Escuela De Ladronas

Capítulo 22: "Las cartas que no mienten"

La mañana comenzó como cualquier otra en la academia. Sin embargo, había algo distinto en el aire… una tensión suave, casi imperceptible, que se deslizaba como un susurro por cada rincón del aula.

Pamela entró con una sonrisa tranquila y una pequeña caja entre las manos. Su mirada, serena pero firme, se posó en cada uno de los presentes.

—¡Buenos días, mis futuras expertas en el arte de robar corazones! ¡Y buenos días, queridos colaboradores!

—¡Buenos días, sensei! —respondieron al unísono las chicas, con curiosidad.

—¡Buenos días, Pame! —dijeron los dos jóvenes casi al mismo tiempo.

Pamela les devolvió el saludo con una sonrisa cálida y colocó la caja sobre el escritorio.

—Antes de comenzar, quiero que recuerden algo —dijo, acariciando la tapa—. Hace algunas semanas les pedí que escribieran una carta anónima para la persona que más les haya hecho sentir algo en este tiempo… Hoy, esas cartas volverán a la luz.

Un silencio repentino se apoderó del salón. Clarisa frunció el ceño, intentando recordar; Olivia abrió los ojos como si recién despertara de un sueño.

—¿Las cartas? —murmuró.

—Exacto —respondió Pamela con una leve sonrisa—. Las guardé aquí, esperando el momento adecuado para abrirlas… y ese momento ha llegado.

Gustavo y Alejandro se miraron de reojo.

—Yo… no recuerdo muy bien qué puse —susurró Alejandro.

—Yo sí, y ojalá pudiera olvidarlo —replicó Gustavo, mirando de reojo a Clarisa.

Pamela, conteniendo la risa, abrió la caja.

—Hoy esas palabras volverán a ustedes —anunció—, pero esta vez… no las leerán solos.

Las miradas se cruzaron de inmediato.

—¿Qué quiere decir con eso, sensei? —preguntó Clarisa, nerviosa.

—Que quien reciba una carta no será su autor, sino la persona a la que considero que estaba dirigida. Y esa persona la leerá en voz alta.

El aula estalló en exclamaciones.

—¡¿Qué?!

—¡Eso es ilegal! —protestó Olivia.

—No, Olivia —replicó Pamela, serena—. Es aprendizaje emocional. A veces el corazón necesita escucharse desde otra voz. Además, las cartas no llevan nombres, así que…

—Nos estamos preocupando de más —dijo Alejandro, tratando de sonar tranquilo.

—Ni tanto —respondió Pamela—. Cada quien reconocerá su carta.

A pesar de las protestas, Pamela tomó la primera hoja.

—Veamos… esta empieza diciendo: “Perdóname.” —Levantó la vista con una sonrisa y miró disimuladamente a Gustavo, que se hundió en el sofá. —Esta la leerá Clarisa.

—¿Yo? ¿Por qué yo? Podría leerla Olivia o Alejandro —protestó, nerviosa.

—Sí, tal vez —respondió Pamela—, pero te elijo a ti.

—¿Por qué?

—Porque me huele a pasado.

Gustavo desvió la mirada, Olivia y Alejandro se sonrieron cómplices. Clarisa tragó saliva y tomó el papel con cuidado. Su voz tembló al empezar:

“Perdí la costumbre de prometer cosas… pero si pudiera volver atrás, te prometería no haberte dejado ir. Tal vez no lo recuerdes, pero yo sí. Perdóname por haber aceptado tu distancia. Ya no será así. Quiero volver a hacer promesas… pero solo contigo.”

Clarisa dobló la hoja y levantó la vista. Gustavo evitaba mirarla, fingiendo observar el suelo. Pamela sonrió con ternura.

—Las cartas no mienten —dijo en voz baja—. Solo dicen lo que el corazón ya sabía.

Las mejillas de ambos se tiñeron de rojo. Olivia, entre divertida y nerviosa, se inclinó hacia Alejandro.

—¿Y tú? ¿Qué pusiste?

—Nada importante —mintió él.

—Ajá, claro. Eso mismo dijiste cuando te descubrí practicando frente al espejo.

Pamela aplaudió tres veces y sacó otra carta.

—Esta dice: “Para quien me desespera y me hace sonreír en el mismo segundo.”

Todos miraron a Olivia.

—Ni lo sueñen, no pienso leer eso —dijo, cruzándose de brazos.

—Entonces la leeré yo —respondió Pamela.

—¿Quéee?

Sin hacer caso a la protesta, Pamela leyó:

“No sé por qué me enojas tanto. Tal vez porque cuando hablas, todo a mi alrededor deja de tener sentido. Me cuesta fingir que no me importas, sobre todo cuando haces que todo parezca tan fácil. A veces quisiera odiarte un poquito, pero ni eso me sale bien.”

Pamela bajó la hoja lentamente y posó su mirada en Alejandro, que fingía mirar el celular. Olivia se abanicaba el rostro, y Gustavo y Clarisa contenían la risa.

—Dijiste que no dirías quién escribió la carta —reclamó Olivia.

—Tampoco es que haga falta —contestó Pamela, sonriendo.




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