Escuela De Ladronas

Capítulo 2: "Todo entra por los ojos"

Sentadas en el mullido sofá del departamento de Pamela, Olivia y Clarisa escuchaban con atención o al menos lo intentaban a su amiga rubia, que caminaba de un lado a otro con la seriedad de una profesora universitaria. Clarisa, siempre aplicada, tomaba notas en una libreta de tapas color pastel; Olivia, en cambio, sostenía su celular, grabando cada palabra como si se tratara de una exclusiva para redes sociales.

—Ya saben, chicas, la belleza es poder —declaró Pamela, con un tono solemne que contrastaba con la banda sonora de un video de moda que sonaba de fondo—. No podemos lucir descuidadas, pero tampoco parecer maniquíes de tienda. Todo se trata de equilibrio. Y recuerden: todo entra primero por los ojos.

Olivia se levantó de un salto, dio una vuelta como si estuviera en plena pasarela y terminó con las manos en la cintura.

—Por eso yo siempre estoy a la moda —dijo con orgullo, lanzando una mirada coqueta al espejo del pasillo.

Clarisa bajó la mirada hacia su conjunto deportivo, tan sencillo como cómodo.

—En cambio, yo… —murmuró con un suspiro.

—¡Vemos, pero no juzgamos! —la interrumpió Pamela con una sonrisa cómplice—. Esto no es una cita, sino una reunión de amigas.

—¿No que era nuestra primera lección? —preguntó Olivia, arqueando una ceja.

—Claro que lo es, pero aquí nadie intenta conquistar a nadie… ¿o me equivoco? —Pamela apenas pudo contener la risa.

—Ni que estuviéramos tan desesperadas… ¿o sí, Clari? —bromeó Olivia.

—Bueno, sí estoy desesperada… ¡pero no tanto como para ligarme a alguna de ustedes! —exclamó Clarisa con dramatismo—. ¡Soy muy femenina, aunque mi ropa diga lo contrario!

Las tres estallaron en carcajadas que resonaron por todo el departamento.

—Ya, ya, basta de bromas. Seriedad, chicas —pidió Pamela, aunque su sonrisa la delataba.

—Sí, maestraaa —respondieron al unísono, como alumnas traviesas.

Pamela prosiguió mientras tomaba una libreta y un marcador rosado fluorescente.

—Si bien Olí sabe más de moda que Clari, nunca está de más aprender. Así que hoy veremos algunos tutoriales de belleza y moda, y después pondremos en práctica lo aprendido.

—¿Y quiénes serán nuestros pobres… cof cof… chicos de prueba? —preguntó Olivia, con una sonrisa pícara.

—¡Qué cruel suena eso! —dijo Clarisa entre risas.

—Se los diré después. Por ahora, quiero concentración —sentenció Pamela, conectando su celular al televisor.

—Como ordene, maestra —contestaron ambas, acomodándose entre cojines y mantas.

Dos horas después…

Clarisa observaba boquiabierta la pantalla mientras el video explicaba, con exagerada alegría, cómo lograr un maquillaje “natural”.

—¿Ese largo se consigue solo con una capa de máscara de pestañas? —preguntó incrédula.

—Sí, aunque yo prefiero las pestañas postizas. Ahorran tiempo —respondió Olivia, con una sonrisa de superioridad.

—¿Tus pestañas no eran naturales? —preguntó Pamela, escandalizada.

—¡Yo también lo creía! —añadió Clarisa, asombrada.

—¡Todos lo creen! —presumió Olivia, alzando la barbilla como si acabara de revelar un secreto del universo.

—Egocentrismo a la vista —murmuró Pamela entre risas, lanzándole un cojín.

Clarisa, riendo, se dejó maquillar por Olivia. Ocho tutoriales, tres delineadores arruinados y dos pestañas postizas perdidas después, su rostro lucía irreconocible.

—¿Qué opinan? —preguntó Clarisa, parpadeando con dificultad.

—Que pareces lista para una alfombra roja… o para un carnaval —bromeó Pamela.

—Oye, ¡no está tan mal! —protestó Olivia, admirando su “obra de arte”.

—Sí, sí… solo que una ceja apunta al norte y la otra al sur —añadió Pamela entre carcajadas.

Clarisa tomó un espejo y se quedó sin palabras. Luego suspiró, resignada.

—Bueno, todo sea por aprender a “robar corazones”.

Más tarde, esa noche…

El sol ya se había ocultado cuando Pamela anunció con dramatismo:

—Mañana a las siete p.m. las espero en “Deseos”. Sus chicos de prueba estarán allí.

—¿Quiénes serán? —preguntó Clarisa, tragando saliva.

—Sí, suéltalo ya… para irme preparando psicológicamente —añadió Olivia.

—Gustavo y Alejandro —respondió Pamela, con una sonrisa tan amplia como peligrosa.

Las dos se miraron horrorizadas.

—Clari, sujétame que me desmayo —balbuceó Olivia, agitando las manos.

—¿Y quién me sujeta a mí? —replicó Clarisa, igual de pálida.

—No sean exageradas —río Pamela—. Son los mejores para ayudarlas.

—Los mejores no —bufó Clarisa—. ¡Los más insoportables, sí! Sobre todo, Gustavo.




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