El aula estaba llena de murmullos cuando Pamela entró con su característico andar seguro, cargando una carpeta y una sonrisa que muchos ya reconocían como “peligrosa”.
—Buenos días, mis queridos aprendices del arte de las emociones —dijo, dejando la carpeta sobre el escritorio—. Hoy tendremos una clase diferente.
—¿Diferente cómo? —preguntó Gustavo, arqueando una ceja.
—Una práctica en campo —respondió ella, girando con elegancia—. Vamos a poner a prueba todo lo aprendido sobre empatía, comunicación y confianza.
Alejandro la miró con cierta desconfianza.
—Eso suena a trampa.
—No es trampa, es experiencia —replicó Pamela, divertida—. Y para hacerlo más interesante, trabajarán por parejas.
Los murmullos se intensificaron. Pamela, con su libreta en mano, comenzó a anunciar los equipos.
—Olivia, con Alejandro.
—De nuevo —dijeron al unísono.
—Clarisa, con Gustavo —añadió Pamela, ignorando sus reclamos.
Clarisa parpadeó varias veces, mientras Gustavo trataba de disimular su sonrisa satisfecha.
—Y Daniel… tú y yo observaremos el experimento —añadió Pamela, mirando a su asistente con una chispa de picardía, mientras ambos evitaban cruzar miradas.
La salida se realizó en un pequeño parque que quedaba frente al departamento de Pamela. La mañana estaba despejada; una brisa suave movía las hojas de los árboles, dando una sensación de ligereza en el aire… al menos, para quienes no cargaban con corazones confundidos.
—¿Y qué se supone que hagamos? —preguntó Olivia, cruzándose de brazos.
—Conversar —respondió Alejandro, intentando sonar natural—. Es una actividad de comunicación, ¿no?
—Comunicación no es lo mismo que interrogatorio.
—Entonces puedes empezar tú —propuso él, sonriendo.
Ella lo miró de reojo, intentando ignorar que esa sonrisa tan franca, tan cálida que le recordaba demasiado a la manera en que “Ojazos52” la hacía reír en el chat.
Sacudió la cabeza, intentando ahuyentar el pensamiento. Era absurdo… o al menos, quería creerlo.
A pocos metros, Clarisa caminaba junto a Gustavo. Él llevaba las manos en los bolsillos con esa actitud despreocupada que tanto la sacaba de quicio… y, en parte, la atraía.
—No muerdas tus uñas —le dijo de repente.
—¿Qué?
—Siempre lo haces cuando estás nerviosa.
—No estoy nerviosa —mintió ella.
—Entonces estás mintiendo —replicó con una sonrisa tranquila.
Clarisa desvió la mirada, fingiendo observar los patos del estanque. Pero no podía negar que había algo en su forma de mirarla, tan directa, que la descolocaba. Y sin quererlo, recordó a Hoyuelos95.
Su manera de escribir, sus bromas suaves… incluso su forma de decirle “tranquila, Clari”. Por un segundo, sintió un escalofrío.
—No, imposible.
—¿Qué?
—Nada —expresó, dirigiendo su celular hacia el estanque.
—¿Si gustas te tomo una foto?
—¿Qué?
—Te gusta mucho estar en lugares rodeados de naturaleza, ¿no?
—Se me había olvidado cuánto me conocías —pensó Clarisa, sintiendo una punzada de nostalgia.
Pamela observaba desde una banca, con Daniel a su lado.
Tomaba notas rápidas en su libreta, dibujando pequeñas líneas entre nombres.
—Estás disfrutando esto —comentó él.
—Mucho —respondió ella, sin apartar la vista—. Creo que es el momento.
—¿Qué momento?
—El de su primera lección de amor.
—Te comprendo menos, cariño.
—Solo observa, querido —dijo Pamela, dando palmadas con las manos—. ¡Cambio de parejas! —anunció.
Con resignación, Alejandro y Gustavo se acercaron a las chicas con las que continuarían la cita ese día.
—Continuemos con la cita —dijo Gustavo.
—Me parece bien —contestó Olivia.
—¿Quieres que tome algunas fotos para tus redes?
—Claro.
Minutos después…
Clarisa reía por algo que Alejandro dijo, pero de inmediato su mirada se desvió hacia Olivia y Gustavo.
Los dos parecían conversar de forma animada, incluso riendo. Una punzada la atravesó sin entender por qué.
—Ridículo —susurró para sí.
Pero en el fondo, sentía celos. Celos de algo que no quería admitir.
Mientras tanto…
Gustavo también parecía incómodo. Cada vez que veía a Clarisa reír, su pecho se apretaba.