Su mano presiona con más fuerza mi brazo y este comienza a adoptar un color morado. Hago el intento de zafarme de su agarre pero es imposible, la forma en la que me está sujetando me impide moverme.
Lo miro a los ojos y estos están inyectados en sangre a causa de la rabia y furia que provocaron mis palabras.
No me arrepiento. A pesar del dolor que estoy sufriendo en este momento, no me arrepiento de haber dicho lo que dije.
—Suéltame por favor—vuelvo a suplicar, pero mis palabras se pierden en el aire.
Con su mano derecha aún sujetando mi brazo me hace girar dejándome de espaldas a él, y con su mano izquierda que hasta hace unos minutos estaba libre ahora la lleva hacia la coleta de mi cabello, la enreda entre sus dedos y comienza a tirar de ella con fuerza hacia abajo.
—A ti... te parece que me gusta hacerte daño—sus labios rozan el lóbulo de mi oreja y mi piel se estremece—no precisamente de placer—a causa de su aliento. —esto lo has provocado tú—tira de mi cabello con más fuerza y yo gimo de dolor—¡mírame! —grita—¡que me mires joder!—las lágrimas en mis ojos se deslizan con el doble de intensidad que antes por mis mejillas y pareciera que fuese a inundar la habitación.—¡deja de llorar y mírame!—vuelve a exigir, pero mi cerebro aún no termina de procesar lo que está sucediendo y no reacciona a sus palabras—¡mírame!—grita una vez mas y sus ojos inyectados en sangre tornan un color café intenso que jamás había visto. Tira por tercera vez de mi cabello y a esta altura creo que estoy a punto de quedarme sin lágrimas.
—Di que me amas—me obliga. Yo solo niego con mi cabeza. Todas las veces que he pronunciado esas dos palabras no había sido problema alguno para mi. Pero ahora... ahora no soy capaz de decirlas. Está persona que está frente a mi no es la misma persona que le he dicho "te amo" en otras oportunidades.
—¡Di que me amas!— vuelve a gritar y tira una vez más de mi cabello.
—T-Te amo—susurro
—¡Más alto, no te oigo!
—Te amo—mi voz tiembla, mis piernas tiemblan, mis brazos tiemblan, todo mi cuerpo parece gelatina.
Sus dedos rozan la piel de mi brazo, sus labios vuelven a rozar el lóbulo de mi oreja, y aún de espaldas a él siento una leve pero clara presión en la parte baja de mi espalda. Lo que alguna vez me hacía estremecer de placer hoy me hace estremecer pero de miedo, de miedo a lo que me pueda llegar a suceder una vez que su cuerpo se abalance sobre el mío, porque muy lentamente eso es lo que está haciendo en este preciso momento. Por más suplicas, o fuerza que haga es imposible, sus manos desabrochan con rapidez los botones traseros de mi camisa, sus ojos se abren de par en par como si nunca hubiese visto lo que hay allí debajo.
—Po-por favor—Suplico con lagrimas deslizándose como cataratas por mis mejillas.—Me estás haciendo daño—digo entre sollozos
—¡Cierra la boca!—toma la cremallera de mis jeans y no tarda ni un minuto en deshacerse de ellos y lanzarlo por los aires.
Intento con todas mis fuerzas zafarme de su agarre, intento morder su mano una vez que la deja frente a mi rostro aún pegado a la cama, pero definitivamente fue una muy mala idea, porque su ira ha aumentado, gira mi cuerpo para que este quede de frente a él. Coloca ambas manos sobre mi cuello y presiona con tanta fuerza que podría jurar que mi cabeza está a punto de separarse.
Me sobresalto.
Abro los ojos y no veo absolutamente nada.
Miro a mi alrededor perdida, desorientada.
Mis mejillas están húmedas.
Mis ojos están húmedos.
Mi corazón está agitado. Coloco una mano sobre mi pecho y siento como este sube y baja con velocidad.
La luz se enciende y una puerta se abre de un golpe.
—Cariño, que sucede—abro y cierro los ojos en un intento de que estos se adapten a la luz y cuando lo logro veo a mi madre en pijamas cruzar la puerta de mi habitación y lanzarse hacia mi lado.—Wendy... que sucede—vuelve a repetir.
—E-e-estaba a-aquí—tartamudeo—era era él mamá—tomo mi cabello que desciende por mis hombros y siento mi cuero cabelludo arder.
—Aquí no hay nadie cariño—me tranquiliza mi madre—estabas soñando. Tus gritos se oían desde mi dormitorio. Mira—señala las ventanas—están cerradas, y la puerta también, no hay forma de que pudiese entrar, no te preocupes.
—P-pe-Pero se veía mu-muy real mamá. Él tiraba de mi brazo, y yo... y yo estaba justo aquí—señalo un rincón de la habitación
Tomo un sorbo de agua del vaso que tengo a mi lado y mi respiración y mi pulso muy lentamente vuelven a su velocidad normal.
—"Estabas soñando"— las palabras de mi madre resuenan una y otra y otra vez en mi mente hasta lograr convencerme de que es cierto, que fue todo producto de mi imaginación, que nada fue real.
Al menos no ahora.
Mi madre se queda a mi lado unos cuantos minutos más, recuesto mi cabeza sobre su regazo y ella acaricia suavemente con sus dedos mi largo cabello. Mis párpados comienzan a cerrarse como si hubiese algo pesado sobre ellos y finalmente logro conciliar el sueño.