La noticia de que Alejandro y Gustavo eran Ojazos52 y Hoyuelos95, si bien causó sorpresa, confusión y molestia en Olivia y Clarisa, era innegable que también las había llenado de alegría. Pero esa alegría estaba rota por la mitad, como si alguien la hubiera doblado sin cuidado. Ellas no podían evitar recordar el engaño. El silencio, la verdad oculta, la distancia injustificada.
Clarisa cruzó los brazos y miró a Gustavo de reojo desde el umbral de la puerta de un aula. Él intentó acercarse, torpe, con esa sonrisa culpable.
—Clari… podemos… —empezó.
—No —dijo ella, suave pero firme—. Ahorita no.
Y se fue caminando por el pasillo de su facultad con un gesto tranquilo que dolía más que los gritos. Gustavo quedó parado, siguiéndola con la mirada como un cachorro al que le cerraron la puerta.
“Prometí no volver a distanciarme… y ahora eres tú quien se aleja”, pensó con frustración.
Olivia pasaba por una situación similar en otro pasillo del campus universitario.
—Oli… ¿podemos hablar? —decía Alejandro, llamándola por segunda vez.
Ella solo se giró un poco, suficiente para que él viera la herida en sus ojos, pero no habló. Caminó hacia el cafetín de su facultad, tratando de no mostrar cuánto le dolía. Alejandro la siguió, casi tropezando con cada mural que había camino a este.
—¡Oli, por favor! Si quieres me arrodillo. Me arrastro. ¡Me tiro del segundo piso! —exageró desesperado.
—Haz lo que quieras —respondió ella sin detenerse—. Solo… déjame pensar.
Y ahí se quedó él, con cara de “¿qué acabo de decir?”, mientras Gustavo se acercaba a su lado.
—Estamos fregados —dijo Alejandro.
—Fregadísimos —confirmó Gustavo.
Pero, aun así, ambos siguieron detrás de ellas el resto del día, ofreciéndoles café, agua, galletas, cargándoles los libros, abriéndoles las puertas, acercando sillas…
Clarisa y Olivia no los miraban directamente, pero tampoco los rechazaban. Era un “tal vez”, un “aún no”, un “te dolerá un poco como a mí me dolió”.
Y aunque ellas estaban heridas, no podían negar que algo en su pecho latía más fuerte cada vez que ellos aparecían con esa mezcla adorable de culpa y amor reprimido.
Por eso era una alegría incompleta, una alegría que dolía: una alegría a medias.
Los días siguientes fueron iguales. Clarisa y Olivia, mostrándose indiferentes con Gustavo y Alejandro, pero dándoles pequeños atisbos de esperanza.
Pamela, como buena sensei, estaba al tanto de todo lo que sucedía y, para tratar de darles una ayudadita a sus amigos, decidió convocarlos una vez más a la sala de reuniones improvisada de su “Escuela de Ladronas”.
El día en que todos volvieron a compartir un espacio por más de cinco minutos llegó, y como Pamela esperaba, el ambiente se tornó tenso con la presencia de los cuatro jóvenes. Incluso ella tuvo que posar su mirada varias veces en Clarisa y Olivia, como diciéndoles “tranquilas chicas, respiren”, pero ni así la tensión desapareció… y se intensificó cuando Gustavo y Alejandro decidieron acercarse a ellas.
—Clari, ¿podemos hablar? —preguntó Gustavo, con la voz baja.
—No ahora —respondió ella, sin mirarlo mucho.
Alejandro dio un paso tímido hacia Olivia.
—Oli… yo sé que estás molesta, pero…
—¿Molesta? —Olivia sonrió sin sonreír—. No, Alejandro. Estoy procesando.
Y se alejó.
Ambos chicos quedaron helados. Pamela se aclaró la garganta, intentando recomponer la clase.
—Bueno, como la vida no se detiene, hoy toca técnicas de rastreo digital para detectar mentiras.
Alejandro carraspeó. Gustavo miro al techo.
—Relájense, chicos — añadió Pamela —. Aún no les enseñaré como hackear a fans mentirosos.
—Pues debes enseñarnos ello, Pame, es más debió ser la primera lección —expresó Clarisa.
—Cierto, así evitamos caer en el engaño d ciertos mentirosos — añadió Olivia con la mayor calma que pudo.
—Bueno chicas, lo haré, pero a su debido tiempo. Y si no empecé con ese tema es porque aún no tenían las herramientas necesarias para comprenderlo.
—Allí sí te doy la razón… yo no sabía ni cómo grabar en TikTok —dijo Clarisa, sonriendo.
—Además, chicas, toda experiencia, buena o mala…
—Suma para el aprendizaje —completó Olivia.
—Así es.
—Entonces empieza con la lección, Pame. Ya quiero aprender esas técnicas —pronunció Olivia.
La clase avanzó entre risas incómodas, torpezas y miradas evitadas.
Al final, las chicas se fueron juntas, caminando deprisa, sin ganas de quedarse más. Desde lejos, Gustavo y Alejandro las observaron irse.
—Tenemos que hacer algo más efectivo —murmuró Alejandro.