Escuela De Ladronas

Capítulo 8: "El roce que no esta en el manual"

El sonido seco de la puerta estremeció el aula y a los cuatro presentes. Un par de jóvenes se enderezaron tan rápido que casi se golpean entre sí, fingiendo una concentración que ni ellos mismos se creían. Frente a ellos, una figura femenina avanzó con paso firme, el eco de sus tacones marcando el ritmo de su autoridad.

Pamela se detuvo justo al centro del pequeño salón, cruzándose de brazos con la solemnidad de un general. Su mirada recorría a sus pupilas como quien analiza a su batallón antes de la guerra.

—Bien, mis pequeñas ladronas de corazones —anunció con voz clara y poderosa—. Ha llegado el momento de pasar a la siguiente lección: el contacto físico.

Las palabras flotaron en el aire, provocando distintas reacciones.

Clarisa parpadeó confundida, Olivia tragó saliva con fuerza, y los dos chicos —Alejandro y Gustavo— intercambiaron una sonrisa cómplice, casi traviesa.

Ambos pensaron lo mismo:

“Esto se va a poner interesante.”

El sonido de las palmas de Pamela los devolvió a la realidad.

—¡Clari, despierta!

—¿Eh? ¡Ah, sí! —balbuceó la chica, intentando recomponerse—. Me distraje un poco…

—Bien, olvidemos eso —dijo Pamela con una sonrisa contenida—. Sigamos con la lección.

—Sí… —murmuró Olivia, encogiéndose en su asiento.

Pamela se apoyó en el escritorio, con ese aire de estratega que la hacía parecer una mezcla entre mentora y villana de película romántica.

Su mirada brilló con esa chispa que siempre aparecía antes de anunciar una idea descabellada.

—El contacto físico —empezó— nos permite crear un vínculo más fuerte con la persona que nos interesa. Un toque en el momento adecuado puede cambiarlo todo: una conversación, una mirada… incluso una historia.

Olivia levantó tímidamente la mano, con el rostro lleno de dudas.

—Pero… ¿cómo se hace eso sin incomodar? Ya viste lo que me pasó la última vez…

Antes de que Pamela respondiera, Alejandro se inclinó hacia adelante, interrumpiendo con esa confianza que le sobraba.

—Oli, olvida eso. Ese tipo no era para ti.

Olivia lo miró sorprendida. Quiso fruncir el ceño, pero al final, una sonrisa traicionera se le escapó.

—Parece que nadie lo es ya.

—Tranquila —intervino Pamela, retomando el mando—. Con mis estrategias, no habrá chico que se escape de tus redes.

—¿Tanto así? —preguntó Olivia, arqueando una ceja.

—Así es —dijo Pamela, con una sonrisa digna de comercial de éxito—. Pero deben aprender a usar el contacto con naturalidad… no como una trampa.

Clarisa levantó la mano, con una expresión tan seria que parecía realmente confundida.

—Disculpe, sensei —dijo con tono inocente—. ¿No era que esto era una clase de “seducción moderna”? Porque eso de andar agarrando brazos suena más a fisioterapia que a romance.

Olivia soltó una carcajada. Los chicos disimularon mal.

Pamela rodó los ojos con una sonrisa de paciencia.

—No seas dramática, Clarisa. Un roce bien dado puede decir más que mil mensajes de WhatsApp.

—¡Cierto! —exclamaron Gustavo y Alejandro al unísono, ganándose la mirada inquisidora de las tres chicas.

—Es más —añadió Alejandro, con una sonrisa pícara—, si necesitan con quién practicar, puedo ofrecerme voluntario.

—Qué chico tan colaborador —replicó Pamela, alzando una ceja.

—Es que así soy yo —dijo él, dándose suaves palmaditas en el rostro, como si fuera un modelo en un comercial.

—¡Tu apoyo… ni lo sueñes! —reclamó Olivia, poniéndose de pie. Pero el destino, siempre con humor, le jugó una broma: tropezó con la pata de la mesa y, antes de caer, terminó sujetándose del brazo de Alejandro.

El silencio se apoderó del lugar.

La cercanía era tan evidente que se podía escuchar la respiración de ambos. Olivia, con las mejillas ardiendo, alzó la vista justo para encontrarse con esos ojos que tanto la irritaban.

Y Alejandro, con su sonrisa de siempre, aprovechó para mirarla más de la cuenta.

Clarisa fue la primera en romper el momento.

—¡Ajá! Esto ya parece novela de mediodía.

Pamela, con su temple habitual, dio una palmada y retomó el control.

—Perfecto. Ya tenemos la primera muestra práctica.

—¿Eso cuenta? —preguntó Olivia, intentando recomponerse.

—Claro que sí —respondió Pamela, sonriendo con satisfacción—. Ahora haremos algo más dinámico.

Clarisa suspiró con resignación.

—No me gusta cómo suena eso.

Pamela continuó como si nada:




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