Frente a su tocador, Olivia se miraba con detenimiento en el espejo. Repasaba por quinta vez el labial, ladeando la cabeza a cada movimiento, buscando el ángulo perfecto para su reflejo. En su mente no dejaba de resonar una frase que la tenía inquieta desde la tarde anterior: “Mañana la lección dejará de ser virtual.”
Dejó el labial sobre la mesa, se acomodó el flequillo con coquetería exagerada y, mirando su propio reflejo, se lanzó una lluvia de besos imaginarios.
—Lista para robar corazones —susurró con un brillo encantado en los ojos—. ¡Cómo puedo ser tan divina!
Su momento de egocentrismo fue interrumpido por el sonido del celular. Al ver quién la llamaba, contestó de inmediato.
—¡Ayuda! —escuchó al otro lado.
—Clari, tranquila. ¿Qué sucede?
—No sé qué ponerme.
—Mándame fotos de las prendas que dudas y yo te ayudo —respondió con autoridad.
—Bien —dijo Clarisa con un tono desesperado.
Minutos después, Olivia fruncía el ceño mirando las imágenes que le llegaban.
—¿Formal o casual? —leyó en el mensaje de su amiga.
—Casual está bien, pero con un toque de estación —escribió rápidamente—. Estamos en invierno, no hace falta disfrazarse de esquimal.
—Entonces me pongo mi conjunto deportivo.
—¡Ni se te ocurra! No vas a un trekking —bufó Olivia, llevándose una mano a la frente—. Mejor te llamo.
Un par de tonos después, sentenció con firmeza:
—Voy a tu casa, no elijas nada aún.
Abrió su armario con prisa, sacó un par de prendas cuidadosamente seleccionadas, las metió en una bolsa y salió de su habitación como un rayo, decidida a rescatar el estilo de su amiga antes de que cometiera una catástrofe de moda.
Mientras tanto…
En el cafetín de la facultad, Pamela conversaba con su novio Daniel. A su lado, Alejandro y Gustavo se unieron a la mesa con un aire de curiosidad mal disimulada.
—No pensé que lo lograrían —comentó Pamela, con una sonrisa de satisfacción.
—¿Dudabas de tus consejos? —preguntó Daniel con picardía.
—No de mis consejos —respondió ella, jugando con la pajilla de su bebida—. Dudaba de ellas. Pero consiguieron citas de práctica por sí solas.
—¿¡Qué!? —exclamó Alejandro, golpeando la mesa con tanta fuerza que hizo saltar el café de su taza.
Pamela lo miró con sobresalto.
—Me asustaste.
—Perdón, es que… —balbuceó él, incómodo.
—Te pusiste celoso —lo interrumpió ella, divertida.
—¡Claro que no! Solo… quería enterarme del chisme completo.
—Ajá… —murmuró Pamela, saboreando su pequeña victoria.
Gustavo, en silencio, observaba a todos mientras pensaba: “Por suerte se me adelantó. Así puedo estar cerca, aunque no sea conmigo.”
En casa de Clarisa, la indecisión reinaba. Frente al espejo, la joven veía con horror las prendas que Olivia extendía sobre la cama.
—¿No me quedará grande? —preguntó, tocando la tela con timidez.
—Nada que ver —aseguró Olivia—. Doblas un poquito y listo. Además, combina con este suéter rojo que te traje. Es coqueto, moderno y totalmente tú.
—¡Pero es muy corto! Y… el color…
—¿Qué tiene? Es rojo: el color de la pasión —dijo Olivia, mordiéndose el labio con una exageración teatral.
—No sé si…
—Clari, recuerda lo que dijo Pame: “Hoy damos el siguiente paso”.
—¿El siguiente paso?
—Sí, el contacto físico —susurró con tono travieso—. Un roce de manos, una caricia en el rostro, un beso cerca de los labios…
—¡¿Un beso?!
—Si lo logramos, nos graduamos —anunció Olivia, triunfal.
Clarisa palideció. No estaba segura de querer aprobar con ese método.
Una hora después, Olivia dio un paso atrás, evaluando su obra maestra.
—¡Perfecta! —exclamó orgullosa.
Clarisa, en cambio, se miró al espejo con incomodidad.
—Creo que mejor me pongo un abrigo…
—¡Nada de cambios! Vamos ya —ordenó Olivia, tomándola del brazo antes de que pudiera arrepentirse.
Tiempo después…
En una cafetería decorada con luces cálidas, Pamela observaba discretamente desde otra mesa. Había ido como una espectadora, pero en el fondo sabía que también vigilaba que no se descontrolara el experimento.
No muy lejos de ahí, tras unos murales, Alejandro y Gustavo espiaban con torpeza cada movimiento, intentando no llamar la atención.
—Esto se siente mal —murmuró Gustavo.