CHASE
—Chase, ya he escuchado esa excusa antes, no es la primera vez que llegas tarde a trabajar—comienza a reprocharme mi tío.—Debes ser responsable, estás a dos pisos de distancia
—En realidad a cuatro—lo corrijo. Él me observa con cara de pocos amigos y continúa con su sermón.
—Ves a lo que me refiero, no te tomas nada enserio, piensas que todo es un juego. Tienes veintidós años, ya no eres un niño, deberías tener como prioridad tu trabajo no una fiesta a mitad de semana. La abuela está preocupada, me ha dicho que últimamente vas de fiesta en fiesta, que ya no vienes por las noches, y cuando lo haces llegas a altas horas de la madrugada borracho.
Alfred continúa hablando, pero a decir verdad ya hemos tenido esta charla hace unos días atrás. Más de una vez. La resaca aún no se ha ido, mi dolor de cabeza tampoco y es demasiado temprano como para estar escuchándolo a él o a quien sea sobre mi vida.
Así como dije anteriormente, de aquí a donde estaba hace unos diez minutos atrás, me separan tan solo cuatro pisos.
Si, trabajo en el mismo sitio donde vivo, más específicamente en recepción junto con mi tío Alfred.
Trabajo aquí desde los dieciséis años. En un principio tan solo ayudaba a Alfred a repartir el correo dentro del edificio, pero al cumplir los dieciocho tomé la decisión de hacerlo de forma legal, con un horario, días de descanso, uniforme y no menos importante, un salario.
Vivo con mi abuela Mary. Mientras que Alfred vive a unas pocas cuadras de aquí junto a su novia Stacy. Somos una familia poco numerosa, a veces siento la necesidad de saber que es de la vida de mis otros familiares, de aquellos con los que nunca tuve comunicación, pero luego de pensarlo dos veces, esa idea automáticamente se borra de mi mente.
Mi abuela, Alfred y yo somos felices.
Somos una familia de tan solo tres integrantes, pero aún así debería sentirme orgulloso, hay quienes ni siquiera tienen una. En cuanto a familia me refiero.
—¿Has oído algo de todo lo que he dicho?—pregunta mientras dobla su uniforme y lo guarda dentro de su mochila.—¡Chase!—grita.
—¿Que?
—Eres un caso perdido—cuelga la mochila en su hombro, da media vuelta y desaparece a través de la puerta principal del edificio.
—Que casualidad— pienso. Ya es la segunda vez en el día que me lo dicen.
A estas alturas ya estoy acostumbrado a ese tipo de comentarios, a la fuerza, he aprendido a sobrellevar y hacer frente a las críticas.
No ha sido fácil, pero tampoco difícil. Yo diría que llega cierto punto en la vida que te acostumbras y haces oídos sordos tanto a las críticas como a todo lo negativo que habla y te transmite la gente. Porque la gente lo que mejor sabe hacer es hablar de los demás, hablar sin saber. Husmear, entrometerse en la vida de los demás sin importar los daños que pueda causar eso. Sin importar si está dañando a alguien. Tan solo les importa estar al día con un chisme.
Y no hablo del típico comentario de barrio como: "viste que Chase ha terminado con su novia" "Te enteraste que Victor el del sexto piso ha engañado a su esposa con una chica diez años menor que él?" "El otro día oí decir a Margaret y Candace que la sobrina de su nieta estaba embarazada"
Una de las desventajas de trabajar en un edificio, es que quieras o no, terminas enterándote de la vida de todos. Y no solo ancianas como mi abuela, incluso mujeres y hombres menores que ella.
Jamás entenderé cuál es la diversión de eso.
Me encojo de hombros y frente a mi aparece la mujer en cuestión.
—¡Abuela!—la llamo intentando captar su atención, pero no me oye.
Va muy concentrada intentando cerrar la puerta a sus espaldas, ya que en una mano lleva un carro de compras y en la otra unas cuantas bolsas del supermercado.
Al mismo tiempo que me acerco hacia ella para poder ayudarla, la puerta se cierra de un golpe y una de las bolsas queda atrapada entre la puerta y la pared causando que esta se rompa y ahora frente a nosotros hay una exhibición de patatas, zanahorias, berenjenas y tomates que comienzan a rodar por el suelo del lobby.
Ya a su lado le deposito un beso en la frente y me inclino para ayudarla con las verduras.—¿Qué te he dicho de cargar con tantas bolsas tu sola, acaso olvidaste lo que ha dicho el médico?—la reprendo
—Que no podía hacer tanta fuerza—rueda los ojos.
—Ven, dame eso—tomo las demás bolsas junto con el carro y las guardo dentro de la habitación qué hay detrás del mostrador— deja esto aquí que cuando sea la hora de mi descanso subiré y las dejaré en la cocina.
—Tu y tú tío me tratan como si estuviese a punto de morir. Y créeme que tendrán que aguantarme unos cuantos años más—ríe—¿pero que te sucedió allí?—pregunta tras ver un pequeño corte en mi frente
—No ha sido nada—digo restándole importancia, y enfocándome en mi abuela y en sus bolsas de compra.
—¡Pero mírate! Te falta el delantal y estás igual que mi abuela Tita—Alex sale del ascensor y aparece frente a nosotros descostillándose de la risa al verme cargar con el carro de compras floreado de mi abuela.—hasta combina con ese uniforme espantoso que llevas.—Alex se coloca a mi lado sin dejar de reír y con un movimiento rápido sin que pueda percatarse le doy un golpe detrás de la cabeza
—¡Mierda Chase! Eso dolió—se queja
—Era la idea—digo dándole otro golpe pero esta vez en el brazo y este vuelve a protestar
—¡Alexander O'Connor!—grita la abuela—que he dicho sobre los insultos.
—Lo siento señora Morrison—se disculpa—Eres un idiota—me susurra
—Te he oído Alexander—lo vuelve a reprender mi abuela y le da un pequeño tirón de orejas. Ella estará sorda, pero tan solo cuando le conviene. Río por lo bajo disfrutando la imagen.
Alex es mi mejor amigo desde que éramos pequeños. El se mudó aquí cuando tenía cinco o seis años no lo recuerdo bien, luego de que su madre falleciera en un accidente de tránsito. Un accidente en el que no solo estaba su madre, sino que también su padre y él. Fue de puro milagro que ellos dos se salvaran, o al menos eso dijeron los médicos, hasta el día de hoy se considera ese fatal accidente como un misterio.