
—Mejor entremos al cafetín. Yo invito — propuso la rubia, guiñándoles un ojo.
La castaña y la de cabello negro se miraron entre sí, y luego fijaron la mirada en su amiga rubia, asintiendo con un movimiento de cabeza.
Al llegar al umbral de la puerta del cafetín, observaron el interior, buscando una mesa vacía. En cuanto la ubicaron, se sentaron rápidamente. A los pocos segundos, una de las empleadas se acercó a tomarles sus pedidos.
—Lo de siempre para mí — dijo la rubia, mientras acomodaba su cabello con sus dedos.
—Igual para nosotras — respondieron sus amigas a unisonido.
Una vez que la mesera se retiró, la rubia, Pamela, apoyó los codos sobre la mesa y las miro con seriedad.
—La verdad, no las entiendo — dijo la rubia con calma, haciendo que sus dos amigas posaran la mirada en ella—. Ustedes pueden salir con el chico que deseen, pero siempre eligen al equivocado.
La de cabello negro, Olivia, bufó antes de responder.
—Eso sí. Ayer el estúpido de Yair terminó conmigo, según él porque somos “incompatibles”. ¡Por favor! Si hasta comíamos la misma pizza favorita. Pero siempre es lo mismo…
—Por lo menos tú has tenido novios y hasta tu primer beso. En cambio, yo… —suspiró la castaña llamada Clarisa—. Con veinte años y sigo intacta… ni un solo beso. Todos me cortan antes de que pase algo.
Pamela frunció el ceño.
—A ver, chicas, sin que se ofender: ¿cómo llevan sus relaciones con los posibles candidatos a novios? ¿Qué suelen hacer en sus primeras citas?
Olivia se quedó pensativa, llevándose una mano al mentón, y Clarisa la castaña, elevo la mirada al techo como si buscara respuestas.
—¿Cómo llevamos nuestras relaciones? —susurró Olivia.
—¿Qué hago en la primera cita? —dijo Clarisa, mientras buscaba en sus recuerdos la respuesta.
—Sí, necesito saber eso para entender la situación —insistió la rubia.
—Pues verás, Pamela. Yo hago lo típico. Cuando empiezo con algún prospecto, primero reviso sus redes. Ya sabes, amiga, para asegurarme de que de verdad esté interesado en mí. Una vez que me cercioro, le pongo un apodo de cariño y le dejo algún mensajito todos los días antes de dormir. Además, me tomo muchísimas fotos con él para postearlas en mi Instagram… claro, en lugares bonitos que sean de mi agrado —contestó Olivia, sonriendo orgullosa.
—¿Y cómo han sido tus primeras citas? —preguntó Pamela.
—¡Hermosas, por supuesto! Siempre las elijo yo. Ya saben, un buen paisaje hace milagros en una publicación… Ah, y una vez acepté ir al cine, pero solo porque daban promoción de canchita ilimitada —añadió, alzando las cejas como si revelara un secreto importante.
Las tres rieron, justo cuando la mesera regresó con sus pedidos.
—Ah, y me encanta que me consientan —continuó Olivia muy segura—. Siempre se los digo a los chicos antes de salir. Así ya pueden ir pensando en los regalitos que traerán o en las frases lindas que escribirán en mis redes.
—Ya entiendo —dijo Pamela con una ligera sonrisa.
—Lo sabía, amiga, sabía que me entenderías. Yo soy alguien que…
—Eres alguien muy linda físicamente, pero no tienes el tacto suficiente para sobrellevar una relación.
—¿Qué?
—Eres demasiado egocéntrica, Olivia. Quieres que te consientan, pero no haces lo mismo con la otra persona. Siempre quieres proponer todo.
—Es que prefiero eso a que elijan lugares feos y…
—Olivia, en una relación no siempre una debe ser la consentida. Las cosas deben ser recíprocas. Pides apoyo en redes, pero nunca dejas ni un “me gusta” en las publicaciones del pobre chico. Y, además, siempre decides tú los lugares. Así no les das opción de mostrarse tal como son.
—Tienes razón… pero te aseguro que no lo hago a propósito.
—Lo haces sin darte cuenta, ya lo sé —respondió Pamela con calidez. Luego miró a la otra amiga—. Clarisa, ahora sigues tú.