El momento de la segunda lección había llegado.
Pamela había reunido en su departamento a Clarisa, Olivia, Gustavo y Alejandro, quienes habían aceptado gustosos ser los “conejillos de indias” para la clase práctica.
El lugar olía a vainilla y café recién hecho. Sobre la mesa del centro había galletas, libretas y un pequeño pizarrón donde Pamela había escrito con plumón rosado: “Lección 2: Coqueteo básico para principiantes”.
Clarisa jugaba con la tapa de su bolígrafo, visiblemente nerviosa. Olivia, en cambio, revisaba su maquillaje en el reflejo del televisor, tratando de proyectar una seguridad que no sentía. Los chicos, sentados en el sofá opuesto, intercambiaron una mirada divertida; sabían que aquello sería interesante.
La rubia miró a cada uno con una sonrisa de profesora satisfecha.
—Hoy toca practicar el arte del coqueteo.
Olivia y Clarisa fingieron seguridad, aunque por dentro se estaban muriendo de nervios.
—Regla número uno: contacto visual. Regla número dos: sonrisa coqueta. Y regla número tres: nada de hablar de tarea o política —dictó Pamela con tono solemne.
—¿Y si hablamos del clima? —preguntó Clarisa, con una vocecita temblorosa.
—¡No! —resoplaron Pamela y Olivia al mismo tiempo.
—Bien… nada de clima —dijo Clarisa con pesar, bajando la mirada.
Olivia soltó una carcajada.
—Ay Clari, prometo que no hablaré de la capa de ozono, ¿feliz?
—Chicas, concéntrense —advirtió Pamela, alzando una ceja.
—Prosigue, sensei —dijeron al unísono, mientras Gustavo y Alejandro se acomodaban para disfrutar el espectáculo.
Pamela señaló a Olivia.
—Empieza tú. Imagina que estamos en el cafetín de la universidad y Gustavo es el chico difícil que quieres conquistar. ¡Acción!
—Sí, maestra —contestó Olivia, poniéndose de pie con determinación.
Se acomodó el cabello, alisó la minifalda y caminó hacia Gustavo moviendo las caderas con tanto ímpetu… que casi tropieza con la mesa de centro. Logró recuperar el equilibrio con una risa nerviosa.
Por dentro pensó: Perfecto, Olivia, ya empezaste dando pena. Bravo.
—Así que… ¿vienes mucho por aquí, guapo? —dijo, inclinándose con voz sexy.
Gustavo levantó una ceja, tratando de no reír.
—Olivia… esto es el campus. Tú también vienes todos los días.
—Lo sé, pero… bueno… —balbuceó ella, sintiendo las mejillas arder.
—Prosigue —la animó Pamela, tapándose la boca para no soltar la risa.
—Tus… tus manos… ¡tienes manos bonitas! —soltó Olivia, demasiado rápido.
—¿Manos bonitas? —repitió Gustavo, divertido.
—Sí, dedos fuertes… seguro tocas guitarra.
—Toco flauta —contestó él con seriedad fingida, aunque la risa se le escapaba.
—¡Ay no, esto no puede estar pasando! —murmuró Olivia entre dientes.
Queriendo arreglar la situación, movió las manos… y terminó chocando contra el vaso de agua que estaba sobre la mesa. El líquido cayó de lleno sobre su falda.
—¡Genial! ¡Me bauticé sola! —exclamó, mientras Gustavo le alcanzaba servilletas.
—Al menos rompiste el hielo —murmuró él, sonriendo con suavidad.
Por un instante, sus miradas se cruzaron. El brillo en los ojos de Gustavo hizo que el corazón de Olivia diera un pequeño salto. Lo disimuló con una risa nerviosa.
Pamela aplaudió.
—Muy bien, Olivia. Digamos que fue… memorable. Ahora, Clarisa, tu turno.
La joven se levantó con el rostro más rojo que un semáforo. Se sentó frente a Alejandro y, tras morderse el labio, improvisó:
—Tus… tus ojos son como… como dos… ¿ehm… semáforos?
Alejandro arqueó una ceja, conteniendo la risa.
—¿Semáforos?
—Sí… porque… porque me detengo a mirarlos —remató Clarisa, cubriéndose la cara con las manos.
—Vaya piropo original —rió él, claramente divertido.
Clarisa sintió que quería desaparecer. ¿Semáforos? ¡En serio, Clarisa! Podías haber dicho estrellas, mares, lo que sea… pero semáforos no.
El sonrojo se intensificó mientras Pamela tomaba nota como si estuviera observando un experimento fallido.
—Creo que debimos empezar por los mensajes —suspiró la rubia.
—¿Mensajes? —preguntaron las dos al mismo tiempo.
—Sí. En esta era tecnológica, el coqueteo por chat es básico. Vamos a practicar.
Ambas sacaron sus celulares y comenzaron a teclear frenéticamente, creyendo que lo tenían todo bajo control.
—Spoiler: no.