El reloj marcaba las nueve en punto de la mañana cuando Pamela, con su inseparable taza de café y una sonrisa más traviesa que de costumbre, ultimaba los detalles de la clase del día.
Sobre su escritorio había una pizarra con el título:
“Ecos del corazón: cómo reconocer las emociones del otro sin decir una palabra.”
—Hoy sí que van a sudar —murmuró divertida, revisando su lista de actividades.
A los pocos minutos, por la puerta entreabierta ingresaron Gustavo y Alejandro, discutiendo en voz baja.
—Te dije que la corbata era demasiado —susurró Alejandro—. Pareces a punto de pedir matrimonio, no de ir a una clase.
—¡Es una corbata elegante! Además, la impresión también cuenta —respondió Gustavo, tratando de acomodarla sin éxito.
—Sí, claro, la impresión de que vas a un funeral.
—Mira quién lo dice… con esa colonia que se huele desde la esquina.
Pamela levantó la vista de sus apuntes, los observó unos segundos y soltó una risa disimulada.
—Caballeros, ya están aquí.
—Eh, sí, Pame —dijo Gustavo.
—Como siempre puntuales y dispuestos a colaborar —agregó Alejandro.
—Como debe ser —respondió Pamela sonriendo, mientras posaba su mirada en cada uno de ellos—. Ustedes sí que se involucran con la causa.
—¡Por supuesto! —contestaron al unísono.
—Hasta vinieron preparados para robar corazones.
—Eso es gracias a ti —dijo Gustavo.
—Así es —agregó Alejandro—. ¡Gracias, Pame, por anticiparnos el tema de hoy! Gracias a ti pudimos elegir el outfit correcto… bueno, al menos yo.
—¡Oye! ¡El mío es perfecto! —expresó Gustavo.
—Bueno… para ti, tal vez sí —respondió Alejandro sonriendo.
—Pame, ¿qué opinas de nuestros outfits?
—No sé si pensar que se prepararon para un desfile de modas o para robar corazones.
—Nos preparamos para… la práctica, Pame —respondieron al unísono.
—Ajá, claro… para la práctica —dijo la joven, con una ceja arqueada y una amplia sonrisa—. Como si no conociera su secreto.
—Pame… —pronunciaron los dos al unísono, llevando un dedo a los labios.
Minutos después…
Clarisa y Olivia llegaron al departamento. Clarisa, con un gancho de mariposa sujetando una porción de su cabello, se veía tierna pero un tanto infantil; y Olivia lucía un brillo labial que intentaba disimular como “casual”, aunque más parecía que acababa de comer fresas.
—Sensei, ¿la lección de hoy también será en parejas? —preguntó Olivia, mirando con disimulo a Alejandro.
—Sí —respondió Pamela con una sonrisa pícara—, pero esta vez habrá un pequeño giro. Hoy habrá cambio de roles.
Los rostros de todos se tensaron.
—¿Qué? —exclamaron los cuatro al mismo tiempo.
—Leyeron bien mis labios, queridos. Hoy intercambiarán roles: Gustavo será Clarisa, Alejandro será Olivia y viceversa.
—¿Por qué? —preguntó Alejandro, intrigado.
—Sí, ¿por qué? Esta no es una escuela de actuación, sino de ladronas de corazones, ¿no? —dijo Olivia.
—Así es. Por lo mismo, no hay mejor manera de robar un corazón que ponerse en el lugar de quien quiere conquistarlo. Y la única forma de que el aprendizaje se internalice… es con práctica —dijo Pamela, con una media sonrisa.
Los chicos se miraron algo confundidos, mientras Pamela colocaba sobre la mesa un cartel con letras grandes:
“Ejercicio: Ponerse en el lugar del otro.”
—No entendí bien, pero suena interesante —dijo Clarisa.
—Por supuesto que es interesante, Clari. Ahora comprenderás mejor cómo se desarrollará —respondió Pamela.
—Pues no solo Clari quiere comprender mejor tu idea, Pame —contestó Olivia sonriendo.
—Bien, presten atención —expresó Pamela, mirando fijamente a cada uno—. Hoy deberán representar una escena de cita, pero actuando como si fueran la otra persona.
—¿Qué? —dijeron los cuatro otra vez.
—Gustavo será Clarisa. Alejandro, Olivia. Y viceversa.
Los cuatro jóvenes se miraron entre sí, mientras un sepulcral silencio se apoderó del lugar, tanto que ni siquiera se escuchaba el tic-tac del reloj.
Hasta que Gustavo, con gesto solemne, se levantó de su silla, colocó una mano sobre su pecho y dijo con voz aguda:
—“Ay, me da pena mirarte a los ojos, Gustavo.”
Pamela tuvo que girarse para contener la risa. Olivia casi se atraganta de la impresión y Clarisa se tapó la cara con ambas manos.
—¡Eso no suena así! —protestó ella, muerta de risa.
—Ah, ¿no? Entonces, ¿cómo suena? —replicó Gustavo con fingida inocencia.